La semana pasada el mundo celebró, como lo hace cada 22 de abril, el Día de la Madre Tierra, ocasión para reiterar la gravedad del problema ecológico que confronta el planeta. Ocasión, igualmente, para reiterar la importancia de los compromisos suscritos en el año 2105, dentro del marco del Acuerdo de París sobre el Cambio Climático. Y reiterar, en fin, la urgencia de escribir un nuevo libreto político para la sobrevivencia humana, dicho sea esto último sin exagerar. Al respecto, baste con señalar que, según los estudios disponibles, deben acometerse cambios “urgentes y sin precedentes” para limitar el aumento de la temperatura del planeta a 1,5°, esto es, por debajo, incluso, del máximo de 2 °C acordado. Se advierte, además, sobre el peligro de un aumento a 3 °Clo que sería literalmente catastrófico y podría ocurrir en tres décadas, es decir, a la vuelta de la esquina

La Pachamama

Imposible no tener entre ceja y ceja la situación esbozada anteriormente mientras se escuchaba hablar, hace unos días, a Nicolás Maduro, encabezando la celebración del Día Mundial de la Pachamama, conforme a la expresión quechua que utilizó, “tras el exitoso final del despliegue Semana Santa Segura y Feliz 2019”, frase que, como tantas otras del mismo tenor, buscaba decorar la realidad venezolana para encubrir su lado penoso y amargo pero, sobre todo, trágico. Alabó desde su púlpito mediático la conducta de la población durante el asueto religioso y exhortó a los venezolanos a cuidar la naturaleza, al paso que expresaba que “en los últimos 200 años el capitalismo ha demolido los equilibrios básicos del planeta… por lo que estamos viviendo un cambio climático global”.

Casi a renglón seguido ordenó plantar más de 10 millones de árboles en toda Venezuela, especialmente en las ciudades, poniendo como meta 3 millones para este año. Asomó, así mismo, un plan especial dirigido a rescatar lo que llamó la Memoria Histórica de los árboles frutales, mientras apuntaba, en clave sentimental, que Caracas y las principales capitales son junglas de cemento que han hecho olvidar aquellas experiencias infantiles cuando se “recogían mangos” y otras frutas en las comunidades. Finalmente aprobó que el próximo año escolar 2019-2020 fuera dedicado al ecosocialismo.

¿Y el Arco Minero?

Dicho en resumen, tal fue lo que comentó y propuso Maduro en referencia a la actual crisis ambiental, un problema que muestra, como dije, el dibujo de una crisis civilizatoria que pone en remojo muchas de las referencias a partir de las cuales los humanos han venido concibiendo y haciendo su vida en el planeta.

El gobierno tiene, dentro del morral cada vez más pesado, en el que carga sus inconsecuencias, la iniciativa del Arco Minero, prototipo de lo que se ha denominado el neoextractivismo, basado en la explotación masiva de materias primas para la exportación, con severas implicaciones sociales, ambientales, territoriales y políticas que le han dado la espalda a la narrativa ecologista, autonomista e indigenista, de la que todavía presume el chavismo. Esta iniciativa, llevada a cabo dentro del marco de la llamada “ecominería” -término que algunos especialistas consideran contradictorio- ha sido seriamente denunciada, incluso por organizaciones políticamente cercanas al oficialismo, argumentando, encima de lo anteriormente mencionado, su ilegalidad y la violación de la soberanía nacional, evidente en contratos suscritos principalmente con empresas transnacionales.

Gobernar para seguir gobernando

Con su posición a propósito del Día de la Tierra, anunciando la siembra de árboles e instándonos a la nostalgia por aquellos tiempos en los que “se recogían mangos”, en vez de revisar su estrategia frente a la explotación del Arco Minero,  el gobierno lo que pone de manifiesto es que carece de convicciones políticas e ideológicas que lo orienten, al paso que prueba que es un gobierno que se desenvuelve en clave “conforme vaya viniendo, vamos viendo”, que cuenta apenas con la reserva épica de un discurso revolucionario y un carnet para garantizar lealtades en nombre de la patria, este último como herramienta para construir un sistema de vigilancia y de control, conforme a viejos diseños pronosticados hace tiempo en la ciencia ficción. Se ha ido convirtiendo, así pues, en un gobierno carente de proyecto político y sin sentido de futuro, cuya única pretensión es seguir gobernando.


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