Escribió Miguel de Unamuno que no había nada más inútil que las prédicas revolucionarias exigiendo a la sociedad cambiar de dogmas en lugar de exhortar a la corrección de su manera de pensar. Decía el sabio que no es de ideas de lo que debemos cambiar, sino del modo de tenerlas y recibirlas. Para lograr el cambio social no se trata de cambiar de pensamiento, se trata más bien de la manera de pensar.

Nuestros curanderos y médicos sociales nos han saturado con posibles curas para el famélico cuerpo social que hoy conformamos, sus tratamientos sugeridos van desde el elixir del diálogo hasta la cirugía para la ablación de lo indeseado.

Tal es el deterioro que nadie defiende este inadecuado entramado socioeconómico, que hasta los más radicales del socialismo bolivariano se distancian del gobierno, y como si pudiesen así recomponer nuestra histología, hablan del fracaso de Maduro pero no de la revolución.

Hemos llegado al llegadero, como bien lo apunta Luis Ugalde en su artículo “La salida democrática”. No hay más remedio que comenzar a entendernos, a buscar sin dogmas la reconstrucción de nuestro tejido social, la modificación profunda de nuestra histología. Hablar de calmar los ánimos mediante falsas promesas de diálogos, elecciones o señales de arrepentimiento nunca serán solución, pues no enfocan el arreglo a partir de su raíz.

No es el momento de atrincherarse en posiciones, desde un comienzo debemos reconocer que ni es, ni ha sido ni será una guerra entre hermanos. No podemos enarbolar la bandera de “conmigo o contra mí”. Estamos en una compleja situación donde solo con un esfuerzo de humildad y solidaridad podemos lograr un mínimo denominador común para el cambio de dirección del gobierno. Solo al deponer fanatismos y buscar un único destino para rehabilitar la patria.

En momentos de desesperación y desencanto nacional, de dificultades sociales supremas, Marthin Luther King dijo que él era capaz de soñar, soñaba en lo que su Constitución le aseguraba, la igualdad para todos. Su sueño era ver a su nación unida.

Ha llegado el momento para soñar en Venezuela, soñar en un pueblo que se quita sus franelas rojas, verdes, moradas, amarillas, blancas o anaranjadas y se viste con una sola camisa tricolor, hecha con nuestra bella bandera. Amarillo, azul y rojo, todos fundidos en un solo país donde la promesa de Justicia, Libertad y Solidaridad se pronuncien con una palabra: paz.


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