Sigo sosteniendo que si los demócratas venezolanos somos mayoría, es un crimen de lesa patria permitir que una minoría, enemiga de la democracia, sea la que siga detentando la dirección política y económica de la nación. Parece imposible que eso esté pasando en alguna parte del mundo, pero para desgracia ocurre en esta Venezuela nuestra, por la estulticia de algunos dirigentes opositores que no están a la altura de sus responsabilidades, y puede que esa actitud termine abriendo las compuertas a otro ensayo inútil del viejo cuento del mesías redentor. ¿Remember Hugo Chávez?

Todos los que fungimos de dirigentes de la alternativa democrática hemos cometido errores, porque los únicos seres eximidos de hacerlo son los que forman parte del santoral y esos no abundan en la vida terrenal, menos en Venezuela, donde nadie quiere asumir la condición de líder de la derecha del espectro político. Si lo hubiere.

Enseriando más el tema, creo que los errores más gruesos que cometimos, todos, fue el haber destruido el acuerdo que materializamos en las elecciones parlamentarias cuando logramos derrotar, con una política seria y coherente, las posiciones radicales que nos habían embarcado en una insensata carrera inmediatista. Sí, destruimos lo que habíamos construido al recaer en posiciones que ya habían sido superadas por la realidad. Tercos en el error, fuimos otra vez embarcados en una política aislacionista que fue respaldada por cada vez menos gente, hasta hundirse en su propio tremedal.

Quienes combatieron en la lucha armada de los años sesenta, en ambas trincheras, son testigos de excepción del error de la izquierda de aquella época al asumir posturas radicales que los fueron aislando progresivamente de las masas, hasta quedar confinados a las áreas rurales más apartadas de la civilización. Muchos guerrilleros, de esos años, narran verdaderas odiseas para poder subsistir en aquellas inhumanas condiciones de aislamiento. Ahora, hoy día, resultaría un exabrupto imperdonable que quienes derrotaron aquella política aventurera vayan a aparecer, sesenta años después, cometiendo el mismo error de sus contrincantes derrotados.

Ah, y los que cometieron aquel error induzcan, en una especie de rara vendetta retro, a sus nuevos contrincantes a cometerlo. Y, peor aún, que seamos nosotros los que incurramos en el mismo como si la historia nada nos enseñó, sino a ellos. ¿Me estaré explicando con esta galimatías? Galimatías o no, parece que la cosa se acerca a la realidad cuando he oído a líderes europeos y del Cono Sur, víctimas de dictaduras similares, decir que los venezolanos no nos ponemos de acuerdo porque nos falta mucho más sufrimiento, prisiones y exilios. Dios no los oiga, pero nos ven incurriendo en errores tan elementales que pronuncian esas afirmaciones tan negativas como apocalípticas.

Agarremos el toro por los cachos, como dicen nuestros ancestros de la madre patria, vayamos a recomponer la unidad de la mayoría, pero con una política unitaria y sensata que nos permita conectarnos con un pueblo que conoce e identifica a los verdaderos responsables de su hambre y su miseria: sabe que están en el gobierno; pero se sienten defraudados por una alternativa democrática que no ve esté haciendo el esfuerzo de empinarse, por encima de sus diferencias, para producir el cambio que ellos reclaman con desesperación.

Ahora bien, la pregunta de las sesenta y cuatro mil lochas es la siguiente: ¿qué falta para ponernos de acuerdo?: pues simplemente, derrotar la necedad inhibidora del abstencionismo ramplón, fútil e ineficaz, por una política (con P mayúscula) que incluya un acuerdo de gobernabilidad, donde todo el espectro político democrático se sienta participando en la reconstrucción de Venezuela desde el gobierno y, acto seguido, abrir las compuertas a unas elecciones primarias que van a decidir quién va a ser el candidato de todos para enfrentar al régimen, con la condición previa de acogerse a la no reelección presidencial. Ah y hablando de condiciones, no las esperemos óptimas de unos tiranos, porque entonces serían demócratas.

Obviamente que en este propósito no caben los abstencionistas ni los que propugnan la búsqueda de un mesías, porque los mesías se comportan como Chávez lo hizo y nadie, en su sano juicio, creo que aspire a repetir la pesadilla de la antipolítica enseñoreada por estos pagos. Ni aislados de las masas ni con mesías, debe ser la consigna porque, de lo contrario, nadie nos va a salvar de la condena de la historia, si insistimos en los errores del pasado reciente. Digo yo, porque puede ser esta la última oportunidad de la imprescindible entente democrática salvadora de Venezuela.

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