Dos prestigiosos autores de columnas de opinión han coincidido en calificar lo que ocurrió el domingo pasado, en las cuestionadas elecciones presidenciales, como una rebelión. El novelista Alberto Barrera Tyszka en su artículo  “La rebelión de los votos”. Y el historiador Tomás Straka en “La rebelión de las bases”.

Barrera desarrolló una tesis premonitoria. Se equivocan, escribió antes del 20 de mayo, quienes predican que negarse a participar de las elecciones es un acto de pasividad y un abandono de la lucha. Abstenerse, agregó, no tiene por qué ser un acto de renuncia. Por el contrario, puede ser un gran acto de rebeldía y la dirigencia política tiene que llenarlo de sentido. 

Straka, tres días después de los comicios, con los resultados falseados en las manos, ratificó la tesis. Concluyó que lo ocurrido había sido un acto de protesta de dimensiones similares a la recolección de firmas realizada el 16 de julio de 2017 contra la asamblea nacional constituyente. Pero con dos diferencias fundamentales. 

Una, que el componente más notable de esta  nueva protesta es el proveniente del campo de quienes apoyan, o al menos antes apoyaban, al gobierno. Lo que revela las dimensiones  del descontento en las entrañas del monstruo. Y, dos, que los protagonistas de la protesta esta vez no siguieron a liderazgo alguno, sino que más bien acudieron a rematarlos. Ni Falcón quedó convertido en líder de la oposición ni Maduro puede ser considerado ahora jefe del chavismo.

Me permito añadir que tampoco puede considerarse a la MUD como triunfadora, salvo por carambola, pues todo hace pensar que si los partidos políticos en ella reunidos hubiesen convocado a participar, las mayorías igual se hubiesen abstenido. 

Por suerte la lectura de la MUD y la de las mayorías, junto con la del Frente Amplio, la Conferencia Episcopal, el Grupo de Lima y la UE, esta vez coincidieron y ahora los partidos mayoritarios que han conducido el movimiento opositor cuentan con un aval moral desde donde reconstruirse.

La otra tesis, la de que la abstención es inocua, no tumba gobiernos ni gana elecciones, también ha perdido. El domingo quedó demostrado que la participación, en las condiciones impuestas por el gobierno, tampoco lo hace. El razonamiento de Ibsen Martínez en su columna de esta semana, “Abstenerse es elegir”, disuelve el dilema: “Cuando no se puede elegir, abstenerse no equivale a encogerse de hombros, sino la respuesta más gallarda que ha podido darse al designio de Nicolás Maduro de esterilizar el voto”. 

Lo sucedido el domingo 20 nos deja un panorama absolutamente realista de a quién y a qué nos enfrentamos. Ya no hay pretextos, ni ilusiones. El modus operandi del grupo delictivo en el poder quedó expuesto sin tapujos. No hay vuelta atrás, ni engaños posibles. 

Hasta nuevo aviso, la vía electoral ha quedado absolutamente clausurada. Los demócratas de Venezuela hemos dado largas pruebas de paciencia y resistencia ¡de décadas! tratando de que la transición fuese lo más institucional, lo menos sangrienta, posible. Pero el gobierno le ha cerrado la puerta y se la ha abierto a las salidas violentas. A partir del domingo todos los actores que no comparten la vía electoral sentirán que, una vez cerrado ese, cualquier camino que recorran para salvar al país de la catástrofe es moralmente legítimo. Está amparado por el derecho internacional a la acción en legítima defensa. El deber de los demócratas es forzar a todos los protagonistas a que la transición esté ceñida a la Constitución y los acuerdos internacionales de derechos humanos.

Los factores de oposición deben pasar la página, aceptar errores compartidos, suturar heridas. Al desconocer los resultados y llamar a repetir elecciones, Henri Falcón se ha puesto del lado de la Conferencia Episcopal, la MUD y  otros factores opositores. A partir de esa coincidencia tenemos la base para impulsar una acción política con unidad de acción y reconocimiento de las diferencias. Viene al caso la frase de Margarita López Maya que logré pescar en Facebook: “Desde el punto de vista de los intereses de las mayorías venezolanas, no tiene sentido discutir las razones que privaron entre los factores políticos para votar o abstenerse el 20 de mayo. Lo único válido es consolidar la Unidad”. 

Mayo es un mes de rebeliones.


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