Es costumbre en el mundo occidental, sin importar religiones, considerar los postreros días del año como fechas de alegría y amor familiar, en las que se exalta lo bueno de la humanidad, el afecto y la solidaridad; en las que la paternidad y maternidad son ejes importantes en la cotidianidad. Paz es el deseo que se expresa en el rezo y el abrazo, muy especialmente el día de la celebración de la Natividad.

El mundo comercial también sufre una gran alteración, pues es la única fecha en que nos sentimos obligados a comprar algún objeto para corroborar el aprecio por otra persona, como que lo material tomase más fuerza que la muestra diaria de respeto, cariño, solidaridad o amor, pero así nos hemos acostumbrado y por tanto hacer algo diferente solo nos garantizaría una fama de insensible o tacaño.

Por esas curiosas razones vemos cómo los padres y madres se desgarran sus corazones al ver que, debido a una injusta e inepta conducción de nuestra economía, no tuvieron posibilidades de adquirir los regalos para sus niños.

Quién pensaría unos lustros atrás que no solo las casas de Venezuela estarían yermas de arbolitos y pesebres, sino que un país rico estaría convertido en una sociedad plañidera, menesterosa, que provocaría la mayor tristeza en las familias cuando en lugar de las multisápidas hallacas solo se servirían lamentos y lágrimas.

Es otra Navidad, una que pude ver reflejada en muchos rostros de familias que han dejado nuestra tierra para buscar futuro allende de las fronteras, gente buena, sencilla, agobiada por la inseguridad, la inclemente inflación, la persecución, la escasez y la falta de esperanza. Pude ver niños sin ilusión en sus caras, pude ver lágrimas donde antes había risas.

Gracias a la solidaridad y espíritu muy especial de muchos compatriotas en Madrid, se organizó un reparto de juguetes y bolsas navideñas para unas 250 familias venezolanas que viven en esa ciudad.

Allí, bajo la coordinación de un activista de Acción Democrática, Luis Manresa, y 30 voluntarios más, junto con la colaboración de la ONG Agua Viva, la Asociación Civil Venezuela Unida y el Comedor Social Ventas, se llevó a cabo uno de los actos más bellos de mi Navidad. 

Recordé mucho a Panchito Mandefuá, y cuando salí del lugar sentí la importancia de recuperar para Venezuela el verdadero sentido patriótico, ese sentir amor por nuestro prójimo. Dejar los resentimientos y odios a un lado para dar paso a una Venezuela fraterna, solidaria, que sea capaz de sentir el dolor que otros sufren y ocuparnos de su alivio, un país en el que cuando se hable del pueblo se hable de todos sus habitantes y no de los escogidos.

Quisiera que estas líneas que solo reflejan tristeza sean las últimas que escriba sobre un pueblo sufrido, que el próximo año y los venideros volvamos a celebrar con esa tradicional alegría al compás del “Alma llanera” y un auténtico abrazo de ¡Feliz Año!


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