“Si quieres guardar un secreto debes escondértelo también a ti mismo”. (George Orwell).

Orwell tuvo la idea de retratar a una sociedad en una novela que tituló con la cifra numérica de un año que aún no había vivido. El escritor británico nacía en el verano del año 1903 y moría antes de llegar al año 1984. Ese futuro que imaginó imposible.

La obra 1984 era una distopía. En pocas palabras, se trataba de una sociedad no deseable, poco verosímil. George Orwell dibujó el mundo supervisado por cámaras de televisión. Este autor retorcido creyó jugar mientras pintaba a la gente estúpida, odiosa y sometida al pensamiento único bajo el gobierno de un todopoderoso Gran Hermano o Big Brother. Este escrito solo podía ser una pesadilla. Nadie desea un mundo controlado por mirones. Nadie en su sano juicio querría una sociedad asfixiante, sin libertad, sin derechos ni espacio para la intimidad.

Eric Arthur Blair (su nombre verdadero) murió en 1950, antes de cumplir los cuarenta años sin alcanzar la fecha mágica pronosticada en su novela. A pesar de ello, acertó en la visión pesimista de una sociedad vigilante y vigilada minuto a minuto. No fue tan bueno como para predecir el éxito de los smartphones, las redes sociales o el ciberacoso. Tampoco adelantó el ocio de los inocentes tirado a la basura enfrascado en pantallas del tamaño de una mano.

El avance de la tecnología imprime rapidez a nuestras vidas. Los dedos de la Era Digital bailotean acelerados y nerviosos sobre pantallas táctiles o teclados con una urgencia antinatural. Estamos dentro de una nube que no es de verdad. La realidad virtual consistía en cosas como estas: cámaras, grabadoras, simuladores de vuelo, coches sin conductor, dinero virtual, domótica, GPS, apps, pronóstico del tiempo atmosférico, scrabble a distancia, reservas y cancelaciones de hotel desde un juguete electrónico que manejamos a capricho

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