Luego de los eventos del Aula Magna y otros ambientes, quedan claros dos conjuntos de tareas: las referidas a la organización de la resistencia a la dictadura y a la organización para la construcción del país. Dos conjuntos necesariamente complementarios. En uno es mayor el peso político, en el otro la concurrencia de la creación y el trabajo.

En las próximas semanas se concretará el fraude electoral ya cantado y se hará relevante el conflicto interno del gobierno. Una suerte de purgas de civiles y militares que lo reducen a un ámbito cada vez más estrecho e incómodo y que trae al recuerdo la caída de aquel coronel dictador ladrón y asesino. Ello en medio de la mengua creciente y la carnetización de la servidumbre. Eso deberá confrontarse con la denuncia y un enfrentamiento que no se quede en el grito o la marcha. Hay que establecer los gritos como expresión de una resistencia organizada que insiste y persiste en todos los espacios y momentos.

La organización habrá de tener así muchos cursos y niveles. Desde lo presencial hasta lo virtual, digital, con su notable potencia. Calles, vecindarios, condominios, comunas, gremios, personal de las disminuidas instituciones: ministerios, tribunales, escuelas, universidades. Industrias, fincas y caseríos… atendiendo llamados de partidos y organizaciones políticas formales, iglesias, estudiantes, personas de iniciativa. La fuerza concitadora de los símbolos y los artistas y los periodistas e informadores –hay algunos muy valiosos– que saben separar la paja de los medios oficiales de la sustancia necesaria para la resistencia. Importantes grupos de economistas trabajan y discuten sobre la construcción. No encuentro lo mismo en otros campos: en la educación en la salud, en la justicia…

El dolor y la incertidumbre, que ahora se expresan en lamentos eunucos, deberán encauzarse. Toda esa fuerza y energía llorosa debe tomar el curso hacia esa organización para la resistencia, la creación y la construcción. Mucho, muchísimo que hacer y en lo cual hay que invertir tiempo y esfuerzo.

No hay plazos ni inmediateces. La construcción tomará mucho más tiempo y no menos conflictos que el cambio de gobierno. La organización y la unidad tendrán que lidiar con esos conflictos.

No es fácil. La tradición petrofílica ha establecido valores de espera y postergación, de autonegación y dignidad rota. La queja y el infausto deben dejarle paso a lo positivo, al proyecto, al entusiasmo que debe tener quien llega a su propia tierra destrozada y desolada, pero que es la única que tiene. Hay que organizarse para la construcción.

Así, la unidad, con toda su importancia, más que un llamado es un aprendizaje. Un aprendizaje que se adquiere y logra en el ejercicio social, en el cultivo de la diversidad, ante un reto, ante un problema que será el gran motivo de discusión y conversación. Es reunirse y encontrarse para proponer, crear y realizar. La queja ya no está de moda.

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