Ante la abismal indigencia argumental que trate al menos de explicar sus acciones, y mucho más ante la vaciedad ética de sus conductas, el madurismo recurre como permanente escape a un desfile de acomodaticios clichés y gastados términos del vocabulario demagógico, que funcionan como auténticos reflejos condicionados. El último de ellos es el de “inducido”. Basta que alguien reclame un accionar del gobierno o pregunte el porqué de sus interminables errores, para que los declarantes oficialistas salten como salivosos perros de Pavlov a gritar que eso es inducido.

Y es que el término “inducido” es el fetiche verbal de moda del decadente discurseo gobernante. Según el diccionario, inducir es hacer que ocurra algo como reacción o respuesta a otra cosa. Por tanto, lo inducido es siempre consecuencia de algo superior o ajeno a él. No hay mejor forma de escapar de la propia responsabilidad que escudarse en que las conductas propias no son nuestras, sino que fueron “inducidas” por algo o alguien que las provocó.

Para el establishment madurista todo lo que ocurre en esta Venezuela devenida en tragedia es simplemente inducido. Así se habla, sin pudor, de migración inducida, de hiperinflación inducida, de hampa inducida, de escasez inducida y pare usted de contar. Si alguien quiere conocer de antemano la respuesta de algún funcionario de la dictadura a cualquiera de nuestras desdichas, simplemente ponga el nombre del problema, añádale el calificativo de “inducido” y listo. Tiene allí la respuesta oficialista a la causa de todas nuestras penurias.

Lo cierto es que la recurrencia fetichista a lo inducido no solo disfraza una inexcusable irresponsabilidad. Lo de inducido es una burla. Y la burla es una forma sutil pero muy efectiva de irrespeto. Irrespeto a los ciudadanos e irrespeto al país. Es una evidencia palmaria de que la relación del gobierno con la gente no es de servicio sino de explotación.

La efectividad de la excusa de lo inducido es tal, que permite que el actual ministro de Defensa venezolano pueda confesarle a su par brasileño que sí, que es verdad que la gente de nuestro país está huyendo por hambre (lo que por cierto echa por tierra la tesis de la “migración inducida” de su comandante en jefe), que en el país no hay comida y que no hay empleo ni trabajo, pero al mismo tiempo seguir justificando sin inmutarse su respaldo al gobierno porque esta situación no es su responsabilidad sino que es inducida, esta vez por el supuesto embargo económico. Suponemos que, siguiendo esta lógica, la insultante exuberancia mostrada por quienes disfrutaban en Estambul de uno de los restaurantes más caros del mundo mientras la gente bajo su responsabilidad muere por hambre y huye del país por falta de alimentos –Padrino dixit– debe responder a una opulencia inducida por razones desconocidas pero de pletórica fortuna. Como es de notarse, lo inducido es el comodín perfecto para escaparse de cualquier incómoda contradicción.

Sin embargo, no sirve de mucho limitarse a analizar y denunciar esta recurrencia crónica a tan cínico libreto si no hacemos algo en dirección contraria. Muchos de nuestros compatriotas solo reciben, ven y oyen la propaganda fascista del gobierno. Es una tarea inaplazable y urgente acentuar el trabajo de docencia política aguas abajo entre la población, como herramienta necesaria para defender a la gente de los engaños con los que los opresores justifican su explotación, y prepararlos para que se conviertan en los principales agentes del cambio político necesario que conduzca a la liberación de sus cadenas.

La mayoría de los gobiernos del mundo existen para resolver los problemas de la gente. El de Maduro y compañía solo existe para fabricar constantemente excusas que le sirvan –mientras haya gente que se las crea– para enriquecerse a costa de la quiebra del país y del dolor de sus habitantes. La liberación comienza por hacer inútil su fachada argumental, desnudando su implícito cinismo. Porque, repitiendo a Goethe, nadie es más esclavo que el que se cree libre sin serlo.


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