Primero que nada y a todos los efectos aclaro que no acepto pagos en “petros”. También anticipo que si por alguna extraña razón caen en mis manos algunos “petros“, de inmediato reclamaré a Nicolás Maduro su conversión en oro o diamantes, preferentemente. Aceptaría petróleo, eventualmente, pero gas no. No sé en qué traerlo para casa.

Maduro ya no tiene más nada que empeñar y escarba bajo tierra y no titubea en comprometer y dilapidar todo lo que potencialmente tiene Venezuela, que otra cosa no le queda. El oro que tenía, no el que hay que buscar, ya está depositado y comprometido con los bancos rusos y chinos.

Si tal aventura llegara a prosperar, pobre Venezuela. Pero a Maduro no hay que creerle mucho. Por otra parte, la idea del petro no es suya. No es ni siquiera original. Ya la había anunciado Chávez y, más criteriosos que su delfín, sin dudas, no insistió mucho.

Repito, Maduro no tiene credibilidad. Lo que no me explico es en qué creen algunos integrantes de la oposición que siguen con el diálogo. ¿Confían en Maduro? ¿Con qué base? ¿Qué dice la experiencia en la materia? ¿Creen que el Vaticano es una garantía? Hasta el momento, y en hechos concretos, el papa Francisco ha sido una aliado de Maduro. ¿Creen en José Luis Rodríguez Zapatero? ¡Por favor! Al ex presidentes español lo único que se le puede reconocer es que desplazó a la gente de Podemos, de Pablo Iglesias, que, como se sabe, fueron asesores del chavismo, el que, según se dice, también los ha financiado.

Del socialista español, el exiliado alcalde de Caracas Antonio Ledezma ha afirmado que “desde que Rodríguez Zapatero se unió al diálogo ha habido más presos políticos”. Y tiene razón.

Dicen los que están y justifican el diálogo que hay que agotar todos los caminos, pero, en realidad, es la oposición la que está agotada. Maduro la ha cansado, explota sus divisiones, sus aspiraciones y sus ambiciones. Y no les da nada: cada vez hay más presos políticos, cada vez se hacen más trampas en las elecciones, en las de gobernadores, cuyos resultados como se vio desnudaron las “fragilidades” de la oposición, las de alcalde de este domingo, ante las que ni hay acuerdo sobre si votar o abstenerse o las presidenciales próximas a las que Maduro ya dijo que se presentará y anticipó que las ganará.

Lo cierto es que la oposición política pocas veces ha asustado y hecho retroceder a Maduro. Este solo tembló cuando, primero, los estudiantes irrumpieron en la calle y cuando, segundo, estudiantes y todos los venezolanos volvieron a la calle y enfrentaron sin retroceder a los soldados y policías del gobierno y a los grupos de choque fascistas del chavismo.

Ahí sí Maduro y sus amigos y aliados, y los que se mantenían indiferentes, vieron que venía en serio y que los venezolanos morían en la calle y no se rendían. Y apareció el cuento del diálogo. Y se sigue dialogando mientras la dictadura se afirma.

Algunos reclaman una mayor presión internacional. La hay. Pero los políticos venezolanos tienen que hacer lo suyo. Por lo menos, estar efectivamente unidos.

Preocupa, y mucho y a muchos, que el chavismo, con todos sus desmanes y violaciones, continúe en el poder. Pero también preocupa el después: esto es, quiénes se harán cargo del gobierno y de enderezar las cosas.

Lo que muestra la oposición, a tales efectos, no es muy convincente. Si están divididos cuando el enemigo es uno y es claro dónde hay que apuntar, cuál es la perspectiva para el caso que asuman el gobierno. Son muchos, demasiados líderes.

La oposición debería dialogar. Debería realizar un dialogo interno, una autocrítica, que se dice. Debería recordar los finales del siglo pasado, cuando tantos “trajeron” al comandante Chávez para acabar con el desmadre y las luchas de los políticos. Que mucho de eso lo fue, aunque se quiera borrar de la memoria.

¿Otra vez de lo mismo, y en las actuales circunstancias? Eso es lo que preocupa y por momentos mete miedo.


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