En la actual Venezuela degradada, reprimida, hambreada, saqueada, bajo burda militarización, se espera y se necesita que quien escribe en un periódico de gran circulación, dignamente y con firmeza enfrente la barbarie y regularmente la denuncie; pero no a manera de una repetición automática, sino como expresión de una conciencia política y reafirmación de una debida valoración humana. Pero asimismo hay que reconocerle a esa persona que haya días en que con idéntico interés opte por abordar otros temas, gratamente referidos a la educación, la cultura, la salud, las condiciones de vida, el bienestar físico y anímico; y hasta para recordar e invocar a personas que sean y le sean de especial significación.

A partir de ello poco o casi nada diré hoy en relación con el régimen brutal que insiste en volvernos abominable la vida; y sí en cambio me referiré con admiración y afecto a un ser humano de enorme valor: la artista Elsa Morales, fallecida en marzo de 2007.

No siento la necesidad de ubicar la pintura de ella dentro de determinado género, tendencia o escuela; solo diré que me parece magnífica y que disfruto a plenitud en la contemplación de cada trabajo suyo. Sé, por otra parte, que no debo tildarla de ingenua, porque ella misma no se sentía ni se definía como tal. Tenía avidez por el conocimiento, que hacía de ella una persona informada de cuanto pasaba en el mundo y en especial en el campo de las artes plásticas, sumados sus viajes y exposiciones en centros importantes fuera de Venezuela.

¿Que tuvo una infancia dura de vivir allá en Guatopo donde nació?, ¿Que fue “muchacha de servicio” en casas y que hacía de mandadera y cargadora de agua en caminos de barro?, cierto, así fue; y ¿es verdad que de adolescente fue obrera textil y explotada aprendiz de costurera?, también es cierto. Pero no tardó en revertir el sentido o la esencia de todo ello, y así el barro antes pisado por sus pies descalzos pasó a ser modelado por sus manos, a las palabras y los colores los puso al servicio suyo, y como pintora hizo de las telas el soporte de muchas de sus creaciones, porque Elsa Morales era y fue desde siempre poeta y artista. Todo lo cual la define como una suerte de prestidigitadora, sabia en encontrar y disfrutar lo que de bueno hubiera en medio de la adversidad, y en diferenciar lo trascendente de lo circunstancial; capaz asimismo, de ennoblecer aun a los más humildes materiales a su disposición y de transmutarlos en obras que no cesan de maravillarnos y conmovernos.

Cuando pienso en los privilegios de que he gozado alguna vez, veo que dentro de ellos ocupa lugar relevante el haber podido visitar su casa y su taller en varias oportunidades, haber sido acogido por ella en ese grato espacio poblado de obras, haberla visto trabajar y jugar con los colores. En sus creencias, interés en lo telúrico, y ejercicios de fe, se sentía parte del cosmos, y su disposición a una convivencia armónica con la naturaleza era expresión concreta de su amor a la vida.

La unió a Aquiles Nazoa una antigua admiración y una amistad surgida de un encuentro casual, y a la muerte del poeta le dedicó un Canto que incluye esta confidencia que bien la retrata:

                “Quisiera descifrarte los arabescos de la

                 vida misma, pero tengo miedo.

                 Ese miedo de no saber decir las cosas”

Me he referido indistintamente a la pintora y a la poeta, y reitero que por siempre admiraré y celebraré a la Elsa Morales que en cada exposición nos brindaba nuevos elementos de fascinación.  


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