Para cualquier país, un cambio de gobierno se constituye en una oportunidad. Especialmente, cuando más que un cambio de nombres y de figuras implica un cambio de orientación en el modelo político de manejo del Estado. Es el caso de Brasil después de los gobiernos del Partido de los Trabajadores y de la interina administración de Michel Temer. Brasil tiene una oportunidad con Jair Bolsonaro, su nuevo presidente.

¿Qué puede esperarse de Bolsonaro en la conducción económica del gigante amazónico? Por de pronto ha admitido dos cosas: su desconocimiento en profundidad del tema económico y la convicción de que no puede incurrir en errores en esta materia. Hacerlo, piensa, sería condenar a su país al regreso de un modelo que terminó defraudando las aspiraciones de los brasileños y las expectativas de un continente en el que pesa tanto la posición de Brasil.

Una de las primeras medidas del nuevo presidente brasileño ha sido el nombramiento de Paulo Guedes como ministro de Economía, y de un grupo de expertos para posiciones como presidentes del Banco do Brasil, de la Caixa Económica Federal y del Banco Nacional de Desarrollo. Guedes, un experto que admite no saber mucho de política pero que cuenta en cambio con amplia experiencia en materia económica, no ha demorado en recordar su adhesión al lema de “menos Estado, más iniciativa privada” y de prometer, en consecuencia, un conjunto de reformas orientadas a abrir la economía, controlar el gasto público, privatizar y desregular. Ha anunciado ya medidas como la reestructuración de Petrobras y del sistema fiscal. Consciente de la necesidad de mejorar la situación fiscal, se propone revertir la creciente deuda pública que llega a 77% del PIB, retomar el crecimiento y empujar reformas estructurales en temas tributarios y de pensiones. El plan de gobierno incluye también la profundización de la reforma laboral y una apuesta fuerte por la apertura comercial de Brasil. El foco del programa económico está en retomar el crecimiento y hacerlo por el camino de una mayor participación privada.

El nuevo presidente no tiene garantizado ni el apoyo popular ni el institucional para desarrollar sus políticas. La resistencia al cambio tiene su propia fuerza. Las instituciones brasileñas son más descentralizadas y sólidas de lo que eran en el pasado y el presidente deberá contar con ellas, pero, sobre todo, con la prueba de fuego de una buena actuación, de resultados a corto plazo, de recuperación de fe en el futuro, de una estrategia capaz de conjugar audacia con paciencia, de atender las voces de la ciudadanía y las experiencias propias y de otros países.

Deberá, por ejemplo, considerar las dificultades por las que ha atravesado el gobierno de Mauricio Macri en la vecina Argentina y las realidades políticas y económicas capaces de facilitar o entorpecer un proceso. La complejidad que ha enfrentado Macri para instalar un modelo liberal e introducir reformas en sus primeros años de gobierno hace pensar en el comprometido y trabajoso camino que se le abre a Bolsonaro, expuesto a un posible rechazo político y sin el apoyo claro del Congreso.

La oportunidad para Venezuela pasa también por un cambio que permita la sinceración y la racionalización de su economía. Vivimos momentos en los que se vuelve imperativo que la dirigencia tome conciencia de esa necesidad y aliente la voluntad de tomar en el campo económico las duras medidas que se imponen para salir del estado de postración, desajuste y desorden en el que el país ha sido sumido. Corresponde al liderazgo no solo atender la crisis y concentrarse en su solución, sino muy especialmente estar pendiente de los riesgos y de los retos futuros. Es la única manera de evitar la caída en crisis recurrentes o en un estado de perpetua crisis como sistema.

La solidez del proyecto de Jair Bolsonaro deberá demostrarse. Su definición de principios y de propósitos le pone en el camino de los países que han logrado crecimiento y bienestar y facilita su inserción como actor con personalidad en una economía globalizada. Es la oportunidad de Brasil.

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