Una vez más aludimos a la conocida afirmación de que la presión política internacional por sí sola no tumba gobiernos, lo cual se complementa con la constatación de la experiencia de que sin la ayuda de esa presión internacional es difícil obtener la salida de un gobierno que haya perdido su legitimidad. Tal el caso de Venezuela.

Por más que los que hoy manejan el timón de los destinos de la patria lo hayan impedido, el tema de la situación venezolana ha trascendido de la escena interna para pasar a la regional y hasta la mundial, según se desprende de los últimos acontecimientos. De nada han valido los socorridos argumentos de la “soberanía” interpretados como la libertad para hacer lo que venga en gana siempre que sea dentro del territorio nacional, aun cuando ello viole los principios básicos de la convivencia universal. No importa mucho lo que proclamen los próceres de la “nomenklatura” revolucionaria. La realidad habla por sí sola, les guste o no. Además las redes sociales nos permiten enterarnos de todo cuanto acontece aun cuando Conatel pretenda –inútilmente– impedirlo.

Ya traspasados los límites de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (de la que Venezuela se excluyó). Agotadas las instancias de la OEA (de la que Venezuela también anunció su preaviso de retiro) hasta el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde hace apenas días se llevó a cabo una sesión dentro del formato conocido como “fórmula Arria”, como en la 73ª Asamblea General en Nueva York, desde cuyo inicio el pasado lunes el tema Venezuela ha ocupado gran parte de los discursos y cabildeos, incluida la solicitud de apertura de una investigación ante la Corte Penal Internacional suscrita no por uno sino por seis Estados partes, como la recientísima (jueves) Resolución del Consejo de Derechos Humanos de la misma ONU, con sede en Ginebra, condenando al régimen y requiriendo que se abra a la ayuda humanitaria, demuestran sin lugar a dudas que el oxígeno que antes tuvo el socialismo del siglo XXI está escaseando en forma crítica.

Bien lo dijo el señor Maduro en Nueva York durante el extensísimo discurso del pasado miércoles cuando afirmó que su gobierno está siendo cercado en todos los frentes. Lo que no dijo fue que ese cerco se produce como consecuencia y respuesta a las acciones violatorias que lleva a cabo el grupo que se ha apropiado de los resortes del Estado. Hasta tuvo la temeridad de invocar una pretendida legitimidad sustentada en las cifras de la “elección” del 20-M, cuya farsa es del dominio público nacional e internacional. Todo ello sin olvidar la bufonesca invitación al presidente Trump para reunirse con él para limar las asperezas que los separan. Para eso –como desafío y abreboca– incluyó en su delegación oficial a los más recientes sancionados por Washington (Cilia y Jorge Rodríguez), seguramente para que hagan su última gira de compras por Macy’s, Sacks Fifth Avenue o Bloomingdale antes de que la historia los alcance.

Cómo serán de adversos los vientos que soplan para la dictadura cuando en la propia Asamblea General se vota en forma aplastante por la adopción del principio de la “responsabilidad de protección” que asiste y obliga a la comunidad internacional a proteger a los pueblos de los abusos a que puedan estar sometidos por sus propios gobiernos.

Y qué decir de la sesión del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Ese Consejo, por insólito que parezca, tiene 47 miembros que incluyen en la actualidad y desde hace años a algunas de las más feroces dictaduras del planeta (ratones cuidando queso) y, sin embargo, aprueban por fulminante mayoría (23 a favor, solo 7 en contra y 17 abstenciones) una resolución altamente crítica a Venezuela que incluye, además, el encargo a la nueva comisionada para los Derechos Humanos (la otrora “alta pana” Bachelet) para confeccionar un informe donde se dilucide si hay o no abusos y crisis en Venezuela.

Pareciera que estamos en presencia de los últimos manotazos de desesperación que podrían extenderse hasta que China –y un poco menos Rusia– lleguen al precio que su interés geopolítico haya establecido como tope para asegurar su presencia en América Latina. Hasta entonces, es necesario el milagro de trabajar con unidad sabiendo que el mayor y más decisivo esfuerzo es el que nos compete a nosotros, los de a pie.


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