Bien conocido es el refrán que reza: “En el país de los ciegos, el tuerto es rey”. Al expresarlo, aclaro que no soy precisamente del tipo de personas dadas a la autoflagelación, ni en lo individual ni como miembro de nuestra nación venezolana.

Frente a la dilemática realidad que sufrimos es preciso hacer hoy una específica reflexión, punto por punto, para alertar sobre la vital rectificación de posiciones que, lejos de ayudarnos a la superación de esta trágica situación que sufrimos como país, nos conducirían a la desesperanza y a la derrota, frente a la genocida narcotiranía castrocomunista que subyuga nuestra Venezuela. Veamos:

A) El efecto espejo retrovisor: El peor obstáculo y trampa con el que nos estamos enfrentando las personas, organizaciones e incluso gobiernos de diversos países, somos nosotros mismos, al dedicar atención en demasía a aspectos del pasado que nos dividen y no nos permiten contextualizar adecuadamente el proceso presente, que nos está arrollando a todos. 

En el caso venezolano estamos obligados a actuar en una emergencia que, antes que nada, salve a las personas del hambre y las enfermedades. Salvar también el residual tejido social-moral de la familia venezolana, para liberar nuestra nación hoy secuestrada por la delincuencia organizada transnacional, que la oprime, saquea y asesina, día tras día.

La sociedad estadounidense, así como la mundial, ha comenzado a enfocarse en reinterpretar el modo suicida cómo se habían estado comportando algunos de sus principales actores, aliados e intereses (los casos de Cuba, en América Latina, y el de Arabia Saudita-Yemen, en el Medio Oriente, podrían servir de ejemplos), para buscar un mejor entendimiento y cooperación, a los efectos de generar soluciones para las naciones. 

Es vital poner remedio a las realidades de descomposición, más que amenazas, causadas por el narcotráfico y lavado de capitales; la perversión de la corrupción y desequilibrios de las economías a escala mundial y, por tanto, la extensión del terrorismo e inmigración descontrolada, por solo mencionar algunas de las situaciones de mayor emergencia. Están otros temas muy importantes como la protección ambiental, la energía, el agua y los suelos, además de la promoción del conocimiento y el intercambio cultural, indispensables para la convivencia pacífica de la humanidad.  

B) El efecto ego-istmo: Estamos constantemente construyendo paredes entre actores que deberían estar obligados a actuar concertadamente. Para ello, la construcción de puentes es el deber ser de todos los que amamos nuestro país y nuestra sociedad mundial. 

En las actuales circunstancias venezolanas, siento la intransferible e irrenunciable responsabilidad de alertar a todos los miembros del TSJ en el exilio que, aunque fueron legítimamente designados por organizaciones partidistas representadas en la Asamblea Nacional de Venezuela, están ahora bajo sus propios deberes individuales y, como cuerpo colegiado, obligados a actuar en función de los más altos intereses nacionales. En ningún caso deberán responder a intereses de personas, grupos o partidos que, pudiendo tener apetencias de poder, deseen recobrar oportunidades de reincidir en la obtención de favores que les permitan la reedición de la subyugación del prójimo (quítate tú para ponerme yo), y/o pretendan presionar e influir el ejercicio absolutamente independiente de sus funciones; a la sombra de supuestos apoyos o amiguísimos. 

El TSJ no debe ni puede erigirse en protagonista único para la construcción de la fórmula de transición necesaria hacia la democracia en Venezuela. Ello lo convertiría en parte del problema, en lugar de ser facilitador de la solución. Ello no solo lo llevaría a él, sino que podría arrastrarnos a un desastroso revés a todos los que le reconocemos, apoyamos y consideramos institución fundamental del Estado.  

El TSJ es variable óptima y clave en la ecuación para la superación de la tiranía. Por ello advierto que una deslegitimación de desempeño de nuestro TSJ en exilio comportaría una de las más graves consecuencias que podríamos afrontar, y podría  favorecer el alargamiento agónico del régimen por un plazo indeterminado, lo que sería de la más absoluta irresponsabilidad y hasta se podría considerar traición, frente a las circunstancias de vida o muerte en las que se encuentra nuestro pueblo venezolano.

C)  “Un ojo de la cara”. La familia contra el hampa:

Para algunos de nosotros, a los que la primera idea de nación nos viene del privilegio de haber crecido en una familia de bien, considerarnos hermano de personas que por su integridad, lealtad y dedicación a nobles causas son sembradores de valores, para una mejor sociedad venezolana e internacional, es un verdadero privilegio. Por ello, escogidos por la Providencia para vivir entre dichos hermanos, debemos honrar, por encima de todo, tal compromiso. Los que hemos respetado y promovido la necesidad de sumarnos como otros hermanos de la vida no podemos flaquear en asumir una posición irreductible de actuación clara y sin signos acomodaticios. 

Como nos dice Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”. Dios está entre nosotros para darnos fuerza y cobijo frente a nuestras propias debilidades. A nuestro pueblo le ha costado mucho más que “un ojo de la cara” todo el aberrante saqueo al que ha sido sometida, y no puede tolerar la situación de inconsecuencias de seres irreflexivos y llenos de ego sobre la oportunidad y compromiso que tenemos de salvar nuestra nación.

La corrupción no solo es robar capital del Tesoro de un país, también es robar la esperanza y oportunidad a una nación que sufre por superar la mediocridad que encierra el mencionado refrán: ¡en el país de los ciegos el tuerto es rey!

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