Frente a las variables de los procesos productivos y de evolución de las otras naciones, Venezuela presenta una condición de crisis determinada por la acentuación de la dependencia económica y financiera, la  falta de producción de bienes y servicios, la inadecuada política macroeconómica que desembocan en un importante diferencial cambiario y la práctica de una política monetaria causa no secundaria de una hiperinflación destructora de los ahorros de los venezolanos.

Es una situación que requiere un cambio radical de las políticas macroeconómicas y fiscales y que implica la salida del gobierno del régimen socialista bolivariano, pero que, en nuestra opinión, no tendrá los efectos de recuperación deseados si no serán enfrentadas con igual rigor las problemáticas inherentes la existencia y funcionalidad del Estado-nación, posiblemente postulando una reforma constitucional fundamentada en la transformación de la arquitectura de la república presidencial en un racionalismo jurídico-administrativo representado por una república parlamentaria que es más coherente y adecuada a la estructura de la sociedad venezolana, su evolución y asimilación de los principios ínsitos en el concepto de democracia.  

Se ha generado una incertidumbre que implica la necesidad de precisar la naturaleza del régimen político, su apego al Estado de Derecho y a los valores éticos y morales consustanciales con la democracia real: esta debe ser reafirmada empezando por la eliminación de cualquier deformación formal  definida por el ejercicio del poder de la revolución bolivariana, cuya  operatividad deja lejos la dignidad del “Ser” del hombre y que, al contrario, utiliza las condiciones de pobreza a las cuales ha sido llevado para imponer su dependencia política; la tipificación del sistema democrático debería sustanciarse no solo a través de la división de los poderes, sino por la reestructuración  del sistema productivo y la creación de condiciones de  competitividad y productividad;  los aspectos sociales en sanidad, alimentación,  educación, viviendas, organización de vida de la juventud y de  los ancianos deben ser replanteados con el soporte de infraestructuras para implementar el desarrollo y facilitar las inversiones productivas nacionales y extranjeras.

Considerando que el Fondo Monetario Internacional ha señalado que el producto interno bruto venezolano en 2017 se contrajo 12% y que en lo que va de 2018 la inflación se ha acelerado en límites de insostenibilidad para la supervivencia de 90% de la población, es imperativo aplicar un régimen de cambio diferenciado, controlando los consecuentes brotes de especulación, con una visión de ajustes graduales que permitan explotar la hipótesis de productividad e inducir perspectivas para que el aumento del empleo se traduzca en mejoras de las condiciones de vida de los ciudadanos.

Pero el crecimiento del país no deriva solo de aspectos coyunturales de la economía, científicamente previsibles y técnicamente evitables, sino de una programación adrede perpetrada por los factores políticos y perfeccionada por los organismos institucionales mediante la adecuación a las exigencias de la sociedad en función del proyecto económico, político y social, por supuesto en clara contraposición al social comunismo bolivariano que como sabemos o deberíamos saber, en las palabras de Alain Finkrekault (2013), ha empujado la ilusión de “… querer abolir la distancia entre los individuos y pretender remediar su soledad con la institucionalización de la fraternidad y la transparencia, pero que no ha abierto a los hombres el camino al paraíso, sino que ha construido metódicamente el infierno en la Tierra”. 

El deterioro ha sido de tal magnitud que la resolución del 2 de marzo de 2017, tomada por el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara Alta de Estados Unidos de América, fue inevitable. Habida cuenta de que el gobierno venezolano ha fallado en cumplir sus compromisos en el diálogo que todavía respalda el Vaticano para una solución pacífica y democrática de la crisis, entre otros aspectos la mencionada resolución así reza: “Considerando que la situación política, económica y de crisis humanitaria está impulsando las tensiones sociales que resultan en un mayor número de incidentes de inestabilidad pública, saqueos, violencia entre ciudadanos y un éxodo de venezolanos al extranjero;  Considerando que Caracas continúa teniendo la tasa de homicidios per cápita más alta del mundo con 120 por cada 100.000 ciudadanos, de acuerdo con la oficina de drogas y crimen de la Organización de Naciones Unidas; Considerando que el deterioro del ejercicio del gobierno ha exacerbado la corrupción y que autoridades en cargos públicos se inmiscuyan en el tráfico de narcóticos ilícitos y actividades relacionadas al lavado de dinero”;…el Senado estadounidense: “Llama al gobierno de Venezuela a que libere inmediatamente a todos los prisioneros políticos y a respetar la legislación humanitaria reconocida internacionalmente; Apoya los esfuerzos de un diálogo que lleve a respetar los mecanismos constitucionales de Venezuela y resuelva la situación política, económica y social y de crisis humanitaria; Reafirma su apoyo al secretario general Almagro en la invocación del artículo 20 de la Carta Democrática Interamericana y urge al Consejo Permanente de la organización, que representa a todos los Estados miembro, a realizar un análisis colectivo del desempeño constitucional y orden democrático en Venezuela; Llama al gobierno venezolano a asegurar la neutralidad y profesionalismo de las fuerzas de seguridad y respetar el derecho de los venezolanos a la libertad de expresión y de asamblea;… Urge al presidente de Estados Unidos a proveer apoyo total a la Organización de Estados Americanos en favor de soluciones democráticas y constitucionales al impasse político, e instruye a las agencias federales apropiadas a que sancionen a los responsables por las violaciones de las leyes de Estados Unidos y a los que son violadores de los derechos humanos internacionalmente reconocidos”.

¿Es esta la manifestación de una política intervencionista en los asuntos internos o es un pronunciamiento de solidaridad humana, social y política con el pueblo venezolano frente a la falta de liderazgo de una oposición que es representada por una Asamblea Nacional impotente, capaz de nombrar un Tribunal de Justicia que puede actuar solo fuera del territorio nacional no teniendo sus deliberaciones operatividad jurisdiccional, siendo esta una atribución tomada impropiamente por el régimen dictatorial?

La dependencia del extranjero de la aplicación de los principios y valores definidos por la Constitución queda demostrada, así como la necesidad de que cada ciudadano realice su análisis y ofrezca su personal contribución cual expresión de su sentido de “Patria” y de responsabilidad en la lucha para la afirmación del imperio de la ley, la separación de poderes, para la recuperación  de los valores de la ética y de la estética, de los principios del derecho individual y colectivo que han identificado la sociedad venezolana con su propia historia y peculiaridades del concepto de Estado y de nación soberana, libre e independiente. No cometemos un exabrupto si afirmamos que la contraposición existente se sustancia en la necesidad histórica de determinar un propio modelo de desarrollo democrático, sin el predominio de una ideología preconstituida.

En las palabras de Ralf Dahrendorf (1991): “El camino de la libertad no es el camino que lleva de un sistema a otro, sino el que conduce hacia los espacios abiertos de infinitos futuros posibles, algunos de los cuales compiten con otros. Esa competencia hace la historia”.  Y añade con clara percepción del hito que la globalización pone al mundo contemporáneo: “Para concretar la idea con el máximo rigor, podemos decir que si el capitalismo es un sistema, debe ser combatido con la misma intensidad con que tuvo que ser combatido el comunismo. Todos los sistemas significan servidumbre, incluso el sistema natural de una total primacía del mercado, en el cual nadie intenta hacer otras cosas que seguir las reglas del juego descubiertas por una misteriosa secta de consejeros económicos”. No obstante, las instancias de renovación constantemente perviven como evolución ínsita en el porvenir del espíritu el hombre.    

En suma, trata de hacer una descripción dentro de la arqueología de la nación usando la historia de las ideas como una disciplina de los lenguajes flotantes, de las obras informes de los temas no ligados. Análisis de las opiniones más que del saber, de los errores más que de la verdad, no de las formas de pensamiento, sino de los tipos de la mentalidad que se ha impuesto para el uso del poder y que ha determinado en el tiempo el deterioro al cual la nación venezolana se queda sometida. Es la misma historia de las ideas que se achaca a la labor de atravesar las disciplinas existentes, tratarlas y reinterpretarlas, para prospectar un estilo de análisis, un dominio marginal, un sistema de perspectiva sobre el cual fundamentar el cambio necesitado.

Se trata entonces de tomar a cargo el campo histórico de las ciencias, de las literaturas, de las filosofías y de la política, en el que se describen los conocimientos que sirvieron de fondo empírico y no reflexivo a formalizaciones ulteriores, a partir de las representaciones recibidas o adquiridas, de la génesis que dará  nacimiento al sistema y a las obras que lo constituirán de acuerdo con la nueva definición del patrón del ejercicio del poder.

No las ideologías tradicionales caducadas, sino la historia de las ideas es precisamente la disciplina de los comienzos y los finales, asimismo, la descripción de las continuidades oscuras y los retornos, la reconstitución de los desarrollos en la forma lineal de la historia. De esta forma lo describe Foucault (2002):

“Pero también, y con ello, puede incluso describir, de un dominio al otro, todo el juego de los cambios y de los intermediarios; muestra cómo el saber científico se difunde, da lugar a conceptos filosóficos, y toma forma eventualmente en obras literarias; muestra cómo unos problemas, unas nociones, unos temas pueden emigrar del campo filosófico en el que fueron formulados hacia unos discursos científicos o políticos; pone en relación obras con instituciones, hábitos o comportamientos sociales, técnicas, necesidades y prácticas mudas; trata de hacer revivir las formas más elaboradas de discurso en el paisaje concreto, en el medio de crecimiento y de desarrollo que las ha visto nacer”, pero jamás  completar ni en sus formas ni en sus funciones.

Esta descripción se convierte en sí en elemento importante en la discusión acerca de las perspectivas del futuro del país que vienen reducidas en la participación a las elecciones presidenciales, sin convertir en eje central de la confrontación los distintos pensamientos económicos, políticos y sociales que estuvieron rodeando la estructura arqueológica que condujo a la formalización de la corriente estructuralista sobre las cuales se pudiere construir el país. Frente a esta ausencia,  la historia de las ideas pregonada por Foucault se convierte en último análisis en la disciplina de las interferencias, en la descripción de los círculos concéntricos que rodean las obras: las subrayan, las ligan unas con otras y las insertan en todo cuanto no son ellas.

Estos dos papeles de la historia de las ideas que sumariamente se han descritos, presentan en su más amplio fundamento la articulación que tiene uno sobre el otro. Esta queda  representada en forma más general de lo que significó la teoría clásica económica en América Latina antes, durante y después de los períodos de la Segunda Guerra. Es decir, se describe de la forma más general, sin cesar y en todas las direcciones en que se efectúa, el paso de la no-filosofía a la filosofía, de la no-cientificidad a la ciencia, de la no-literatura a la obra misma.

Es una arqueología que comprende todo lo que estuvo implícito antes de la concreción del pensamiento “cepalino”, es decir, la historia de las ideas que desde los años cincuenta llegaron a influir en las actuaciones de los gobiernos latinoamericanos y que, en sí, constituyó la esencia fundamental de dicha corriente económica que permitió enrumbar los países de Latinoamérica hacia la democracia, la libertad, la modernidad y que ahora, en la evolución del mundo globalizado y en las articulaciones de la política y de la economía internacional, puede encontrar en la superación de la crisis vivida por Venezuela, la recuperación de su soberanía y de su identidad, la fuerza y la capacidad para enfrentar los retos del siglo XXI.


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