El ser humano contiene todo lo que está arriba en los cielos  y abajo sobre la tierra, tanto las criaturas terrestres como las celestes. Por esa razón E.G.A.D.U. (Dios) eligió al ser humano como su divina manifestación.

Ningún mundo podía existir antes que Adán (humano primigenio – conciencia abierta) cobrara vida, pues la figura humana contiene todas las cosas, y todo lo que es existe en virtud de él. Según la Cábala, E.G.A.D.U. creó primero a un ser perfecto llamado «Adam Cadmon», es un reflejo de la unidad que se vuelve manifiesto al extenderse la existencia desde la divinidad hasta la materialidad, antes de volver a fundirse de nuevo en el fin de los tiempos.

Concebido con forma humana, contiene todo aquello que es necesario para completar la tarea de la semejanza divina: es a la vez espejo y observador, y dentro de su ser posee «voluntad, intelecto, emoción y capacidad de acción». Pero ante todo es consciente de lo «divino», aunque en el momento de su inspiración solo tiene un conocimiento «inocente» de ello, lo mismo que un pez es inconsciente del mar en el que existe. Solo en el transcurso de su existencia logra por experiencia conocer los aspectos de la divinidad.

Con la intrusión de «la tentación» en su mundo idílico se dio la ruptura deliberada de la única regla que se le había impuesto. Con ello llegó el conocimiento del mundo de la creación y la posibilidad de comer del árbol de la vida y así fue arrojado al mundo inferior de la materialidad y recibió «la túnica de piel o sea su cuerpo carnal». Se somete al mayor número de leyes para resguardar al Universo de las consecuencias de su «libre albedrío» y de esta manera el ser humano experimenta todos los niveles de la existencia: tanto hacia arriba como hacia abajo en su intento de recuperar su estado primigenio: *el ser humano intuicional*, pues no tenía desarrollado el órgano de la razón, que es propio de este plano. Solo intuía, y este estado lo hacía estar en contacto directo con E.G.A.D.U. Decíamos que el «ser humano primigenio» está dotado de voluntad, intelecto, emoción y capacidad de acción. La razón es una facultad intrincadamente humana, es justamente el modo humano de la inteligencia, la inteligencia discursiva, el ámbito de la mente. El intelecto puro que conlleva la llamada «intuición intelectual o inspiración», es en cambio un órgano, por así llamarlo, de un nivel suprahumano, puesto que es una participación directa de la inteligencia  universal. Este órgano suprahumano posibilita el conocimiento directo o visión inmediata de la realidad absoluta, con él se llega al conocimiento «puro o trascendente».

Simbólicamente, las facultades «razón e intelecto» se les ha asimilado al cerebro y al corazón respectivamente. El cerebro es un transmisor, un órgano de la reflexión o de transformación, y por eso el pensamiento es «racional», es un pensamiento reflejado o indirecto, como visto a través de un espejo. De allí que la razón se identifique con el pensamiento especulativo.

Un ejemplo práctico sobre la razón es la luna: su luz es un reflejo de la luz del sol. En cambio el sol es la representación de «la inteligencia intuitiva», es directa e inmediata. La luna ilumina, pero no podrá hacerlo sin la luz del sol, de la misma manera que la razón no puede funcionar en el orden de la realidad, sino bajo la garantía de los principios que la iluminen, que no es otra cosa que «el intelecto superior».

Debido a la ceguera, el pensamiento racional ha caído en lo infrahumano y ha producido esta vasta organización material que corporiza al mundo. La intuición intelectual es una percepción directa de la verdad. La intuición es supraracional, la cual el mundo moderno ha perdido hasta la simple noción, es el verdadero conocimiento del corazón.


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