El conocimiento suprarracional, tal conocimiento en sí, es incomunicable y es preciso haberlo realizado para saber que es verdaderamente. No se puede encarar filosóficamente, o sea desde afuera, porque «la filosofía es un conocimiento humano y racional», como todo saber profano.

Todo conocimiento «infrahumano» es una participación lejana del conocimiento puro, así como la luz de la luna, no es más que un pálido reflejo de la luz del sol. El «conocimiento intuitivo o del corazón» es la percepción directa de la luz inteligible, esa luz del verbo, de la que nos habla el apóstol san Juan en su Evangelio al comienzo: «Al principio era el verbo, y el verbo estaba en Dios, y el verbo era Dios». (Jn. 1:1). Este plano físico nos dificulta con su dualidad que lo hace denso, y para poder comprender la luz, hay que trascenderla, para poder llegar a un conocimiento realmente «metafísico».

La «intuición» trasciende lo humano y supone una comunicación con los planos superiores. Se trata del conocimiento puro y es en sí mismo incomunicable por el hecho de ser «inexpresable», las cosas del espíritu, del espíritu son. Para llegar a estos planos superiores es necesario realizarlo efectivamente, lo cual supone una «iniciación» que consiste en una iluminación interior y despertar las facultades «intelectuales intuitivas» con el apoyo de los símbolos visuales y sonoros. No se usa el lenguaje, ya que este es analítico y no sintético como el símbolo.

El lenguaje es discursivo y racional, y no es más que una preparación para el verdadero conocimiento, tal preparación constituye el camino de la filosofía en sus orígenes; es un punto de apoyo para ascender al intelecto, pero en la actualidad es incapaz de iniciar al ser humano en el camino de la realidad absoluta, para acceder a esta realidad hay que superar el plano mental, plano en el que discurre la filosofía moderna. La expresión mental no es más que un conocimiento por reflejo, como las sombras que ven los prisioneros en la caverna simbólica de Platón, un conocimiento indirecto, por lo tanto exterior. Ir de las apariencias a la realidad supone elevarse de las sombras a la luz, de la ilusión a la verdad. Esto implica la renuncia a lo mental, es decir, a toda facultad discursiva, que es impotente para llegar al conocimiento puro. La razón no puede superar los límites impuestos por la misma naturaleza, pero la «intuición» puede trasponer ese límite por tratarse de una facultad «suprarracional», metafísica.

Cuando se ha pasado de la razón al intelecto, toda especulación mental, toda dialéctica, toda discusión, pierden absolutamente finalidad y son desechadas por inútiles. Al que ha llegado a ver la luz directa de la verdad les son inútiles los instrumentos de la razón que lo aprisionan a la forma y multiplicidad.

Con este escrito trato de hacer comprender que el mundo camina inmerso en un mundo de tinieblas, mineral, material, y significa para el ser humano, el alejamiento de ese «estado primordial» de verdadera sabiduría.

El ser humano está ilusionado por lo «fenoménico» y lo «sensible”: ceguera espiritual. Si nosotros queremos en verdad liberarnos, si anhelamos la auténtica felicidad, necesitamos en forma urgente e inaplazable introducirnos en la revolución de la conciencia.

Es nuestro deber «despertar la conciencia» para ver el sendero hacia la verdad absoluta. Un día vendrá en que el buscador del «real sendero» despierte conciencia, entonces podrá ver al G.A.D.U. y recibir sus órdenes directas y obedecerlas conscientemente, como por ejemplo Moisés recibió las Tablas de la Ley en el Monte Sinaí, directo del G.A.D.U.

Nuestros símbolos nos sirven como soporte para conocer el «verdadero secreto masónico» y solo tú lo puedes lograr con el método, conocimiento y la «intuición». Piensa como los grandes filósofos, piensa como los sabios, pero exprésate con sencillez para que te entiendan y comprendan.


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