No tiene nada de raro que López Obrador haya montado una campaña a favor de la inevitabilidad de su victoria. Siendo altamente discutible el fondo, la lógica del arroz cocido es impecable: ya gané, y entre más gente crea que ya gané, más probable se vuelve que gane. El capítulo más discutible de esta campaña yace en su corolario: hasta Peña Nieto ya sabe que ya gané, está actuando en consecuencia y se comienza a fraguar el nuevo pacto de impunidad.

Las señales son múltiples, y convincentes. Yeidckol Polevnsky ensalza a Raúl Cervantes, once and future candidato de EPN  para ocupar un asiento en la Suprema Corte y para cuidarle sus vulnerables espaldas. La misma dirigente de Morena sentencia que Alejandro Gutiérrez es un preso político de Javier Corral, y lamenta lo que ha padecido Manlio Fabio Beltrones por culpa del gobernador de Chihuahua. El Partido Verde abandona al PRI en Chiapas, lanza su propio candidato a gobernador, que ipso facto llama a votar por AMLO. Este último, a su vez, emite una declaración insólita, que se agrega a sus diversos indultos anteriores a EPN, en la que llama a “respaldar al presidente hasta que termine su mandato”, y establece una serie de condiciones para el período de transición. Entre ellas figuran la vigencia de una política económica única (falso: el presupuesto 2019 se elabora al alimón entre los dos equipos), la autonomía de Banxico, una aceptación tácita de que EPN conduzca las negociaciones con Estados Unidos hasta el 30 de noviembre, y sobre todo, un rechazo a “juzgar” al sexenio de Peña Nieto, después de haberse pasado más de cinco años criticando y denostando todo lo que se ha realizado durante ese lapso. Cómo un líder opositor puede abstenerse de “juzgar” a su adversario en plena campaña electoral rebasa mi entendimiento, pero no parece perturbar mayormente los números de AMLO en las encuestas.

Lo normal sería que una candidatura que se nutre del repudio al gobierno y en particular a Peña Nieto, y que se ha fortalecido al llegar casi a monopolizar la postura antisistémica, no debiera poder cambiar de canal tan fácilmente y llegar a un acuerdo casi público con el objeto previo de su ira. O en todo caso de la ira de sus seguidores: estoy seguro de que si se le preguntara a los votantes potenciales de AMLO si aprueban la idea de un pacto con EPN, la respuesta resultaría ser abrumadoramente negativa. Pero o bien no se han enterado, o no lo creen posible de su líder, o ya no les importa nada salvo ganar el 1 de julio.

¿Qué obtiene cada quien en el pacto? Peña, la libertad para él y su familia. No es poca cosa. Del lado de AMLO, el intercambio es más complejo. Para empezar logra que lo que le faltó en 2006 y 2012, y que probablemente le costó ambas elecciones: evitar que le “echaran montón”. En esos comicios tanto Vicente Fox como Felipe Calderón jugaron a y organizaron la segunda vuelta virtual: unificaron todas las fuerzas y poderes fácticos en favor de una candidatura, la que rivalizaba con AMLO. Si creemos las versiones de innumerables columnas políticas y un video de Ricardo Monreal, Peña Nieto se negó a actuar de la misma manera que sus predecesores al pedírselo una representación de los grandes empresarios de México. Asimismo, todo sugiere que los gobernadores priistas –los pocos que quedan– no solo no se están prestando al juego en cuestión, sino que tal vez hayan pactado el voto útil no a favor de Anaya, sino de AMLO. No debiera extrañar a nadie. Por último, Andrés Manuel recibe, por parte de los poderes fácticos sensibles a la influencia presidencial, un trato amable o francamente condescendiente, lo cual siempre es bienvenido.

¿Qué dirá la historia del pacto de impunidad AMLO-EPN? Si el electorado no lo castiga –y creo que sí lo hará– el juicio podrá ser severo.


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