Para el agonizante régimen de usurpación no existen el hambre, la escasez, la inseguridad o la hiperinflación, sencillamente, los voceros y la cúpula militar no las padecen. Y, como mentirosos patológicos, presumen del término patria, cuando en realidad esta se cae a pedazos y, lo que es peor, en medio de una creciente desnutrición y muerte de un elevado número de venezolanos por mengua de alimentos y medicinas.

El “socialismo del siglo XXI” “asesinó” un país y sus ciudades (paíscidio y urbicidio) y lo dejan en ruinas e incapacitado para honrar sus compromisos. Un caso de destrucción sin igual en la historia. Hasta en medio del totalitarismo y la barbarie del nazismo alemán, uno de sus jefes militares en París, Von Choltiz, decidió incumplir órdenes para evitar la destrucción de esa hermosa ciudad: voces que se alzaron para impedir la destrucción de la historia y del legado cultural de la humanidad.

También han asesinado la moneda: el bolívar. La grotesca hiperinflación provocada por un régimen desalmado ha sustituido la moneda por el trueque, como estaba contemplado en el proyecto de “Estado comunal”. Esta terrible realidad hace palidecer lo ocurrido en la República de Weimar, que experimentó la más extraordinaria inflación de país europeo alguno.

La destrucción ocasionada es una característica exclusiva del modelo, y todos los méritos de esa catástrofe recaen sobre los responsables de implantarlo y por quienes lo representan en el mundo. Todo ha sido arrasado o robado. Lentamente salen a la luz los responsables del hurto; quien fuera tesorero del país, o quien ejerció como embajadora en el Reino Unido (reseña aparecida en el periódico El País) o quien dice ser actor y recibió unos cuantos millones de dólares para hacer una película, hace ya una ristra de años, y todavía estamos a la espera del guion.

Pensaba en esas pequeñas historias de costosos caprichos sufragados a costa de las medicinas, la electricidad y el agua de los venezolanos. Embajadores destituidos atrincherados en la sede diplomática mientras el sustituto despachaba desde un hotel. Decenas de miles de dólares malversados. Pensaba también en las onerosas campañas publicitarias para promover fracasos: las cooperativas, la producción hidropónica o la ruta de la empanada.

Esa inmensa devastación y ese monumental robo, junto a una creciente inseguridad, la padecen todos los ciudadanos. El régimen, no contento con el daño ocasionado, coloca containers y camiones repletos de gasolina en la frontera con el fin de impedir el ingreso de las medicinas y alimentos que la ayuda internacional ofrece a los venezolanos. Esta imagen obstaculizando la ayuda a los ciudadanos define a la dictadura venezolana y permanecerá como su símbolo.

En un encuentro a través de Webinar, promovido por el Instituto de Políticas Migratorias de Estados Unidos, en el cual se presentaron los hallazgos del estudio sobre la diáspora venezolana y las políticas de los Estados latinoamericanos, recibí mensajes de preocupación, tristeza y dolor relacionados con la tragedia humana que sufren los venezolanos todos. En particular, expresaban su angustia por los compatriotas que duermen en las calles mientras el régimen, aferrado a un clavo caliente, baila, se burla y erige obstáculos para frenar la cooperación internacional.

Una dictadura necrofílica hace realidad el último término del eslogan calcado a la dictadura cubana: muerte. Nos asombra su actitud de burla ante el dolor y el sufrimiento de los venezolanos y nos preguntamos: ¿cómo es posible que un régimen pueda albergar tanto odio hacia sus ciudadanos?, y frente a la disyuntiva de aceptar la ayuda humanitaria o la muerte, opta por esta última.

La inmensa mayoría de quienes padecen la situación tiene un familiar o amigo en la diáspora por quienes la dictadura venezolana manifiesta una indiferencia mayúscula, al punto de desconocer y negar su existencia. El divorcio del régimen venezolano de quienes han migrado es absoluto, y viceversa. Por ello, los embajadores y embajadas del régimen se dedicaban a otros menesteres, tampoco para ellos existían venezolanos fuera del país, lo contrario implicaba la pérdida del cargo.

En ese contexto de desconocimiento y desprecio, se constituyeron “asociaciones y organizaciones diaspóricas” en todas las ciudades y países. El volumen y diversidad en algunas de ellas se tradujo en la creación de organizaciones especializadas y sectorizadas: petrolera, libertad de expresión, salud, género, etc.

Estos espacios, verdaderos hervideros de ideas, proyectos e iniciativas, hoy, afortunadamente, ofrecen todo su know how y su capital social y expresan al nuevo gobierno y sus embajadores su disposición a trabajar conjuntamente con quienes optaron por quedarse en el país, para recuperar las libertades y la democracia, poder iniciar el proceso de reconstrucción de Venezuela y así colocarla en el sendero de la decencia y la modernidad con absoluta conciencia de la magnitud del daño ocasionado por el “socialismo del siglo XXI”.

El trabajo de las “asociaciones diaspóricas” se diferencia poco del realizado por las asociaciones en Venezuela: encuentros después de las jornadas laborales, los fines de semana, con escasos recursos. Dedican un valioso tiempo a pensar y construir el proceso de recuperación de la democracia. Elaboran los proyectos para recuperar a Pdvsa, las empresas de Guayana, las empresas del Estado, Internet, el sector eléctrico, la educación y la salud; a la forma de recuperar la cultura del trabajo, etc. En cada caso analizan la magnitud del daño infligido buscando las soluciones más adecuadas.

Las “organizaciones de la diáspora” ya le han manifestado al presidente Juan Guidó, por activa y por pasiva, su deseo de integrarse al desarrollo del país. Ese apoyo cuenta, además, con el respaldo internacional. Los países amigos de toda la vida, a los que nos unen lazos sociales, económicos, culturales y políticos lo han expresado con palabras y hechos, pese a los esfuerzos de este régimen de sustituirlos por sus socios ideológicos como Irán, Cuba o el Hezbolá. La designación de los nuevos embajadores posibilita el aprovechamiento pleno de este compromiso.

Hoy el lema con el cual convocan los eventos las organizaciones de la diáspora es el de su papel en la construcción del nuevo país o en la reconstrucción de Venezuela. La nueva realidad política facilita la conexión fluida de esta con su país de origen en todas sus áreas de especialización: microcrédito, energía, ambiente, salud, medios de comunicación y un extenso etcétera.

Por fortuna, el nuevo gobierno es consciente de la importancia de la diáspora. En el terreno electoral es fundamental para animar el registro de millones de venezolanos y acompañar el proceso de votación. En el área de la difusión de tecnologías, desarrollo tecnológico e innovación. En la promoción de la productividad y la cultura del trabajo. En el ámbito de la “justicia sin fronteras” y amparados en el marco legal con el fin de recuperar los activos robados al país. En la esfera del medio ambiente. En todos estos terrenos es mucho lo que los venezolanos fuera del país pueden aportar.

En el plano económico y en del emprendimiento la diáspora desempeña un rol de primer orden. Como lo indica nuestro estudio, un elevado porcentaje ha emprendido negocios en las ciudades de acogida. Quienes integran la diáspora operan como bisagras que facilitan las alianzas estratégicas, las joint ventures y la internacionalización de las empresas. En esta condición es un poderoso activo para los países de origen y acogida. Es oportuno aclarar: cuando hablamos de emprendimiento excluimos a los “empresarios sanguijuela” por su alergia al emprendimiento.

El nuevo gobierno tiene el desafío de constituir un mecanismo ágil, flexible, representativo de toda la sociedad para utilizar el know how de la diáspora y sus redes. Así como ayer se establecieron políticas e instituciones para atender la migración que el país recibió, hoy es necesario dotarse de novedosas instituciones para atender la nueva geografía de Venezuela.

@tomaspaez


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