La revolución venezolana es hoy un esplendor de oscuras cenizas; es, si se quiere, otra conceptualización, un proceso enervante que expele todos los signos que anuncian su fin. Aunque para una porción importante de compatriotas el proceso revolucionario nació impregnado de justos anhelos, la crítica situación del país pone hoy de manifiesto que dicho proyecto es la viva expresión de un rotundo fracaso. En tal sentido, es primordial dejar establecido que ese descalabro ha sido la inevitable consecuencia de una acción política sesgada, basada en el permanente irrespeto de quienes han discrepado de sus ideas y acciones, las cuales siempre se han apoyado en el puro capricho o los intereses mezquinos antes que en la ley y la razón.

Es imposible perder de vista que los signos del revés afloran por doquier, sin que las amenazas ni los chantajes del régimen hagan redituable su empleo. Una clara exteriorización de lo que ahora contemplamos se puso de manifiesto con la triste presencia de cinco líderes liliputienses en la ilegal “juramentación” de Nicolás Maduro ante el Tribunal Supremo, este 10 de enero. En orden de irrelevancia ellos fueron: Anatoly Bibilov, presidente de la nueva y minúscula república (prorrusa) de Osetia del Sur; Salvador Sánchez Cerén, presidente de El Salvador, quien se mostró agradecido con la dictadura venezolana por la ayuda que le prestó a su país a raíz de los devastadores terremotos que sufrieran en el año 2001; Evo Morales, presidente artero de Bolivia; Daniel Ortega Saavedra, truculento presidente de Nicaragua; y Miguel Díaz-Canel, “primer mandatario” de Cuba que está obligado a rendir cuentas de sus acciones a su verdadero jefe, Raúl Castro. China y Rusia, acreedores mayores del régimen, se limitaron a enviar funcionarios de segunda línea con sus respectivas facturas de cobranza.

Para mayor desgracia la “asunción” del mandato inválido se llevó a cabo con la firme oposición del Grupo de Lima, la Organización de los Estados Americanos, Estados Unidos, Canadá y la Comunidad Europea, que han dado sólido respaldo a la Asamblea Nacional y a su nuevo presidente, Juan Guaidó. Es con esta espeluznante encrucijada con la que Maduro y su grupo tienen ahora que lidiar con gran filigrana para no hundir un barco que navega por aguas tormentosas y con exacerbados riesgos de zozobrar.

La reciente y fugaz detención de Guaidó puso los pelos de punta a la nomenklatura venezolana. Presurosamente Jorge Rodríguez salió a la palestra y declaró que la acción fue llevada a cabo por unos “espontáneos” del Sebin; también resaltó que la “retención” del líder opositor no fue una orden del gobierno.

Así, en el preciso momento en que el proyecto chavista se desgrana en las manos de Maduro, sin nada que lo pueda rescatar y, peor aún, mantener, entramos en un nuevo ciclo histórico. Precisamente por esa razón superior, él –como hábil conductor de la época en la que prestó servicios en el Metro de Caracas– no debería pasar por alto una sabia máxima incluida por Augusto Roa Bastos en su deliciosa novela Madama Sui, que reza lo siguiente: “La vida es más mañera que una mula tuerta. Al menor descuido, mientras vas silbando o tocando la armónica, se te sienta de costado y te tira a la zanja de donde ya no puedes salir en toda la eternidad”.

Reflexiona Nicolás, reflexiona, antes de que sea muy tarde.

@EddyReyesT


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