El capitalismo petrolero es imparable.

Cuando los precios del barril de petróleo –del explotado convencionalmente– bajaron a niveles récord en la industria surgió el denominado fracking, que es la explotación de gas y petróleo con técnicas de fracturamiento de reservorios geológicos no convencionales técnica de fractura horizontal del subsuelo que inyecta arena, agua y químicos para obtener el petróleo/gas, como ya lo hemos comentado en otros análisis.

Estados Unidos, el rey del gas natural gracias al shale, y ahora México, Argentina y la propia Arabia Saudita se incorporarán a este nuevo boom de la industria que tiene próxima larga vida.

Volvemos a comentar sobre el fracking, con nuevos datos, dada la tozudez del populismo latinoamericano en Colombia, México y Bolivia de rechazar, sin tener ninguna razón técnica, la industria no convencional de shale.

Aunque aún hay polémica sobre presuntos riesgos asociados a la contaminación de mantos acuíferos y sismos derivados del proceso, mismos que –casi en su totalidad– han sido técnicamente desechados. Varios expertos, entre ellos ex secretarios de energía de Estados Unidos, han señalado que la industria fracking no es causante de lo que se le acusa, siempre y cuando cumpla, obviamente, toda la normativa industrial y ambiental.

Veamos un poco el caso mexicano: existe planeada una inversión –solo para shale– de 2.300 millones dólares, como indicó el subsecretario de Hidrocarburos, Aldo Flores, en varias entrevistas internacionales. México tendría, según datos someros, en su megacampo denominado Cantarell, el equivalente a cuatro veces la producción histórica convencional de petróleo.

Hay una pregunta que debe ser respondida y que lanzó el secretario de Energía de México, Joaquín Coldwell: “Debemos decidir si dejamos esa riqueza dormida en el subsuelo o la sacamos para el beneficio de los mexicanos”. No se puede dejar de aprovechar tanta riqueza, que debe ser orientada a combatir niveles de pobreza y mejorar la vida de ciudadanos.

Hasta septiembre de 2018 México estaría firmando contratos para explotación de campos vía fracking.

El caso norteamericano, al que siempre hago referencia, es paradigmático: la producción de petróleo de Estados Unidos ha subido a un máximo histórico, por encima de 10 millones de barriles por día, gracias al shale gas shale oil.

En el caso norteamericano, que son los campeones del capitalismo global, la explotación de oil & gas vía fracking no tendrá límites con suficiente dinero privado y la excelente regulación y marco fiscal del gobierno de Trump.

Estados Unidos está encima de Arabia Saudita en la producción de crudo. Significa que el fracking funciona, aunque le pese al candidato colombiano de izquierda y ex alcalde de Bogotá Gustavo Petro, que demostró ser un férreo opositor al fracking sin exponer ninguna argumentación técnica.

A la par del crecimiento norteamericano de la producción de gas y petróleo también están creciendo las inversiones relacionadas a infraestructura: ductos, refinadoras y sistemas de logística.

Según expertos en economía: el secreto de la revolución del shale en Estados Unidos es el mercado de capitales con la capacidad de obtener mucho dinero muy rápidamente.

Otro elemento que está ayudando a los productores de oil & gas vía shale es la tecnología. Mientras mejoren los sistemas de tecnología en perforación, más rentable será la producción de gas y petróleo. Y está ocurriendo. El capitalismo norteamericano demostró su capacidad y sagacidad cuando los precios bajos del barril obligaron a mover plataformas y pocas inversiones a otro tipo de iniciativas hasta que se estabilizó el precio del barril de petróleo convencional y emergió el boom del fracking.

En América Latina, igual que en México, otro ejemplo que se debe seguir muy de cerca es Argentina: lanzará en 2018 cinco nuevos proyectos piloto en Vaca Muerta, en la cuenca Neuquina. La petrolera YPF busca incrementar su actividad con 15 proyectos activos de shale oil y shale gas en esa formación.

El éxito argentino podría estar basado en su programa de Estímulo a las Inversiones en Desarrollos de Producción de Gas Natural proveniente de Reservorios No Convencionales que reconoce a los productores un precio diferencial decreciente que arranca en 7,50 dólares por millón de BTU para este año, baja a 7 dólares en 2019, desciende a 6,50 dólares en 2020 y termina en 6 dólares en 2021. Es un estímulo desde el Estado para motivar inversiones privadas a escala.

La sorpresa que toca comentar esta semana es Arabia Saudita, uno de los cinco principales productores de petróleo del mundo y ahora muy dispuesta a invertir también en fracking.

La prensa señala que la petrolera Saudi Aramco, el exportador de petróleo más grande del mundo, se sumará a la revolución del shale con sus planes de comenzar a producir gas natural no convencional. La producción en la cuenca North Arabia comenzará a fin de marzo. Aramco también está perforando para obtener gas no convencional en cuencas de South Ghawar y Jafurah (en el este de Arabia Saudita, es similar en tamaño a Eagle Ford, el segundo mayor yacimiento estadounidense de gas de shale).

Aramco planea invertir 300.000 millones de dólares en proyectos en los próximos 10 años para mantener su capacidad de producción e impulsar la exploración y la producción de gas convencional y no convencional, el objetivo es que todo aumento del suministro de gas extraído del shale liberaría crudo que Arabia Saudita utiliza en sus centrales eléctricas, lo que permitiría al país exportar ese petróleo obteniendo más ganancias. Un poco lo que se planteó para Bolivia, en escala menor por supuesto, de generar electricidad vía solar y eólica y liberar el gas natural de las termoeléctricas para otro tipo de proyectos como transformación a  diesel (gas to liquids) o plásticos. Arabia Saudita tradicionalmente producía gas como subproducto del crudo.

El capitalismo, la libre iniciativa han derrotado completamente al socialismo y populismo, y particularmente en hidrocarburos la izquierda no tiene mucho que decir.


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