Tras ya dos décadas de “revolución bolivariana”, todas las “herencias” de tal proceso se han desintegrado. El populismo exacerbado no convence cuando la dádiva se hace sal y agua ante el colapso económico. El electoralismo se revela como pantomima cuando el secuestro del Estado se ha vuelto evidente. Los “triunfos” socialistas no son más que quince años de borracheras costeadas por el petróleo a cien dólares por barril. Así las cosas, los resultados de las supuestas “elecciones presidenciales”, a pesar de toda vicisitud, demuestran lo tanto que el pueblo venezolano ha cambiado y crecido.

En el proceso de una farsa tan burda, no hubo ambiente electoral alguno y el vacío reinó en las calles. Esto es demostrativo de que nuestra gente, en su mayoría, no estuvo ni está confundida sobre lo que encaramos. Todos sabíamos que la susodicha “elección” no serviría a nuestros intereses sino a los del régimen.

El hecho de que los venezolanos no se prestaron a los facilismos del pasado es alentador. Demuestra un resultado, una conclusión, una maduración a la cual solo se llega después de haber sido aplastados por tantas falsas expectativas. Por mucho tiempo fuimos tentados, en nombre de la esperanza del cambio, a dejarnos llevar por la creencia en soluciones mágicas que atentaban contra nuestro sentido común. Eso hoy afortunadamente se ha acabado. En estas horas nosotros somos conscientes de todo el peso de la realidad que estamos enfrentando. Siendo esta la admisión de lo que durante años se evadió plantear claramente: las cosas se manejaron mal y se perdió tanto la democracia como el país que conocieron nuestros padres.

La referida admisión nos hubiese ahorrado cuantiosos sufrimientos si solo hubiese llegado mucho antes. Sin embargo, ha sido en el contexto de la tragedia que hemos podido alcanzar una nueva consciencia, pues nadie aprende en cabeza ajena. No es para nada fácil tener que decir lo siguiente, pero la humillación y la agonía vividas tenían que pasar. Nosotros necesitábamos el horrible rostro del chavismo, pasado y presente, para por fin enfrentar lo peor, lo mezquino y lo acomodaticio en el corazón nacional. En tal sentido, puede decirse que estando enfrentados con el mal absoluto es que palpamos a lo auténticamente bueno.

A pesar de lo tanto que nos duela lo que se perdió y nos frustre el tránsito espinoso que nos llevó hasta acá, este camino de la vergüenza ha sido aleccionador. Los venezolanos ya no son los malcriados que eran hace veinte años sino ciudadanos conscientes. Nosotros no queremos vengadores, sino justicia. Nosotros no queremos migajas, sino la oportunidad de ser y de aspirar. Nosotros no queremos el horror del presente ni los errores del pasado, sino la oportunidad de trazar un nuevo camino. Ahí es donde estamos a la fecha, ahí es que yace el abrumador sentimiento de cambio que, sin que nos demos cuenta, está permeando a todos los sectores de nuestra sociedad, incluidos aquellos bajo el umbral del régimen.

Junto a la unidad de propósito esbozada en el párrafo anterior, nuestra gente también está desplegando criterios asertivos sobre la realidad política que encara la nación. Los venezolanos reconocen que las instituciones han sido coaptadas. Los venezolanos identifican, con suma claridad, que viven una situación de secuestro por unos malandros enconchados que tienen en su haber todo tipo de delitos. Los venezolanos no están prestos a vigorizar falsos liderazgos y a creer que personajes con prontuario pueden salir del poder con papeletas. Dadas estas perspectivas es que nosotros concebimos, sin titubeos, que algo debe acontecer para que nos saque de esta situación y que el liderazgo político debe ser el de aquellos que se caractericen por su integridad y congruencia.

Los venezolanos demostraron la consciencia que estos han adquirido. La primera manifestación de ello la vimos el 20 de mayo de 2018, cuando nos expresamos de la forma más apropiada tomando en cuenta las circunstancias. Ninguno de nosotros está obligado a hacer lo que no quiera hacer. Ninguno de nosotros quiere tomar una decisión sobre “el menor de los males”, por cuanto lo que ahora queremos es lo bueno.

Ya hemos superado las manipulaciones, la vida continuó y el mundo no se acabó. Todo lo contrario. La profundización del deseo de cambio está llegando, lento pero seguro, a su punto cumbre. Nadie puede detener una idea cuyo momento ha llegado. El régimen no puede subsanar la insostenibilidad de su modelo. El mundo civilizado nos dará el espaldarazo necesario para quebrar la opresión. Llegados esos instantes, no habrá más tiempo para vacilaciones. Deberemos hacer lo propio: protestar en nombre de la liberación nacional. Nos lo demandará nuestra consciencia, nuestros anhelos y, sobre todas las cosas, el orgullo de quienes no se arrodillarán más nunca.


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