Desde el año 2003 existe un régimen de control de cambio en Venezuela. La compra y venta de divisas está monopolizada por el Banco Central de Venezuela y a través de varias reformas, este régimen ha hecho cada vez más difícil el acceso a las divisas y ha agravado las sanciones por el incumplimiento de la normativa cambiaria.

Poco a poco hemos visto como han ido cerrando empresas; han reducido al máximo sus operaciones las que han decidido –y podido– quedarse; cada vez tenemos menos opciones los venezolanos para adquirir bienes y servicios; entre otras innumerables consecuencias del control cambiario. En paralelo a este control, no olvidemos que desde el año 2007 se ha observado una política sistemática de desconocimiento a la propiedad privada que nos obliga a depender de las importaciones, y con el control de cambio, inevitablemente, depender de este régimen.

Claramente le podemos decir a este régimen que puede aspirar a controlar el flujo de divisas, pero esto no es efectivamente posible. En palabras de Ayn Rand en uno de sus más conocidos ensayos, La virtud del egoísmo, “puedes ignorar la realidad pero no puedes ignorar las consecuencias de ignorar la realidad”.

A pesar de ese control, el hecho es que existe efectivamente ese flujo de divisas. No lo llamaría precisamente un mercado paralelo de divisas, sino el verdadero mercado –denominación que mantendremos en estas líneas–, ese en el que el precio es fijado por la oferta y la demanda.

Obviamente no es del todo libre la fijación de este precio, porque este se distorsiona debido a los obstáculos creados por el control de cambio. Pero la realidad es que existe ese flujo de divisas, a pesar del control.

Ahora bien, los últimos 2 o 3 años me ha llamado la atención de ese verdadero mercado sus intermediarios. Para nadie es ajena la existencia de una inmensa mayoría de personas (entre 18 años y 25 años de edad, principalmente) que relaciona esa oferta y demanda; busca el mejor precio; facilita pagos; etc. En definitiva, fungen como verdaderos traders quienes se manejan en este mercado con la tecnología actual.

Con consciencia o no de ello el caso es que nuestros millenians han desarrollado estas destrezas porque es insostenible vivir en Venezuela con una moneda envilecida como el bolívar, que ya no cumple las funciones del dinero –no es instrumento de intercambio por ejemplo–.

Sin embargo, es más que sobrevivir en el caso de muchos de ellos. No confundamos sobrevivir, resignarse y adaptarse a esta tragedia –ya es una condición de esclavo– con vivir en este país, con consciencia de esta tragedia, pero teniendo un claro proyecto de vida, esto es, resistir esta dictadura como ciudadanos –y esto se manifiesta de distintas formas–.

En el caso de muchos de nuestros millennianstraders, ellos no se limitan a esas operaciones de intercambio, ellos tienen “consciencia” de las causas del rol que les tocó vivir por necesidad más que por escogencia; las consecuencias nefastas de la destrucción de la moneda; los efectos inmediatos y mediatos de un control de cambio que ya tiene 15 años; la poca o ninguna cultura de respeto a la propiedad privada, etc. Más que su habilidad como intermediarios lo que me llamó más la atención es que tienen esta consciencia.

Si vamos a distinguir a los que viven en este país no lo hagamos solo con el criterio de quien tiene o no ingreso en dólares, prefiero este otro criterio, que se tenga esta consciencia o no, porque es lo que verdaderamente diferencia al esclavo del ciudadano.


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