Como era de preverse, el socialismo llevó a los venezolanos a vivir situaciones límite. El corolario de este nuevo episodio ha venido con los apagones y la situación del sistema eléctrico nacional. Menuda forma de cerrar el convulso primer trimestre del año 2019.

Si bien los problemas del sistema eléctrico nacional no son nuevos, esta vez su escala es distinta. No son cortes de luz aislados en algún sector del país, sino toda una nación que al unísono padece la imposibilidad de acceder, de forma sostenida y por varios días, a la energía eléctrica, con todo lo que ello conlleva para la vida del hombre en pleno siglo XXI.

Desde luego, ello ha traído consigo una prueba titánica para los venezolanos. Cuán difícil es soportar esta clase de sufrimiento. Porque sí, al final del día, esta circunstancia no conduce más que al sufrimiento, a la tortura, al cuestionamiento de la vida misma y a la razón de la existencia. Estos días ha sido bastante común escuchar a muchas personas quebrarse, lamentarse, manifestar sus deseos de suicidio, emitir un profundo llanto que intenta buscar algún tipo de explicación que otorgue un mínimo de certeza o indicio que permita dilucidar por qué los venezolanos están viviendo lo que están viviendo.

De allí que sea imperativo escribir algunas líneas sobre esta circunstancia. Es doloroso ser testigo de esta situación, peor aún, es desgarrador padecerla. Pero creemos que, a pesar de todo ello no podemos tirar por la borda el sentido de nuestra existencia, por muy duras que sean las circunstancias que nos ha tocado padecer.

Viktor Frankl señala que “cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”. El planteamiento de Frankl encaja a la perfección con la circunstancia de Venezuela.

Habrá quien sostenga que estoy llamando a la resignación porque, según lo que sostiene Frankl, los venezolanos ya no son capaces de cambiar las circunstancias en las que viven; concretamente, son incapaces de sustituir al régimen socialista que los domina. De allí que no les quede más remedio que aceptar su destino de miseria, desolación, atraso y tormento.

La verdad sea dicha: la ciudadanía ha dado el todo por el todo para salir del chavismo y hasta ahora no lo ha logrado. Y vistas las circunstancias, intentar predecir el fin del régimen puede ser uno de los ejercicios más estériles en los cuales uno pueda caer. Porque sí, en algún momento terminará, la vida del hombre es finita, pero el cómo y el cuándo son preguntas sobre las cuales no se tiene ningún tipo de certeza.

Es por ello que al ciudadano que le toque vivir en la Venezuela del socialismo debe replantearse el modus vivendi frente a su tragedia. El pensamiento de Frankl, lejos de verse como un llamado a la resignación, tiene que comprenderse como un clamor hacia reconstruir la existencia más allá del factor destructivo que genera el socialismo. Porque para salir del socialismo la primera premisa a salvar es la existencia. Sin vida, no habrá modo de salir del atolladero, y ello tiene que entenderse como premisa esencial para la superación de la coyuntura presente.

Si el régimen busca destruirnos, nuestro primer deber es no permitirlo. Porque la vida es el requerimiento primordial para cualquier decisión del hombre. De allí que sea el mismo Frankl es que nos plantee que quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo. Nuestro “cómo” se llama socialismo. De esta manera, no importa cuántas trabas, obstáculos, modos de vida primitivos se nos pongan por delante; si tenemos la determinación de ver el final de estos días oscuros podremos llenarnos de coraje para seguir adelante, a pesar de la adversidad.

Es por ello que lejos de lamentarme, a pesar de lo duras que han sido estas circunstancias, reafirmo hoy la importancia de la vida, de que quiero ver el final del socialismo en mi tierra, y que estoy dispuesto a soportar las duras cargas que ello implica, porque no pierdo de vista cuál es mi fin último. La vida aún goza de significado.


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