La profundidad de la crisis se ve de muy lejos, tanto así que el  presidente de Francia, Emmanuel  Macron, calificó  de «dictadura” al régimen de Nicolás Maduro. Parece ilógico suponer que lo que rebota con tanta estridencia afuera, no lo sintamos los venezolanos en nuestra propia realidad, tal como trata de disimularlo el tren ministerial, valiéndose de todos los aperos con que cuentan, que van desde las continuas y agobiantes cadenas de radio y televisión, las intimidaciones a los pocos medios libres que aún respiran en el país, amenazados de ser liquidados al no renovarles sus derechos de licencia, más la censura que aplican con todas sus modalidades.

También está la figura del mendrugo vía CLAP, que es un sucedáneo de Mercal, Pdval, Barrio Adentro y pare usted de contar. Ciertamente, se trata de miserias imposibles de mitigar la hambruna que castiga a un pueblo hastiado de tantas dificultades que lo cercan simultáneamente. De allí el malestar creciente que se pone de manifiesto en las protestas que no paran, por más que hayan instalado su fraudulenta constituyente, desde donde opera una suerte de «Gestapo tropical” que le da un carácter policiaco a esos farsantes constituyentes, quienes se exhiben descaradamente como «comisarios políticos» de un régimen que desata, cruelmente  una cacería de brujas contra la disidencia.

En la antesala de las elecciones de 2015 para designar los nuevos parlamentarios, se guindaron del cacareado «decreto Obama». Se trató de  una caricatura de guerra mediática contra el imperio,  en la que los misiles serían 10 millones de firmas, que según Jorge Rodríguez pondrían a temblar a la Casa Blanca. Todos recordamos lo ocurrido: Obama se vaciló a Maduro en Panamá y los fajos de papeles fueron a parar a no sé qué sanitarios sin identificación, pero con firmas.

Ahora la cosa es con las sanciones impuestas por Donald Trump. Pretexto perfecto –murmura la inefable Delcy– para evadir la responsabilidad ante la ciudadanía que reclama un cambio de gobierno lo antes posible, tal como lo votó el 16 de julio, acudiendo masivamente al plebiscito organizado por la Unidad Democrática. «Los océanos están congestionados de buques repletos de contenedores con alimentos y medicinas comprados por Maduro para los venezolanos, pero el bicho ese de Trump no los deja pasar hacia los puertos venezolanos, por eso es la escasez», grita desaforada la hermanita del que montó el parapeto publicitario, creyendo que sacándole puntas al precitado decreto de Obama, los venezolanos nos comeríamos como tontos esa novela de “otra invasión de los gringos contra la revolución”. Pasó lo que tenía que pasar, una avalancha de votos aplastó la maquinaria desgastada de un modelo fracasado. Allí quedó evidenciado, nítidamente, que la inmensa mayoría quiere un giro en la manera como se conduce el país. Y en eso estamos en deuda con Venezuela. La gente no es boba, está indignada porque atina bien cuando apunta a las verdaderas causas de la mortandad por falta de insumos en los hospitales,  y está clarita en que los reales que eran para alimentos, se los robaron.


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