“No te niegues a hacer el bien a quien es debido, cuando tuvieres poder para hacerlo”. Proverbios 3:27.

¿Quién más que el poderoso puede hacer el bien? ¿Quién más que el detentador del poder está obligado a hacerlo?

Nicolás Maduro se ufana de guiar su comportamiento por su amor al pueblo y lo repite a menudo, queriendo destacar una suerte de ejercicio filantrópico. Quiere, pues, el que formalmente preside el régimen seudoconstitucional que se nos impone, a trocha y mocha, mostrarse bondadoso, el bueno de Maduro entonces.

La propuesta del socialismo del siglo XXI pretendería abatir la injusticia y distribuir equitativamente la riqueza. Del enunciado a la práctica hay, sin embargo, en la experiencia de dos décadas, una constatación que niega los logros reales, aunque abunda en la ficción cínica amoral o inmoral según se vea. Al contrario, y puede decirse sin exageración que, nunca hubo más injusticia y menos aún equidad alguna. Con la diáspora criolla regada por el mundo, es una falacia que solivianta los espíritus hablar de inclusión. Eso sin dejar de considerar la lista Tascón y otras discriminaciones más.

Rápidamente nos preguntamos si existe o no una ética del poder y, todavía más, si es posible una ética de la política. Para responder conviene aclarar con el profesor de Filosofía del Derecho Hermann Petzold Pernía que no es lo mismo ética que moral, aunque están relacionadas. La ética es normativa, afirma el autor, y “estudia los diferentes tipos de moral: la moral autónoma o personal; la moral de los sistemas religiosos o de ética superior o filosóficos, que es predominantemente heterónoma; y la moral social, que comprendería los usos sociales”, y, agrega el profesor emérito de la Universidad del Zulia: “La gerencia como actividad individual o grupal existe desde la Edad de Piedra y quizá como ciencia social se haya desarrollado durante el siglo XX, pero obras de gerencia han existido desde hace siglos aunque no se reconozcan explícitamente como tales”. Incluso, acota el maestro marabino: “Por ejemplo, El arte de la guerra de Sun Tzu y El príncipe de Nicolás Maquiavelo” (sic).

Referirnos a una ética del poder o de la política supondría caracterizar ambos institutos moralmente. Significaría, además, que los susodichos trascienden lo circunstancial para apuntar hacia lo estratégico. Señalan una dinámica en la que se envuelven, relacionan, conviven esferas personales y comunes y, en particular, nos llevan hacia una valoración que comienza afirmando y concediéndole sentido a la comunidad histórica, a la que se refiere Paul Ricoeur, siguiendo a Eric Weil y a Hannah Arendt. El poder y la política solo pueden tener un propósito y es el de servir a su nación. Lo contrario, servirse de ella, es definitivamente maligno, diabólico, perverso.

No podemos dejar aislados o con la sola mención dos vocablos que mucha pertinencia tienen, a los efectos de hacernos comprender el tema; el primero, poder, que el maestro Juan Carlos Rey, y a estos fines, define así: “…La capacidad que tiene un actor para lograr sus objetivos, mediante la modificación o el control de la conducta de otro actor”. El segundo es todavía más controvertido. ¿Qué es la política? Me atreveré, sin embargo, a ensayar y contestar desde mis pareceres como el abordaje societario de la conflictividad social y la gestión de los asuntos comunitarios.

Resalta como una obviedad el carácter plural del poder y la política si queremos aterrizar en lo que es propio y de la naturaleza del común de los hombres la perspectiva del interés general y el deseo de alcanzar seguridad, suficiencia, serenidad en un plano de libertades. Un hombre distinto es, por lo pronto, un proyecto antisocial.

No sería el ser social que sabemos es el hombre si asumiera como indispensable la imposición a otros hombres de su criterio o influencia. Liderar es plausible en un contexto abierto para todos, y en un concurso de personalidades se necesita la organización y la conducción, pero dentro de una mecánica persuasiva y no en la agresiva disposición a la violencia o manteniéndose en el miedo del otro o la fuerza bruta que lo postra.

Es cierto que cada uno de los hombres es un fin y se postula para más, pero no es menos cierto que la evolución de la razón le muestra que es en la dinámica conjunta y en la paz donde mejor obra y se realiza, en el consenso, en la deliberación compartida y en el episodio que lo consagra por su distinguida calidad de persona humana, digna y justa. Lo que más distingue al hombre, y al adorno de su razón es comprender a sus congéneres y asumir como propio el plan de vida de su colectividad.

Nada de eso puede tenerse sin la autolimitación. Sin la legitimación de un orden moral y una existencia regida por el imperativo de la responsabilidad, sabiendo que lo que hagamos tendrá para los demás un impacto, una consecuencia, y de allí que se articulen esos compendios y advirtamos que la sustentabilidad de un modo de vida social y comunitario pende del equilibrio entre los elementos citados y la impregnación de todos ellos de un compromiso moral y un devenir ético personal. La ausencia de moral y el desempeño sin ética nos desnuda en el lado más oscuro, egoísta, animal, irracional y pernicioso.

La vivencia socialista venezolana no tiene nada de solidaridad. Lo que destinan a los más necesitados es la limosna que enajena, el discurso de la fraternidad que te aliena y te estupidiza. Te niegan especialmente la verdad, la libertad, el respeto, la dignidad y todo ello a cambio de tu condición ciudadana de que se hacen dueños, amos.

El último estudio hecho sobre la sociedad venezolana, adelantado por la UCAB y presentado el 30 de noviembre último, evidencia lo que también adelantaron reputados expertos: otro año de progresión de la pobreza; disminución del producto interno bruto; caída estrepitosa de la producción; paralización de la industria petrolera; baja dramática de la relación de pesos, tallas, medidas; alza de la desnutrición y no solo de los niños venezolanos, de nuestras mujeres igualmente; deserción escolar en todos los niveles, incluido el universitario; desarraigo; crisis de agua e higiene; morbilidad y mortalidad infantil en constante aumento. Otros informes aseveran el regreso de todas las endemias, aun aquellas que creímos superadas: polio, tuberculosis, malaria, tifus, sin que exista, racionalmente hablando, otra causa que el hambre y la vulnerabilidad a la que condujo el desastre de una política económica que arruinó a Venezuela y a su gente. Este es, en verdad, el legado del chavismo, madurismo, castrocomunismo disfrazado de populismo, socialismo militarismo. Yo agregaría a este elenco de imputaciones la de traición a la patria. No puede querer a Venezuela quien la victimiza de esa manera.

Lo cierto es que Maduro, en su retórica barata, quiere que lo vean como una especie de samaritano, sensible al dolor y el sufrimiento de los más desvalidos, pero no es posible que lo asumamos como tal, siendo evidente para todos el tamaño del fracaso y la cuasi unanimidad de las amargas quejas que brotan de los compatriotas, fatigados, exhaustos de tanto pasársela mal, y allí incluyo a los millones que se echaron a andar, dejándolo todo, con tal de aspirar a otra vida a realizar.

Los que tienen el poder desde hace ya dos décadas deben ser evaluados. Escrutados con guarismos objetivos en sus ejecutorias, traídos al tribunal de la opinión pública deberían haber sido, pero manipularon y corrompieron todo, aun a costa de la Constitución de la República. Deben rendir cuentas de sus actuaciones y deben serles demandados sus desaciertos, fallas, errores y no pocas felonías. Eso solo sería justicia.

Lo peor que nos ha pasado fue permitirnos en el gobierno a hombres y mujeres incapaces, inescrupulosos e inmorales. No sabríamos calcular el costo de oportunidad que hemos pagado para complacer al lumpen, a las oligarquías calculadoras, promotoras de la antipolítica y a la mundología de la mediocridad. No es solo que reivindiquen el socialismo como teoría, aunque la historia del mundo los rechace y obvie casi de cada rincón del planeta, sino que, ante las imponentes verdades de su fracaso, no se den por aludidos. Comprendemos que por convicción actuaron y se equivocaron, pero no es justificable ni aceptable menos aun que no se reconozcan como responsables y no asuman las consecuencias. Como repetía Saint Just: “No se gobierna inocentemente”.

Deben irse, marcharse, dejar al país buscar sus respuestas. Mientras estén ahí, seguirá el pobre pueblo cayendo, rodando, revolcándose sin posibilidades de redención, sin un barranco que los ataje, como dice el refranero popular. ¡Deben irse, a cualquier costo, por cierto!

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