El historiador Yuval Harari (Sapiens, 2014; Homo Deus, 2015), augura para el mundo un escenario preocupante que debe llamar a la reflexión a todos los venezolanos conscientes: “Las tecnologías, el conocimiento y la información están ampliando las desigualdades entre una clase de superhombres con mayores capacidades y posibilidades y el resto de la humanidad, la casta de los inútiles”.

Esto ya es una realidad en Venezuela, porque mientras otros países, muchos de ellos pequeños, sin petróleo ni fuentes de energía, se preocupan por invertir y desarrollar el conocimiento, retener y atraer a los mejores talentos, buscar la excelencia en sus campus universitarios, nutrir a la cultura y las artes, potenciar la agroindustria, instalar start-ups (pequeñas y medianas empresas dedicadas a la innovación tecnológica), acelerar el avance de las ciencias vivas, multiplicar las energías alternativas, hacer emerger a las ciudades del mañana mediante diseños urbanos sustentables, alentar economías de nicho, promover políticas públicas eficaces, empoderar al ciudadano y por invertir en el desarrollo informático, en la investigación biomédica, en la gestión sostenible de los residuos, en fin, todo lo que esta civilización y en especial las sociedades democráticas están demandando de sus gobiernos, Venezuela, un gigantesco territorio pletórico de recursos y de gente buena, se ha quedado rezagada de la economía global, de las nuevas tendencias, de la sociedad del conocimiento, de las innovaciones y en general de la creatividad necesaria para enfrentar los retos que representan los nuevos paradigmas de la civilización, ya que una casta de inútiles en alianza con militares y el crimen organizado ha hecho retroceder el país a etapas primitivas.

Desde el boom del petróleo en la década de los años setenta hasta el presente, estos temas han desaparecido del imaginario venezolano. Políticos y gobernantes han obviado reflexionar y debatir sobre modelos de desarrollo que no estén basados en la renta petrolera y en las importaciones, debido a que allí han estado y continúan estando las oportunidades de enriquecimiento de una casta privilegiada de arribistas, funcionarios civiles y militares, asociados a cada gobierno de turno, y esta es una de las causas que ha contribuido a la ruina en la que hoy se encuentra Venezuela.

Durante la presidencia de Chávez, asistimos, perplejos, a la mayor elaboración en nuestros años de historia como nación, de la taumaturgia y la deificación de un Estado petrolero absolutista y rentista. Cuando conversamos con ciudadanos de otros países y les comentamos que Venezuela en el ejercicio de una sola administración obtuvo ganancias por el comercio del petróleo de 800 millardos de dólares, no salen de su asombro al enterarse del desesperanzador cuadro de pobreza, escasez, improductividad y marginalidad en todos los indicadores del desarrollo y de la economía mundial que exhibe nuestro país.

El chavismo, aparte de entregar la soberanía a terceros, lo que hizo fue potenciar aún más el rentismo y la corrupción. El ingreso petrolero no se reinvirtió en lograr un desarrollo sustentable para alcanzar la independencia económica, industrial y productiva; mucho menos en el trabajo de sentar las bases de una sociedad del conocimiento. Tampoco se utilizó para empoderar al ciudadano a fin de que este emprendiera su propio desarrollo y progreso individual, por el contrario, se lo robaron y despilfarraron hipotecando el futuro del país, convirtiéndolo en un paria del progreso humano y a los ciudadanos en mendigos de las bolsas CLAP, eso si tienen carnet del PSUV.

Como lo afirma el pensador Buckminster Fuller: “No podrás cambiar las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, debes construir un nuevo modelo que haga obsoleto el modelo actual”. 

La verdadera lucha es por un cambio de paradigmas. Para lograr la reconstrucción del país y sacarlo del encasillamiento de ideas obsoletas, es imperativo reposicionarlo, hay que pasar de ser un petro-Estado rentista a un Estado emprendedor. La tarea más urgente es la de ensamblar las individualidades para reconstruir el escenario político venezolano, para posicionarlo en el mundo del siglo XXI. Recuperar la voz crítica de ideas es recuperar la política, cada día que pasa se hace más urgente. En este presente desacertado y dramático, por encima de los cogollos partidistas y de la casta de inútiles, surgen voces esperanzadoras que auguran nuevos liderazgos: “Es la hora de reunificar a la nación, es la hora de avanzar, es la hora de una nueva conducción política”.

No debemos subestimar la capacidad de los venezolanos para reinventarse. Así como el TSJ legítimo comenzará a sesionar en el exilio, ya por lo menos un think tank ha empezado a aglutinar los talentos de la diáspora para contribuir con la reconstrucción del país.

Mediante un franco reposicionamiento, en pocos años Venezuela puede alcanzar el desarrollo. Esto solo será posible en democracia, con la participación y voluntad política de mentes lúcidas que decidan corregir el rumbo incierto que ha predominado hasta el presente. Habría que comenzar por superar la pobreza mental imperante durante todos estos años (no hablo solo del chavismo) y buscar un terreno común en el que se puedan establecer unas reglas de juego claras para salir del cul-de-sac adonde nos han conducido.

De acuerdo con George Steiner, “no nos quedan más comienzos”, por eso, a la esperanza hay que ponerle nombre, estrategias, conducción, ideas y programas, para hacer posible el renacimiento y la reconstrucción de la nación que merecemos y a la que aspiramos.

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