Primero de septiembre de 1939, fecha terrible que marcó el inicio de la Segunda Guerra Mundial, día que Hitler invadió Polonia y comenzó el Holocausto. Un año antes, el gobierno nazi había emprendido la persecución a los judíos. En el mes de agosto de 1938 fue derogado el visado de residencia a todos los forasteros, aun cuando estos hubiesen vivido en Alemania por largo tiempo y, con ello, el gobierno nazi consiguió que cerca de 17.000 judíos huyeran hasta la frontera con Polonia, donde no les fue concedido ningún amparo.

Esta deportación, por llamarla de alguna manera, causó un hacinamiento de miles de judíos en la frontera y tras ciertas “negociaciones” con Alemania, Polonia dejó entrar a su territorio cerca de 4.000 judíos. Los demás siguieron en infraviviendas por una larga temporada, viviendo en circunstancias espantosas, sufriendo las inclemencias del tiempo, careciendo de alimentos y sin encontrar refugio.

Esta pavorosa realidad creó ira entre los judíos polacos, quienes trataron de ayudar a sus hermanos judíos, sin lograr mucho. Los desterrados, que no lograron ingresar al territorio polaco, fueron trasladados a los infames campos de concentración.

Entre los grupos familiares afectados estaba la familia Grynszpan, y Herschel, quien vivía en París, disparó contra un diplomático alemán, Ernst von Rath, el 7 de noviembre de 1938. Von Rath murió dos días después y esta muerte le vino de perlas a los nazis. Al conocerse la noticia, la cual originó una mayúscula agitación en Alemania, la noche del 9 de noviembre, el pueblo alemán comenzó su terrible desquite; el gobierno auspició la agitación y la gente se abalanzó sobre las propiedades de los judíos, incendiando las sinagogas, los negocios de los judíos, los cementerios, destruyeron sus viviendas y todo lo que encontraban a su paso. En los libros y manuales de historia de la Segunda Guerra Mundial califican estas acciones como “una espiral de violencia sin precedentes”. No había judío inocente. Las embestidas ocasionaron que las calles quedaran tapizadas de cristales rotos correspondientes a las vidrieras de los establecimientosy a las ventanas de las construcciones pertenecientes a judíos. De ahí el nombre “la noche de los cristales rotos”, en alemán, Kristallnacht o Novemberpogrome. Por supuesto, el gobierno nazi culpó a los propios judíos del pogromo y se les multó por estos sucesos con la cantidad de mil millones de marcos.

La protesta airada de Estados Unidos consistió en solicitar a  su embajador que saliera de Alemania; sin embargo, no llegó a romper las relaciones diplomáticas. Por su parte, en un excelente artículo de Alejandro Baer en El País (2008) se puede leer que en España hubo dos reacciones totalmente opuestas. Dice Baer que la España franquista no solo respaldó el linchamiento multitudinario sino que lo celebró; por su parte, la República española lo reprobó contundentemente. Hoy, con respecto de la tragedia venezolana es al revés.

En 1938, Venezuela apenas llevaba tres años en un nuevo trayecto de su vida como nación. Había llegado al poder el general Eleazar López Contreras y, en medio de miles de vicisitudes, nuestro país inició una etapa de transición hacia la democracia. No voy a historiar estos setenta años transcurridos desde la muerte de Gómez y el nuevo período venezolano; pero cabe destacar que ni siquiera en los funestos días de la dictadura de Pérez Jiménez se vio una persecución a la ciudadanía como la que se ha vivido recientemente en contra de comercios, industrias, pequeños y medianos productores, que nos hace recordar la nefasta noche alemana de 1938.

Es cierto que los paralelismos históricos suelen estar muy traídos por los cabellos, pero las similitudes entre aquellos actos cometidos en contra de la población judía, en los años previos a la guerra, se asemejan a la persecución inclemente a millones de ciudadanos venezolanos obligados a emigrar y asentarse en las fronteras de países vecinos, causando serios problemas migratorios; se asemejan también a los ataques a cadenas de negocios que se ven obligados a cerrar y, en venganza, hay casos de golpizas a sus dueños.

De nuevo, hago uso de la memoria, y recuerdo un poema de León Felipe, titulado “Auschwitz”, que dice en sus versos finales: “¡Mira! Este es un lugar donde no se puede tocar el violín. /Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo. /¿Me habéis entendido, poetas infernales?/Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud… /¡Hablad más bajo!/¡Tocad más bajo…! ¡Chist…!/¡¡Callaos!!/Yo también soy un gran violinista…/y he tocado en el infierno muchas veces…/Pero ahora, aquí…/rompo mi violín… y me callo”.


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