El 2 de octubre de 2016 el pueblo de Colombia rechazó, en un plebiscito convocado por Juan Manuel Santos, el Pacto de Paz que había firmado con uno de los más feroces fratricidas que recuerde la historia, Timochenko, en representación del sector de las FARC que comanda Pablo Catatumbo. El 7, cinco días después, la ex parlamentaria, ministra de Comercio y Relaciones Exteriores, presidente del Comité Nobel y de la petrolera Statoil de Noruega Karin Kullmann (Bærum, 1951–2017), anunció la concesión del Premio Nobel de Paz al oligarca, con un gaje de 1.160.800 dólares, cerca de 3.483 millones de pesos, que dijo donaría a los pobres, pero cuyo destino real aún se desconoce.

Como tantas otras compañías, escribió en ABC Ramón Pérez Maura el 9 de octubre, Statoil tuvo un especial interés en invertir en pozos petrolíferos de la Costa Caribe. Y en 2014 pudo llevarlo a cabo. Ese año Statoil consiguió una participación y meses más tarde la amplió comprando parte de la que había sido adjudicada a la española Repsol. Le compró el 10% del bloque Tayrona, compuesto de dos franjas frente a los departamentos de Magdalena y La Guajira y el 20% del bloque ubicado en aguas profundas frente a La Guajira. En el caso del bloque Tayrona, Ecopetrol conservaba un 30% de la propiedad. Y otro 50%, como puede leerse en «El Tiempo», del 4 de septiembre de 2014”.

La periodista Vicky Dávila ha publicado El Nobel, un presidente que se quedó solo, un extenso volumen donde entrevista a políticos colombianos, que o fueron asaltados en su buena fe por el bogotano, o hicieron parte de su gobierno. Entre ellos Alejandro Ordóñez, procurador y actual embajador de Colombia ante la OEA, Andrés Pastrana y Ernesto Samper, presidentes de Colombia, Germán Vargas Lleras, vicepresidente de Colombia, Gustavo Petro, alcalde de Bogotá y ex candidato a la presidencia, Humberto de la Calle, negociador del Pacto de Paz entre Santos y Timochenko, Iván Duque, actual presidente de Colombia, Juan Carlos Pinzón, secretario privado de Santos y embajador de Colombia ante Estados Unidos, Martha Lucía Ramirez, actual vicepresidente de Colombia, Noemí Sanín, embajadora de Colombia ante España o Piedad Córdoba, íntima amiga de Chávez.

La señora Dávila, muy acreditada merced a su implacable método interrogatorio, porque enuncia la pregunta sin respuesta desde todos los ángulos posibles arrinconando ladinamente al cuestionado, fue obligada a renunciar como directora de La FM Radio, por presiones y sobornos directos de Santos, tras el escándalo que desató un video donde un senador y un subteniente de la policía hablan de sus relaciones sexuales. La publicación indujo a la renuncia del viceministro de Relaciones Públicas del Ministerio del Interior y del director general de la Policía Nacional, porque se hizo evidente que había una red de prostitución masculina, «La Comunidad del Anillo», que prestaba servicios con lozanos intendentes a los parlamentarios homosexuales.

Derrotado por el pueblo y expuesto a la burla internacional por un Nobel que la nación deslegitimaba, Santos procedió a enmendar la plana sobornando con toneladas de mermelada tóxica, es decir dineros públicos, a decenas de legisladores, muchos de los cuales o están hoy en la cárcel o esperan ser indiciados o juzgados, para que le aprobaran despóticamente otro documento, llamado ahora el Pacto de Paz del Teatro Colón, con el cual legitimar su derrota y así recibir el Nobel en una fiesta digna de la Corte de Luis XIV, el Rey Sol.

La descomunal agenda de fastos para recibir el galardón incluyó el diploma, los miles de millones de pesos en euros y un par de medallas en oro verde de 18 quilates recubiertas en oro de 24, de 200 gramos, con los rostros de Juan Manuel Santos y Alfred Nobel, el magnate sueco que inventó la dinamita con la cual se ha dado muerte a miles de millones de millones de seres desde entonces. Aparte de la estampilla de 2.000 pesos, que por indicación suya se hizo en Colombia, con un tiraje de 52.000 ejemplares, por los años que había durado el conflicto, pero cuya iniciativa, para el Reino de Noruega rechazó su gobierno, por considerar excesivo.

El evento, transmitido a todo el mundo desde Oslo, se inició aquel sábado en el City Hall donde fue recibido por la alcalde y Santos firmó el libro de honor con una estilográfica forjada con pluma de oro de las minas de Anorí y caparazón de tortuga carranchina que le había regalado un mamo kággabba que había delinquido desde niño en las FARC. Luego fue admitido en el Palacio Real por el rey Harold de los Hermosos Cabellos V y la reina Sonia quienes le rindieron homenaje doblegando sus espinazos delante de la familia presidencial, gesto que doña Tutina de Santos reconoció de “enorme a favor de la paz”. Más tarde se reunió con los achacosos Henry Kissinger, un alemán que sirvió como secretario de estado a Richard Nixon y Gerald Ford, autor de varios golpes de estado en América Latina, acusado de instigar genocidios sistemáticos como la Operación Cóndor y los Body Counting durante la Guerra de Vietnam y las masacres durante la Guerra del Ramadán, y el polaco católico Zbigniew Brzezinski, ministro de Carter y gran favorecedor de la tiranía del sha de Persia. Al caer de la tarde Santos organizó, con la ayuda de los embajadores colombianos ante Lisboa y Paris, –dos correveidiles de gran calado–, un desfile de jóvenes residentes en Europa portando antorchas eléctricas y toda la familia presidencial, disfrazada de Kennedy, salió al balcón del Gran Hotel.

Juan Manuel llegó a la ceremonia acompañado por una enorme representación de nacionales, no menor de 300, venidos desde la patria misma y muchos más de las capitales europeas donde se desempeñaban en embajadas, agencias estatales y consulados, entre quienes estaba un minúsculo grupo de reclusos de las FARC, como Ingrid Betancourt que vive en París, o la senadora Clara Rojas, sus apacibles alfiles Humberto de la Calle, que ha tenido más puestos que un bus o el aristócrata Sergio Jaramillo, el gobernador denticulado Alan Jara o el artero profesional Héctor Abad, que ha obtenido todo el jugo posible del asesinato de su padre y el secuestro de Ingrid, pero ni uno solo de los delegados de las víctimas que se opusieron al pacto con los malhechores, secuestradores de ancianos millonarios, reclutadores y violadores de niños, y mucho menos de los patibularios mismos, a quien, como dicen las señoras, negrió, pasándose por la galleta aquello de que la paz se hace entre dos y no en solitario.

Todos presenciaron la actuación de una diva y un solista criado en Noruega por una familia que le adoptó, el rock de la banda de rock y el dúo de un dúo, a una cantante gringa, el pop de un grupo de pop, otro músico más y Sting, en nombre de Inglaterra, el país que más ama Santos. Al final actuó sin la camisa negra Juanes, que no quiso decir a la televisión sueca cuánto había cobrado. El periplo terminaría en una gira por Suecia, España, Italia, el Vaticano y Bélgica, donde Sir Prize mostró el diploma y las monedas.

Había coronado la cúspide de sus 65 años tras un largo camino de traiciones y trapisondas. Los entrevistados de la señora Dávila no se ahorran en describir los kilómetros de maquinaciones, hipocresías, felonías, celos, composturas que ha llevado a cabo para alcanzar esta gloria de su morrocotuda soledad. Se ha quedado tan solo que apenas sus cuatro perros se le suben a la cama.

Todo comenzó aquel día de 1960 cuando el Eduardo Santos, tío abuelo del presidente de marras, decidió repartir las 100 acciones de su periódico El Tiempo a sus colaboradores, dejando 16 de ellas a su sobrino seudoizquierdista Hernando Santos Castillo, hijo de su hermano Calibán, sin que hasta ahora nadie sepa por qué, Luis Carrera, el notario de la Sexta, cambió el testamento ordenando dar 4 a Daniel Samper Pizano, 3 a Enrique Santos Calderón y 6 a su hermano de este último Luis Fernando. Por ello cuando en 2007 vendieron el periódico a José Manuel de Lara, Hernando poseía un 25%, y Enrique Santos Castillo, su hermano y padre de Juan Manuel, apenas, un 2% para repartir entre sus 4 hijos, causa del resentimiento del ahora expresidente contra sus primos Pacho y Rafael, que de verdad controlaron el poderoso diario desde los años setenta. Tanto Enrique como Juan Manuel han debido jurar salirse con la suya desde niños, y la suya era aniquilar todo lo que sus primos hermanos, hijos del poderoso Hernando representaban. Tan grande es el odio que JMS profesa a su tío abuelo por haberles desheredado, que en sus ocho años de gobierno solo le mencionó una vez, en junio de 2016, con ocasión de la publicación de una inagotable biografía del multimillonario boyacense que adoraba París y controló Colombia en su majestuoso piso de la Avenue Foch, en la misma sala de recibo donde prohibió que El Tiempo publicara a Gabriel García Marquez, porque no había venido a saludarle cuando llegó, con una mano adelante y la otra atrás, a la Ciudad Luz, en mayo de l957.

“JMS es capaz de vender a su mamá para que lo nombren en algo”, dice una. “JMS es un hombre sin palabra”, dice otro. “Santos prefirió dialogar con la guerrilla de las FARC que con la gente decente”, dice este. “JMS será recordado como José Vicente Concha, que nadie sabe quién es”, dice aquel. “JMS abandonó a Roberto Prieto, que le coordinó las dos campañas”. “JMS se rodea solo de personas llenas de odio y rencor como su mujer y su hijo mayor”. “JMS compraba cortinas por 600 millones de pesos; almendras por 15 millones y pagaba un asesor espiritual por 50 millones con la plata de todos nosotros”. “Santos creó la Corte Suprema Especial de las FARC para encarcelar a Álvaro Uribe”. “A Santos no le importaron la corrupción de Odebrecht, Reficar, Sena, Colciencias, la prostitución en la policía, la corrupción del Congreso”. “Según informes de la Contraloría 50 billones de pesos han ido a manos de los corruptos en este gobierno”. “Santos abandonó a Musa Besaile y el Ñoño Elías que lo reeligieron con 360.000 votos”. “Santos dijo que a los que no les gusta la mermelada les va a tocar vacunarse contra la diabetes”. “Unos 230 congresistas hacen parte del Cartel de la Mermelada”. “Santos odia al pueblo colombiano”. “Santos no ha leído la Constitución”. “La tapa de la olla fue cuando descubrimos que Santos andaba con Álvaro Leyva, las FARC, Carranza y los hermanos Castaño para derrocarme”, etc., etc.

La anatomía del hombre es la clave para la anatomía del mono”, dijo Carlos Marx. Eso sucede hoy, después de publicado el libro de la señora Dávila y valorando a fondo los sucesos últimos en que ha devenido el Pacto Santos-Timochenko. Ahora entendemos por qué la muerte de Alfonso Cano, como sostiene Piedad Córdoba, fue un complot y un crimen para llevar a cabo las ofertas de libertad y riqueza que Enrique Santos Calderón había ofrecido a Pablo Catatumbo si lograban sacar del camino al único de los jefes históricos de las FARC que aún se oponía ideológicamente a la gloria de Juan Manuel Santos y sus ambiciones de ser premio Nobel y secretario general de las Naciones Unidas.

Esta semana que ya pasó, los incuestionables Luciano Marín Arango, Hernán Darío Velásquez, Henry Castellanos Garzón, Seuxis Paucias Hernández, Milton de Jesús Toncely, José Benito Cabrera, más cientos o ya miles de lugartenientes, están reiterando que los dejaron sin la plata prometida, que van a meterlos a la cárcel y van a extraditarlos porque solo quedarán millonarios y libres los que orienta el verdadero amo de todo: Jorge Torres Victoria, el niño multimillonario del sexto piso que más han mimado los Santos Calderón desde las noches del Goce Pagano.


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