La desafortunada visita de Richard Nixon a Venezuela el 23 de mayo de 1958 no nos deja más que advertir con qué cuidado debe de manejarse el timing en las visitas de Estado.

Estados Unidos fue aliado y promotor de varias dictaduras en Latinoamérica durante la década de 1950, entre ellas la de Pérez Jiménez en Venezuela. Los venezolanos, gobernados por una Junta de Gobierno encabezada por Wolfgang Larrazábal, a pesar de la memoria corta con la que se nos caracteriza, no olvidaban que apenas en enero se había derrocado al dictador. Tampoco olvidaban cómo el gobierno de Dwight Eisenhower representado por Nixon como su vicepresidente le había otorgado a Pérez Jiménez la condecoración de la Legion of Merit en 1954 y para esos momentos le brindaba asilo en su país. Nixon pudo apenas salvar su vida bajo la encolerizada multitud que lo confrontó resguardado en su limusina. Estados Unidos, dispuesto a invadir Venezuela si ocurriera algún otro error que pusiera en riesgo su vida, dio órdenes de desplegar sus fuerzas con base en Puerto Rico y Guantánamo hacia Venezuela liderados por el portaaviones USS Tarawa, ocho destructores y dos naves anfibias de asalto. El nombre clave para esta movilización no pudo ser más pintoresco… Operation Poor Richard.

La visita de John F Kennedy en diciembre de 1961 fue una historia diferente. Acaso ya había pasado tiempo suficiente para olvidar las intromisiones del “imperio” de los años cincuenta o bien fuera porque el visitante en esta oportunidad se tratase del mismísimo jefe del Estado de un nuevo gobierno. Un presidente que había vencido por escaso margen al candidato de la administración anterior en aquellas ajustadas elecciones de 1960 en las que por vez primera se dio un debate televisado…al propio Richard Nixon. O, ¿sería porque Kennedy ya se había comprometido de antemano con Betancourt para extraditar a Pérez Jiménez?

Bajo la bandera de la Alianza para el Progreso, programa de ayuda económica, política y social para Latinoamérica, Rómulo Betancourt y Venezuela toda recibía de brazos abiertos a Kennedy y a su bellísima esposa Jackie. Ni siquiera el aguacero que cayó durante su llegada a Maiquetía pudo deslucir el vistoso acto de bienvenida. Cuando subieron a Caracas, los presidentes lo hicieron dentro de una limusina Lincoln Continental, alargada, blindada y recubierta por un techo transparente removible. Lamentable e irónicamente Kennedy no tomó las mismas previsiones cuando visitó Dallas aquel fatídico 22 de noviembre de 1963. Los dos presidentes no se limitaron a meros actos protocolares en sedes diplomáticas o en edificios de gobierno. No, fueron en helicóptero primero a la población de La Fría en el estado Carabobo y seguidamente a La Morita en el estado Aragua, donde repartieron títulos de propiedad de tierras y viviendas. En esta última parada la primera dama de Estados Unidos dirigió unas bellas palabras en español a los asistentes.

Al día siguiente, Kennedy de camino al Panteón Nacional paseó por las calles de Caracas, esta vez a bordo de la limusina blindada de Betancourt. Ahí colocó una ofrenda floral al padre de la patria ese 17 de diciembre en el que se cumplían 131 años de su muerte. A diferencia de Nixon tres años antes, el presidente norteamericano pudo  recorrer tranquilamente la capital venezolana vitoreado por la multitud.

Kennedy superó a Nixon no solo en aquellas  elecciones de 1960, lo hizo también en su desempeño como diplomático en Venezuela. En los anales de la historia la figura de Kennedy siempre será recordada con cariño y nostalgia por lo que pudo ser, la de Nixon como protagonista de un triste capítulo de la historia norteamericana, más triste aún que su visita a Venezuela. Bajo gobiernos democráticos o no, las relaciones entre nuestros países hasta la llegada de la desastrosa revolución bolivariana habían sido tradicionalmente estrechas y beneficiosas para ambas partes. Cuando Betancourt recibió a Kennedy aquel diciembre de 1961 le dijo: ”Recibimos como amigos a quienes son nuestros amigos”. ¡Hoy más que nunca!


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