La realidad del venezolano ha cambiado mucho en las últimas décadas. Históricamente, fuimos un país con las puertas abiertas a los emigrantes que llegaban de todas partes del extranjero. Sin embargo, hoy nos hemos convertido en habitantes del mundo, en número cada vez más elevado que sigue en franco crecimiento.

Una de las razones de mayor peso, apartando el contexto social y político actual, es la incertidumbre en cuanto a un porvenir inseguro y la falta de oportunidades, lo que ha ocasionado que un grueso importante de venezolanos busque su destino en otras latitudes. Entre los rumbos más tradicionales para estos planes están España y Estados Unidos, aunque esto se ha expandido incluyendo en los años recientes: Panamá, Colombia, Chile y Ecuador, así como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Finlandia, Irlanda, Reino Unido, Alemania, Holanda, entre muchos otros que se han agregado. Este movimiento, sin duda, representa una pérdida de recursos y talento valioso, que no encuentra en Venezuela una respuesta clara para su futuro.

Es una situación que nos debe llamar a la reflexión, especialmente por tratarse de un voluminoso flujo integrado en su mayoría por un nivel académico de educación superior o de posgrado, es decir, estamos hablando de una emigración especializada altamente calificada.

Si hacemos referencia al caso de Estados Unidos, podemos observar que la presencia de los venezolanos se ha incrementado de manera significativa y se encuentran en el decimotercer lugar en el grupo de los latinoamericanos, formado por mexicanos, nicaragüenses, colombianos, salvadoreños, puertorriqueños, dominicanos, hondureños, cubanos, guatemaltecos, ecuatorianos, peruanos y españoles. Sin embargo, destacan por ser el contingente con mejor grado de educación, ya que 51% de ellos, mayores de 25 años, cuenta con un título universitario o técnico, mientras que 13% de los hispanos y 29% de los estadounidenses con esas edades tienen formación superior.

La mayoría emigra con su grupo familiar, constituido por adultos jóvenes altamente formados, atraídos por esos sitios donde encuentren un movimiento laboral de buen nivel. Estos por lo general se desempeñan en funciones que requieren dominio del conocimiento en cuanto a ciencias, tecnología, matemática, economía, finanzas y demás. Lamentablemente, estamos ante la fuga de talento que se dirige a otros países y ayuda a su respectivo crecimiento, esa población analítica que necesitamos para asumir nuestro propio desarrollo y fungir como generación de relevo, en cuanto al plano científico, tecnológico, económico, de las comunicaciones, del arte, entre otras disciplinas más, profesionales capacitados para impulsar estos sectores.

A este número se deben sumar, eventualmente, los bachilleres que están planeando estudiar sus carreras en el extranjero, y es probable que busquen oportunidades de trabajo fuera, así como los jóvenes con intención de emigrar una vez culminados sus estudios universitarios en curso, previendo la situación que deben afrontar en nuestro país en cuanto a la falta de ofertas de empleo, a los salarios insuficientes o la necesidad de asumir ocupaciones no acordes con su formación.

Considero que emigrar es una decisión trascendental de vida, que tiene justificadas razones para aquellos venezolanos que han visto en ese destino nuevas opciones educativas, laborales, de crecimiento personal y familiar, a las cuales todos tenemos derecho.


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