El niño trabajador a la hora de jugar, brega por su existencia; en el momento de aprender, lucha por la vida; en la edad de la ilusión es realista; la exigente escuela de la vida no deja lugar para la fantasía, en su mente solo hay trabajo porque para él es el único sistema para subsistir.

A pesar de que se diga que nuestra infancia goza de todas las facilidades y recursos que necesita, podemos ver en nuestro acostumbrado andar por las calles de Caracas y por las principales ciudades y pueblos del país, a muchos niños trabajando y luchando por el diario vivir; otros, deambulando en la búsqueda de un destino incierto. 

Bajo el peso del trajinar y arrastrar sus pasos, se nos está frustrando una carga de esperanza y futuro en medio de una sorda indiferencia; el niño de la calle debe enfrentar cada día la lucha por la subsistencia, alejándose cada vez más de la esencia de su propia infancia, de la posibilidad de realizarse en un medio adecuado a su naturaleza y su potencialidad.

Esta es una vieja historia de egoísmo y crueldad, en todas las épocas y en todas las civilizaciones; el niño ha sido explotado como mano de obra barata, fácil de manejar porque desconoce sus derechos, fácil de chantajear porque casi siempre trabaja ilegalmente. Por estas sencillas razones y por la apremiante realidad de su pobreza, hoy trabajan y deambulan en Venezuela, miles de niños menores de 16 años.

Los antecedentes de la infancia trabajadora son muy variables y complejos; tratar de solucionarlos parece muchas veces muy difícil por lo arraigado del problema, y entre ellos podríamos destacar la falta de educación, irresponsabilidad y/o ausencia física de los padres, o uno de ellos, y problemas económicos.

Mayormente los niños que trabajan provienen de zonas marginales o de los llamados cinturones de miseria. Debido al régimen de vida que llevan son propensos a delinquir o a laborar para sustentar su gran familia.

Los niños trabajadores se enfrentan con una realidad a veces incomprensible para ellos, que día a día aumenta de manera tal que se ven obligados a hacer  tareas para subsistir en esta sociedad que los considera como una imagen pintoresca. 

Cada día el niño trabajador va a ocupar su puesto como queriendo dar un toque familiar al rostro anónimo de la muchedumbre, como pretendiendo formar parte del paisaje, entre miradas indiferentes, hostiles o desconfiadas; deambulan por las calles luchando por la vida. Para el ciudadano común son solo una imagen habitual y hasta típica; para las estadísticas una cifra muy significativa, miles de niños que tienen esperanzas que difícilmente se realizarán.


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