I

El crimen está narrado en las escrituras. Todo el mundo cristiano y no cristiano conoce a Herodes y no hace falta que les vuelva a echar el cuento, porque tampoco soy una experta en la materia. Sin embargo, hay un episodio que se me revuelve en la memoria.

Por el año 1999 ocurrió un evento que conmocionó a toda América y cuyo protagonista era un niño de apenas 6 años de edad. La madre tomó la riesgosa decisión de embarcarse en una balsa pequeña de aluminio con un motor poco potente junto con otras 10 personas para huir de Cuba, esa costa azulada que se ve a lo lejos desde Miami, Estados Unidos. Casi se puede tocar, piensa uno, y los cubanos al verla lloran.

Desde el malecón de La Habana también se ve Florida, pero la sensación es diferente. El mar Caribe se encrespa y pega fuertemente contra la barrera de bloques y piedras que lo separa de las calles de la capital cubana. La sola idea de montarse en cualquier embarcación da miedo. Pero ahora que estoy viviendo en esta pesadilla entiendo que más miedo da seguir en la isla, y así lo pensó Elizabeth, madre de Elián.

Huía de todo, pero con la idea de conseguir un mejor futuro para el niño. El Caribe se la tragó junto con otros pasajeros, pero los sobrevivientes, entre ellos Elián, fueron rescatados por un pescador y llevados a la ansiada costa floridiana.

Como si no fuera suficiente drama, su padre lo reclamó desde Cuba, y para no hacer la historia más larga, por falta de permiso de viaje el niño regresó con su progenitor y hasta el sol de hoy vive con él, ferviente defensor del régimen cubano, en los brazos de aquel mar de la felicidad que es Cuba.

Imagino que él solo conoce una parte de su propia historia. No es que las dictaduras no digan la verdad, dicen la que les conviene.

II

He de reconocer que la lucha que libró el padre de Elián, con el respaldo de su amado régimen, tiene cierta base legal, porque Elizabeth, su madre, no tenía permiso de su ex marido para sacar al niño. Pero no hay que perder de vista que bajo ninguna circunstancia, aunque quisiera, podía tenerlo, porque para aquel entonces los cubanos tenían prohibido salir de su cárcel, digo, de su isla. Aunque tuvieran el dinero, aunque tuvieran familiares en otros países, aunque quisieran salir, los Castro decían que no. ¿Ven cómo se justifica lo que hizo la señora?

Pero también debo reconocer que a ninguna autoridad de Cuba ni al padre del muchachito se les ocurrió algo tan arrastrado y sórdido como acusar a la mamá o a los demás pasajeros de responsables de la trata de menores. Eso solo pasa en socialismo, ¿qué digo? En el chavismo.

¿Alguien en este país mío (con todo y apéndice cubano) podrá dudar de que aquí estamos padeciendo de la misma prohibición? Si ahora querer reunirse con su familia fuera del país es un delito. Más de 100 niños, algunos con la esperanza de seguir algún tratamiento médico en tierras mejor gobernadas, fueron detenidos y maltratados en el aeropuerto de Maiquetía. ¿Y cuál fue la explicación de las autoridades? ¡Trata de menores! Dicen los psiquiatras que eso se llama proyección, de la misma que sufría Chávez cada vez que les endilgaba a otros sus culpas.

Hay que ser desalmado, hay que ser un monstruo para hacerse la vista gorda cada vez que se sabe de un niño que muere por la desnutrición. Hay que ser un ogro para negar que los muchachitos venezolanos que tienen alguna enfermedad no consiguen cura aunque tengan los mejores médicos. Hay que tener el corazón negro y no conmoverse ni siquiera en Navidad para negarle a un bebé su salvación, su futuro.

No hay Niño Jesús ni San Nicolás, lo que nos sobran son Herodes.

III

Me mimetizo con la gente. Desarrapados, con la ropa remendada, con los zapatos en el último estado. Nada de andar con pintas. Nada de disfrutar del fruto del trabajo. Lo único en lo que pensamos en es cuánta comida nos queda.

Si llamas la atención, pierdes, te identifica el malandro que tienes al lado. Tampoco es que haya cómo llamar la atención. Andamos todos sacando cuentas, rasguñando. Andan muchos buscando en la basura.


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