Nunca se entendió del todo la lógica de un nuevo encuentro entre Enrique Peña Nieto y Donald Trump en vísperas de las elecciones mexicanas y a ocho meses de que Peña Nieto dejara la Presidencia de México. A menos de que el encuentro fuera la ocasión para anunciar un gran acuerdo sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, los dreamers y un aumento significativo de las visas H2A y H2B para trabajadores temporales mexicanos en Estados Unidos, el mero hecho de reunirse en México o en Estados Unidos implicaba grandes riesgos y ningún beneficio.

Todo parece indicar que no hubo tal acuerdo. En primer lugar, porque no han concluido las negociaciones sobre el TLCAN y faltan los capítulos más espinosos: reglas de origen, estacionalidad agrícola, mecanismos de solución de disputas, cláusula de revisión quinquenal. Además, lo que hubiera podido ser un arreglo al problema de los dacas o dreamers que beneficiaría a casi 1,5 millones de mexicanos en Estados Unidos se cayó en el Senado norteamericano, sin siquiera llegar a la Cámara Baja, donde iba a ser aún más difícil sacar algo sustantivo. Y en cuanto a las visas, de haber solo eso de por medio, era de esperarse que el acuerdo sería impresentable para la sociedad norteamericana, para el Partido Demócrata, para los sindicatos y para la comunidad latina. De modo que se antojaba que el anuncio sin fecha ni ubicación del encuentro sobre la reunión Peña Nieto-Trump, tenía más un sentido político interno mexicano que cualquier otra cosa.

Aun así, parecía difícil de comprender. Si bien una buena reunión entre los dos presidentes de alguna manera podría ayudarle a Peña Nieto y elevar ligeramente su popularidad, no se ve muy bien cómo eso podía contribuir a la campaña del candidato del PRI, que ni siquiera con un gran acuerdo hubiera podido levantarse de la postración en la que se encuentra. Pero ausente el acuerdo, es decir, sin nada qué anunciar que fuera realmente significativo, el riesgo de un mal encuentro podía ensombrecer cualquier beneficio posible.

Pues, resulta, según The Washington Post, que no habrá tal encuentro o en todo caso será un meet and greet, al margen de la Cumbre de las Américas en Perú durante el mes de abril. Se suponía que el encuentro tendría lugar en la ciudad de Washington en la primera semana de marzo, y que se había logrado un acuerdo sobre el intratable problema del muro: Trump no insistiría en que México iba a pagar el muro y Peña no diría que México no lo pagaría. Pero en la conversación telefónica de la que se informó a principios de la semana pasada entre ambos mandatarios, resulta, de nuevo, según el The Washington Post, que no hubo tal convergencia. Trump se negó a comprometerse a no hablar del muro ni de que México lo pagaría; Peña Nieto no aceptó esa exigencia y, por lo tanto, según el The Washington Post, se canceló el viaje.

Ya si Trump perdió los estribos, como le dijeron los mexicanos al The Washington Post, o si solo se exasperó y se frustró con la intransigencia mexicana, como dijeron los norteamericanos, da más o menos lo mismo.

No es una buena idea estar jugando con las relaciones con Estados Unidos como instrumento de campaña de un candidato del PRI. Siempre sale mal. Con Trump sale peor. Es hora de que la Cancillería y la Presidencia dejen de querer prolongar en los hechos la vigencia del mandato de Peña Nieto, cuando es obvio que ya es un presidente saliente, debilitado e impopular. Es hora de que dejen de negociar el TLCAN y permitan que el sucesor, cualquiera que sea, lo termine; es hora de que suspendan mayores concesiones a Estados Unidos en materia de la guerra contra las drogas y la migración centroamericana; y es hora de que cesen de buscar encuentros inútiles e inmanejables.


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