La declaración de un joven manifestante en Masaya: “Ortega o te vas o te sacamos”, marca el epílogo del mandato de un dictador que se ha arropado bajo el manto de la revolución sandinista para justificar todas las tropelías y violaciones cometidas a un pueblo que sufrió una de las dictaduras más feroces que haya padecido Latinoamérica en su historia.

En efecto, desde la década de los años treinta del siglo XX, el somocismo sometió a Nicaragua bajo el puño de hierro de la familia Somoza, sostenida por la Presidencia de Estados Unidos de la época y los intereses de empresarios norteamericanos; impuso una república bananera que masacró toda protesta popular, hasta la década de los setenta, cuando tomó cuerpo la revolución sandinista que desalojó la dictadura en julio de 1979. Esta desató una oleada de solidaridad mundial cuando, incluso, asistieron brigadas internacionales en defensa de la revolución encabezada por el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

La herencia de la gesta de Sandino y luego de la revolución nicaragüense fue secuestrada por Daniel Ortega, quien, tras haber perdido las elecciones con Violeta Chamorro en 1990, aprendió la lección y estableció desde su regreso al poder, en 2006, un férreo control de los poderes públicos, a través de elecciones fraudulentas hasta la última realizada en 2018.

A casi 40 años de la revolución y de creer que todo estaba atado y bien atado, alumbró la chispa que incendió la pradera, al promover una reforma de la seguridad social que pechaba a empresarios y trabajadores, lo que sirvió de escenario para desatar no solo la protesta contra la arbitraria medida presidencial, sino la ira popular contra la gestión de Daniel Ortega y su extravagante mujer, Rosario Murillo, hoy vicepresidenta.

Lo irónico del caso es que Masaya y el barrio Monimbó, histórico bastión del sandinismo, han sido el punto de partida de una insurrección popular que exige, como lo plantea el chamo Lester Alemán, de 20 años: “Aquí asistimos a la mesa de diálogo a discutir un solo punto en la agenda: su renuncia, presidente Ortega”.

La respuesta de la dictadura ha sido brutal, con los cuerpos parapoliciales, que aquí llamamos colectivos, han asaltado universidades, pueblos y barriadas y causado más de 140 muertos, casi todos jóvenes estudiantes, lo que ha generado una rebelión que se extiende a toda Nicaragua.

Entre tanto, la oposición venezolana no reacciona ante esta tragedia, similar a la que vivimos acá en 2017; es hora de que la Asamblea Nacional manifieste su apoyo al pueblo nicaragüense, que los jóvenes en las universidades nacionales manifiesten su repudio a la masacre, que los sindicatos se solidaricen con las luchas de los trabajadores.

En fin, la lucha contra las dictaduras no se traduce en solo esperar el apoyo de la comunidad internacional, las resoluciones de la OEA, la Unión Europea y las sanciones a los funcionarios corruptos del madurismo, quienes se verían afectados si un eslabón de la cadena de cómplices se viene abajo, como lo es la dictadura de Daniel Ortega.

El pueblo nicaragüense está dando una lección al continente de cómo, ante las dictaduras, primero se conquista la libertad y, como consecuencia, vendrá la democracia.

Nuestra solidaridad absoluta con las luchas del pueblo nicaragüense en su objetivo de derrotar la dictadura.


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