Si ha habido un momento determinante en la historia contemporánea del país y sus ciudadanos es este. Luego de la toma de posesión de Nicolás Maduro y del desconocimiento de unos 60 países, la gran mayoría de los venezolanos espera que, perentoriamente, haya un cambio de gobierno.

Esta meta se torna cada vez más complicada, pues el gobierno controla los poderes públicos y las Fuerzas Armadas. No obstante, los radicales de este lado, esa parte de la oposición que grita y se impone en la opinión pública, crea falsas expectativas acerca de una pronta salida del poder de Maduro. Y muchos lo creen, aunque los métodos para lograrlo pasen por opciones como una intervención militar. Los prudentes, los que pretendemos transitar caminos menos escabrosos y que redunden en soluciones más sólidas y con paz, somos víctimas del odio de muchos de nuestros propios aliados.

Pero como dice el amigo Jesús Seguías: “Si están contando con las fuerzas de los ‘traidores’, ‘colaboracionistas’ y ‘cobardes’ de la oposición para hacer valer sus propuestas, han escogido un pésimo camino. No esperen por nadie. Ejecútenlas ya… y que Dios los bendiga”.

Los irresponsables que ahora promueven la fantasía de desalojar a Maduro de Miraflores o nombrar un gobierno paralelo, son los mismos que promovieron la abstención y con ello desaprovecharon que una gran mayoría ejerciera su derecho al voto y le dejaron el camino a Nicolás para que “ganara”, apoyado por las presiones y condiciones anticonstitucionales que ejerció.

El problema ya no es constitucional sino político. Maduro seguirá ejerciendo el poder, independiente del calificativo que se use para su gobierno. Hay que buscar mecanismos políticos que conduzcan a negociaciones con grupos de poder que están dentro del gobierno y que, aunque no lo expresen públicamente, no están dispuestos a seguir acompañando los desmanes del régimen de Nicolás. Solo nos queda la presión interna y externa para una negociación política.

No podemos olvidar que desde la AN se declaró responsabilidad política a Maduro, el abandono del cargo presidencial, moción de censura al ex ministro de Interior y Justicia Néstor Reverol y un largo etcétera, y no ocurrió nada porque la crisis venezolana es política y requiere una solución política, posiblemente consensuada, más que meramente legal o simbólica.

Quienes creen que la Presidencia simplemente se “asume” y por arte de magia se es reconocido, que busquen el ejemplo de Andrés Manuel López Obrador en México en el año 2006, quien se “juramentó” como presidente legítimo pero no fue reconocido por las instituciones, mientras que Enrique Calderón sí. No basta con “nombrar” o “nombrarse” si no se tiene la fuerza institucional.

Cuando el Grupo de Lima exhortó a Nicolás Maduro a que el 10-E no asumiera la Presidencia, a respetar las atribuciones de la AN, a transferirle, en forma provisional el Poder Ejecutivo hasta que se realicen nuevas elecciones y expresó, taxativamente, su rechazo a cualquier intervención en Venezuela, lo invitó a negociar. Sí, a negociar. El comunicado señala que si Maduro tomara las acciones que el restablecimiento del orden constitucional impone, “reevaluarán relaciones” con el país.

La expresa ratificación del pleno respaldo y reconocimiento a la Asamblea Nacional, así como la manifestación de la “convicción de que la solución a la crisis política en Venezuela corresponde a los venezolanos” son puntos que dejan claros los alcances diplomáticos de esa declaración.

En Venezuela hay un caos institucional que no se resuelve a través de las armas ni la violencia, sino dialogando con quienes piensan distinto a nosotros en aras del bien común.

Además de la emergencia humanitaria compleja que azota nuestra nación, en este momento enfrentamos una crisis política que requiere dar pasos analizados y estratégicos, como el ajedrez, antes que asumir posiciones efectistas que no contribuyen en nada a encontrar una solución que nos conduzca al restablecimiento de la democracia.

Chile retomó el camino democrático a través de la unión de los distintos grupos opuestos a la dictadura y de la negociación. Mandela condujo a Sudáfrica a la paz, a través del diálogo y la fuerza del voto popular. Hubo transiciones y se evitó que la violencia arropara.

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