Estas son las últimas páginas del libro que escribí sobre Belén Lobo que Federico Prieto va a editar pronto. No es un libro sobre el ballet o la danza contemporánea que ella conoció y transitó suficientemente. ¡Es sobre Belén! Al escribirlo tuve siempre presente una bella definición del ballet que leí alguna vez: “¡Es lo que queda en el aire después de que el bailarín pasó por él!”. Lo hizo Belén, y al pasar por ese aire se convirtió en un ser absolutamente real, pero inventado. Un Hada de azúcarAurora, los Gatos reales, la Bella Durmiente, una Fille mal gardée, la inocente pero apasionada Giselle. Una coreografía de Grishka Holguin; otra, de Norah Parissi. Alguna danza tradicional, los programas estelares en la naciente televisión. Un asombro que brotó en Venezuela en permanente estado de violencia política, social y en algunos casos de trágicas asperezas personales y de familia.

También yo sentí crecer en mí una sensibilidad que se estrelló contra la misma violencia que azotó a la mujer que me acompañó cincuenta años y a la bailarina que apartó el aire para pasar por él.

Ella padeció, como todos los venezolanos de mi generación, tres dictaduras militares durante el arco de una sola vida: Juan Vicente Gómez, en la niñez; Marcos Pérez Jiménez, en la juventud, y el socialismo bolivariano, en la afligida senilidad. De niña, convertida en enfermera, asistió a la madre que agonizaba. En la radiante juventud se negó a estrechar la mano a Pérez Jiménez y a Alfredo Stroessner el sátrapa paraguayo, y en la senectud rumió el enrarecido odio que le producían las vulgaridades de los mandatarios populistas, mientras yo, convertido por la semejanza de las situaciones en una gota de agua frente al espejo de Belén, asistía a los 4 años de edad a mi primera manifestación de violencia mientras veía por la celosía de la ventana los saqueos a las casas de los gomecistas; escuché a la pavita cantar en la mata de mango anunciando la muerte de mi madre; no pude evitar, por haber sido el mejor alumno de la escuela, darle la mano a Higinio Morínigo, otro sátrapa paraguayo, pero en revancha me convertí en el peor alumno que haya conocido la educación venezolana y me expulsé años más tarde de la muy anciana y polvorienta Sorbona y de toda conducta académica. ¡Me hice libre y rebelde!

Belén y yo, pero también los venezolanos víctimas de la hora actual bolivariana, somos perfectas flores de loto: ¡surgimos del pantano para estremecernos de amor!

Una tarde, Belén me miró con una intensidad que me era desconocida y dijo: “Mi amor, junto a mí te has hecho águila y relámpago. ¡No permitas que esta gente bolivariana nos estropee la vida!”.

Años más tarde, dos días antes de que la muerte entrara en la quinta Nancy, Belén fijó nuevamente sus ojos en mí y me conmoví como nunca me había conmovido porque vi que su mirada provenía desde muy lejos, desde la cumbre helada de los infortunios. Y repitió lo que me había dicho aquella vez: “No olvides que tú eres el águila y el relámpago, y así quiero que quedes cuando me haya ido”.

Descubrí que siendo un águila vivo durante el día en las alturas y resplandezco bajo el sol, pero dejo que el búho, la lechuza, los murciélagos se apoderen de la noche a la que también soy adicto. ¡Pero soy un relámpago! ¡Soy aire y fuego!

Me imagino y vuelo kilómetros y planeo en amplios y elegantes círculos, y mi mayor anhelo no es otro que escudriñar con mis ojos y con perfecta agudeza el terreno que vislumbro y saber que lejos de mí, en el Tíbet, soy un águila de alas doradas y me consideran el pájaro de la vida, destructor de todo y creador de todo. ¡Soy el águila bicéfala! El emblema romano de los triunfos y del orgullo de los Césares. El poder del imperio porque devoro al león y lucho victorioso contra la serpiente.

¡Murió Belén! Esparcimos sus cenizas y a medida que el águila planeaba en mi memoria escribí este texto con lágrimas sintiendo que el aire me escuchaba, es decir, sentí a Belén que permitía por última vez que flotara el aire mientras ella pasaba por él transformada ahora en la perfecta soledad que me abriga, y sentí dentro de mí que ella aprobaba lo que yo había escrito. Desde entonces no me canso de reiterar este breve texto que transcribo a continuación. Lo escribí pensando en ella y en mí, pero también en todos los que viven en la pareja que fuimos y lo leo en las conferencias y lugares públicos en los que tengo que hacer acto de presencia y lo consigno aquí y me obligo a hacerlo porque es una manera no solo de enfrentar cualquier régimen despótico o militar, sino de acariciar el amor y la dicha de haberme sumergido junto a Belén en la portentosa aventura de vivir:

“Cada uno de nosotros arrastra su propia memoria. ¡En nosotros viven el águila y el relámpago! Somos la fuerza y el propósito de transformar el mundo. Si queremos, si aceptamos y decidimos enfrentar los desórdenes políticos y económicos que obstaculizan los caminos del país, lograremos rescatar nuestra dignidad.

“Pero si nos negamos a ver el aire sagrado que corre por nuestras almas será poco lo que avanzaremos y los obstáculos permanecerán. Si lo hacemos, si lo logramos, nos encontraremos de nuevo en esa línea que creíamos perdida, la línea imprecisa del horizonte que confunde el azul del cielo con las profundidades del mar, y me veré a la salida del laberinto con la sangrante cabeza del Minotauro en mis manos y, entonces, Belén y yo y todos los venezolanos, juntos, navegaremos hacia el sol”.


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