«Y al poema que se enrosca sobre el hombre» (Leopoldo María Panero)

¿Recuerda cuándo fue la última vez que pidió a un transeúnte que le tomase una foto a usted y su acompañante con un monumento de la ciudad al fondo? Hace unos años, era normal confiar a un desconocido la cámara de fotos para que nos fotografiase y, también –¿para qué engañarnos?– dar fe de nuestra visita a un lugar de interés como París, Córdoba, Roma o Londres. Eso era antes.

Uno tendría que haber sido muy ingenioso entonces para hacerse un autorretrato solo, sin ayuda. Ha pasado mucho tiempo. Unos cuantos años después de la cámara digital réflex y gracias a la aparición de Internet se inventó el smartphone. Con este aparatito empezamos a disfrutar de teléfono sin cable, radio y cámara de fotos, pero esto ya lo sabe todo el mundo. Lo que algunos desconocíamos hasta hace poco era el logro de la aplicación fotográfica para la cámara del smarpthone que dio un giro sobre el objetivo de la propia cámara y trasladó el foco de la imagen del objeto situado delante del dispositivo al lado contrario, dicho de otro modo, se consiguió volver el objetivo de la cámara al fotógrafo. Aprovechando esta explosión narcisista, la fotografía del yo evoluciona a toda velocidad y además consigue, no sin cierta habilidad, añadir el protagonismo de la fotografía también al fondo. La fotografía de uno mismo, el autorretrato, se denomina autofoto o «selfie«. En este caso particular el anglicismo suena mejor.

Gracias a la existencia de Internet, los smartphones, las aplicaciones de la cámara, el palo-selfie y algunas redes sociales al estilo de Instagram, los selfies comienzan a constituir una nueva categoría de fotografía. El fenómeno del selfie crece por doquier y de manera espontánea surgen múltiples subcategorías: selfies de adolescentes frente al espejo del baño, con monumento al fondo, supersexy, arriesgados, rooftopping (en los tejados), junto al tren, delante del toro, etcétera. A la gente de la generación más audiovisual le ha dado ahora por grabarse en video haciendo tonterías: saltar de un coche en marcha bailando por el arcén, conducir a más de 200 km/hora donde solo se permite ir a 120 km/hora. Lo más curioso de estos videos y fotografías es que todos quieren verlos. Todos somos espectadores y somos nosotros quienes convertimos una fotografía o un video en viral. Nosotros alimentamos el ego de los protagonistas.

Muchos de ellos resultan graciosos, otros son ridículos. La fotografía de la adolescente presumida que posa frente al espejo de baño con un vestido ajustado y una pose sexy exagerada en la que se cuela el hermano pequeño o un detalle desagradable al fondo del encuadre.

Otros selfies se vuelven escalofriantes al ser tomados décimas de segundo antes de sufrir un accidente mortal («Las formas más absurdas de morir por hacerse un selfie en situaciones extremas«; BBC Mundo, 5.10.2015). Así fue el caso del joven de Texas que jugaba a fingir su propio suicidio apuntándose con el cañón de un arma metido en la garganta. Parece ser que el arma se dispara sola y el chico acaba muriendo. En una población de Toledo, por otro lado, un hombre de 32 años busca el encuadre para un selfie con el toro que corre justo detrás de él en el encierro. El corredor hace la foto de su vida, es corneado y después muere.

La rusa Angela Nikolau es una experta en selfies arriesgados. Nikolau se comporta como una equilibrista del vértigo. La calidad de sus fotografías se debe a la combinación de las poses de gimnasta y las vistas espectaculares tomadas desde antenas de edificios o puentes emblemáticos. Esta joven tiene una cuenta en Instagram y su poder se mide por el número de seguidores. La fotógrafa cuenta con más de 20.000. («La chica de las selfies más peligrosas del mundo«; Clarín, 25.08.2016).

En la era del yo, el selfie hace posible que cualquiera se convierta en un personaje famoso. El selfie supone la transgresión de revolver el objetivo (el objeto de la fotografía) hacia el sujeto y alterar la lógica de la fotografía originaria centrada en el prójimo. Nunca hemos sido tan egoístas ni tan narcisistas como ahora.


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