En el socialismo real de la URSS redactar una línea o un punto y coma, a juicio del censor soviético bien podía significar perder la vida, o la prisión en los gulag de Siberia. Igualmente en pleno siglo XXI, si usted lee el Granma, podrá actualizar la versión tropical estalinista en la tiranía del Comité Central del Partido Comunista cubano sobre la sociedad; incluso, si vamos a otras latitudes, es noticia mundial el reciente asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi, descuartizado por manifestar sus críticas a la monarquía de Arabia Saudita.

Khashoggi escribía en el diario estadounidense The Washington Post, en el que solía cuestionar las políticas del príncipe Bin Salman. En su columna mensual ocasionalmente manifestaba: “He dejado mi casa, mi familia y mi trabajo, y estoy levantando la voz. No hacerlo sería traicionar a aquellos que languidecen en la cárcel. Yo puedo hablar mientras que tantos otros no pueden… Las personas que están siendo arrestadas ni siquiera son disidentes, solo tienen una mente independiente”.

Por tanto, imagino la humillante gota gorda que sufrirán los opinadores de los numerosos pasquines de dimensión nacional y regional, devenidos en escribanos del régimen madurista, al momento de pisar una tecla y redactar la palabra equivocada, que pudiera significarles no solo perder el empleo, sino también caer en desgracia bajo la acusación de escuálido, apátrida o agente del imperio. Lo que les obliga cada mañana a arrodillarse, a titular la primera página que les aprueba publicar la sala situacional de Miraflores, en el mejor estilo del cruel Pedro Estrada de la dictadura del Nuevo Ideario Nacional perezjimenista.

Ahora bien, debemos reconocer que Venezuela sufre una regresión intelectual no solo en quienes detentan el poder. Así como el son se fue de Cuba, a decir de Luis Aguilé, de nuestros lares también se fue el debate. Los mentores del socialismo del siglo XXI hábilmente impusieron un escenario de análisis donde solo existe la polarización de ideas en torno a chavismo y el antichavismo, incorporando de paso la exclusión radical en ambos bandos de quien piense diferente a estas dos posturas políticas.

En nuestro reciente siglo XX quien militaba en un partido lo hacía por su convicción, en la socialdemocracia, el socialcristianismo, el liberalismo económico, el marxismo en sus diferentes vertientes; también se aceptaban librepensadores. En el actual siglo XXI desgraciadamente no es así, la adhesión a un partido refleja la ausencia del debate de ideas o proyectos, ya que la pertenencia se basa exclusivamente en el logro individual de alcanzar el puesto bien sea legislativo o ejecutivo. Si pudiéramos ver el closet de la dirigencia política bien sea oficialista u opositora, se observaría la colección diversa y colorida de camisetas que han asumido para llegar a la ansiada meta. Por tales motivos no se percibe diferencia alguna en la vocería partidista, solo una, si el discurso es chavista o antichavista, y esta cruda realidad hoy la resiente gran parte de la población. Si no lo creen, me remito a las encuestas: son lapidarias.

En tal sentido, a mi criterio, este diario El Nacional en su contenido, línea editorial y su página de opinión reafirma su historia, prefigura el futuro de la Venezuela próxima que va a resurgir; hoy es un oasis de libre juego de ideas en medio del desierto y la desesperanza que ha impuesto la tiranía, del cual saldremos hacia un país democrático pleno, donde no haya miedo a escribir, donde se debata libremente independientemente de las creencias o posturas ideológicas que cada ciudadano profese; con la participación de todos, esa aspiración legítima es posible lograrla.

Para nosotros, desde el mundo sindical y académico, El Nacional siempre será la ventana abierta que han querido clausurar, ya que es ahí donde se expresa la verdadera prensa libre y democrática.


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