El Nacional no cerró. Lo que sucedió el viernes pasado fue que dejó de circular la edición impresa, el periódico pues, pero su plataforma comunicacional, su intención de informar lo que pasa y denunciar la crítica situación que se vive en el país continúa intacta. Por lo menos eso es lo que se respira en la redacción, entre los periodistas, y me siento con la imperiosa necesidad de transmitirlo, más allá de cualquier otro análisis o disertación que podamos hacer.

El duelo es necesario, como cuando se abandona un amor, sobre todo si lo dejan a uno: se llora, se patalea, se bebe, se escuchan boleros, se vuelve a llorar, pero llega un momento en que miras hacia adelante y dejas atrás ese sentimiento de asfixia en el que parece que se acaba el mundo, porque el mundo no se acaba, sigue girando.

La realidad sigue ahí. Los venezolanos estamos inmersos en la peor crisis de la historia, con un gobierno al que solo le interesa mantenerse en el poder. Las perspectivas son devastadoras, por lo que aunque nos parezca difícil de imaginar, viviremos una situación peor de la que tenemos ahora. Y seguro que con la llegada del nuevo año aumentará la diáspora de venezolanos, que según los cálculos de la Organización de Naciones Unidas pudiera llegar para finales de 2019 a 5,3 millones de personas.

Nuestro reto comunicacional va más allá de lamentarnos por la edición impresa, porque el trance que vivimos no para, al contrario, se profundiza. Conectar con la gente es la acción prioritaria en los próximos meses. La supervivencia y el crecimiento pasan por esto.

Un medio no es solo generador de noticias, es en todo caso el que las transmite o divulga luego de una cuidada elaboración, pero ante todo se convierte en un mediador que debe ayudar a resignificar lo que se vive en Venezuela y aportar trazos para una nueva comunicación política.

Por eso, más allá del uso de nuevas tecnologías, redes sociales y selección de temas, es primordial considerar las necesidades de la gente, sus reclamos, sus quejas, sus personajes queridos, qué esperan y sus problemas. Es imposible permanecer distantes del día a día de los ciudadanos si se quiere tener influencia en ellos y aspirar a que El Nacional siga siendo una referencia informativa, ahora en la plataforma digital, por otros 75 años.

Urge entender que el destinatario no es solo un receptor, que incluso participar a través de las redes sociales debe ir más allá y debe propender al protagonismo de la ciudadanía.

Si vemos las cosas de manera diferente, estableciendo un nuevo pacto con la audiencia desde la cercanía, tendremos esa capacidad para afrontar los retos que imponen los tiempos.

El periodismo no puede hacerse a distancia, hay que contar las historias de la gente desde la cotidianidad, desde el día a día, que es lo que constituye lo fundamental del oficio de ser periodista. El uso de las nuevas herramientas tecnológicas es importante, pero todo debe hacerse desde la óptica de darle la voz a la gente, a su vida y problemas, superando lo meramente funcional, que queda supeditado a un objetivo básico: el bienestar de la ciudadanía y el restablecimiento y consolidación de la democracia.

Como afirma el colombiano Jesús Martín-Barbero en el ensayo Los oficios del comunicador, el periodista debe entender su labor “como el trabajo y la lucha por una sociedad en la que comunicar equivalga a poner en común, o sea, a entrar a participar y ser actores en la construcción de una sociedad democrática”.

Ese es el desafío que tenemos por delante, y como periodistas es el camino que deberíamos transitar. En una Venezuela convulsa y golpeada hace falta una mirada que nos devuelva las ganas de luchar, que motive y aleje el desencanto, que desentrañe los vicios del poder y sea capaz de revolucionar todo lo que hacemos.


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