La república sentenciada por la indecencia gubernamental. Una filosa espada pende sobre la cabeza de la nación. Como sometida al peor de los designios, su destino quieren arrastrarlo hasta el oráculo del totalitarismo. Ser un espejo en donde el rostro de la iniquidad se mire sin temor a tener que rendir cuentas. Nos duelen sus cosas, es la patria que originó nuestra historia. En muchos lugares yacen los huesos olvidados de los antepasados, seguramente soñaron con un destino mejor.

El ahora nacional es cruento. Vivimos la sensación de estar cautivos, bajo barrotes invisibles de maldad. El dolor enseñoreado en almas que sufren, la realidad es la resultante de una venganza que recibimos sin tener la menor de las culpas. Un odio profundo que hace que la vida cueste un disparo en la cabeza. Una nación ajusticiada, sometida a tener que hurgar en la basura para comer, rostros sombríos, cuerpos esqueléticos de nómadas que se cuelgan del último desperdicio, seres olvidados, enclenques y castrados en oportunidades de trascender. Son la estadística malsana de una jauría que nos condujo al abismo. Y en medio de la ciénaga los peores tormentos en el tranvía de la desesperación. Una nación convertida en alma profanada, casi destruida por intereses oscuros que la anhelan enferma para someterla. Es un paciente sin medicinas de justicia, equilibrio, democracia y paz.

Venezuela observa en silencio cómo unos pérfidos hijos corroen sus entrañas republicanas. No tienen respeto por la vida, ya que son la muerte, han jurado aniquilar la democracia ya que son la cárcel, castrar todo asomo de libertad es su norma, ya que son el paraninfo de la mentira. Son como viejos alquimistas que van probando fórmulas que sigan conduciéndonos hasta hacernos cadáveres. Han arrasado con los dineros del pueblo, se hicieron del botín y lo reparten entre el séquito de incondicionales, nos quieren matar por hambre y sin medicinas, y si alguno alza la voz recibe el castigo de los dioses revolucionarios. Una nación secuestrada, rehén de dolores profundos que abren surco para las lágrimas.

Afortunadamente la esperanza comienza a nacer en cada espiga, son la patria que no sucumbe, son el nacimiento de una Venezuela que se hará más fuerte y eterna, en donde la maldad sea una pieza de museo. Sin arrebatados jerarcas que coloquen en los esqueletos del pueblo la balanza de sus injusticias. Que podamos romper los barrotes invisibles y que brille el país que todos deseamos. Que vuelva la libertad en banderas de unión y paz, volver a tener una nación para la vida…

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