Parece que nuestro destino lo escribieron los aventureros. Una nación de increíble potencialidad, postrada en la ruina más espantosa; los responsables de su actualidad, gozan de una salud económica de hierro. Mientras la ubre estatal que usufructuaron luce reseca.

La nación es un espejo terrible de la necesidad. Con lágrimas en los ojos huyen nuestros jóvenes en la búsqueda de un futuro incierto. Casi todos sostienen que cualquier cosa es preferible a tener que seguir recibiendo su dosis de socialismo. Descuartizada la familia, comprende que esa amputación emocional terminará por ir convirtiendo en extraños a esos miembros que se abalanzan tras el sueño de obtener lo que no les brinda su patria. Recorren centenares de kilómetros con pan y agua como bastimento.

Curiosamente ahora llevamos a muchas naciones: no el mensaje de libertad que preconizaron nuestros héroes. La bandera actual de la venezolanidad tiene impregnadas las estrellas de la necesidad en seriales de estómagos vacíos. Seres agotados con alguna ropa en morrales con sueños atragantados de lágrimas. Las carreteras andinas son guillotinas de muerte en asfalto. Infernales vías con escalofriantes finales; precipicios como cocodrilos esperando que un conductor con sueño los adentre en el barranco. Son muchos días de angustia en un rodar sin tiempo.

Cada uno buscará colocarse el rótulo de laborar en cualquier cosa. No existen preferencias a la hora de buscar trabajo. La necesidad es muy grande para andar escogiendo mucho. Cada pupila tiene su propia historia de vida Silenciosamente avanzó la necesidad convirtiendo vidas en cadáveres ambulantes, hijos de estómagos lacerados, herederos de un régimen que les robó los sueños de futuro. Yacen en las calles, son miles los miembros de los harapientos, la riqueza nacional no llegó para socorrerlos, su historia es la de un país que secuestraron en el nombre del socialismo.

Sorprendentemente un país con las bondades de Venezuela nada en el fango de la miseria. ¿Cómo ocurrió? No es difícil encontrar respuestas que no sean atribuibles al ejercicio del poder por parte de una ambiciosa dictadura. Son esas políticas primitivas las que han cavado la fosa, en donde entierran las esperanzas de futuro de una nación con grandes probabilidades, pero que ancló en el puerto populista del revanchismo revolucionario.

Es increíble que miles de personas hurguen en la basura, buscando algún alimento descompuesto para comer. No hace mucho tiempo su nivel de vida cumplía con parámetros deseados, sin bien existían sectores con dificultades, los mismos no llegaban a tener las estadísticas actuales que son de las peores del planeta. Los que observamos son grupos de pobladores que se abalanzan frente a los promontorios de los desechos. El hambre hace que la desesperación los arrastre hasta el nivel de codearse con los perros callejeros. Es un cuadro profundamente desolador. Y más tratándose de una nación con su enorme potencialidad económica. Desgraciadamente la acción corrosiva de su gobierno: logró el milagro de hundirla hasta el último peldaño de la mendicidad.

El drama de la salud es otro de los aspectos más críticos. En la década de los ochenta éramos un ejemplo mundial en esta materia. Muchos científicos nuestros recorrieron el planeta enseñando el modelo venezolano. Ahora Venezuela posee el peor sistema de salud del hemisferio. Los hospitales carecen absolutamente de todo, los pacientes no tienen la posibilidad de conseguir algún fármaco que los ayude a enfrentar las distintas patologías. Una amplísima red de estafadores ha logrado controlar el mercado de las medicinas, comerciándolas a precios exorbitantes.

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