Es demasiado evidente que en el corazón de nuestra sociedad se desarrolla un intenso debate en torno a las condiciones de vida y a las aspiraciones de los ciudadanos, en el marco de una realidad caracterizada por el desorden, la confusión, el empobrecimiento y la corrupción, factores presentes a consecuencia del deterioro continuo de la economía venezolana y de la errática conducción administrativa y política del Estado.

Han pasado un poco más de tres décadas desde que se produjeron las primeras expresiones visibles de que en el interior de nuestro sistema productivo existían dificultades de importancia que demandaban su revisión, pero esa alerta no resultó suficiente para conducir a la élite dirigente a una actitud crítica eficiente, que permitiera tomar medidas e iniciativas correctivas de la ignorancia, del derroche y la corrupción.

En el establecimiento puntofijista y entre sus asociados, AD, Copei y el MAS, el impacto de la devaluación ocurrida el “viernes negro” (en febrero de 1983), la fuga de capitales sucedida de inmediato, los “rumores de golpe” que invadieron a la sociedad, no impusieron una autocrítica, mucho menos una conducta de severa y profunda revisión de las políticas del Estado.

Tampoco sucedió como consecuencia del Caracazo y de las declaraciones militares de 1992, por lo que el espíritu del audaz y crítico discurso del doctor Caldera fue neutralizado durante su gestión presidencial, más allá de la estabilización administrativa del país, la niebla siguió presente en la mente de los dirigentes del proyecto liberal democrático.

Es un proceso de prolongado desgaste que causa una inexplicable ruptura con el modelo liberal, abriéndole paso a un sorpresivo regreso político al pasado, un retroceso que es impulsado desde los cenáculos del poder económico, social, político y militar, tejiéndose así la reaparición del caudillismo continuista y militarista, abrazado esta vez a la bandera del socialismo, además de la extenuada convocatoria bolivariana.

Pero para sorpresa de todos, en este 2018, el mesías a caballo, sable en mano y con una bolsa inmensa de petrodólares en las alforjas, no solo no resolvió la problemática causada por el perverso efecto económico y social, que la pésima administración del “excremento del diablo” ha producido, sino que pareciera que definitivamente ha multiplicado las dificultades existentes, que tanto él como sus herederos prometieron solucionar.

Y para sorpresa de muchos, ahora con la catástrofe económica que ha ocurrido, es cuando ha quedado al desnudo el profundo desorden administrativo y la súper corrupción estatal, pero también es ahora cuando en la conciencia social nacional ha empezado a identificarse, en serio, la necesidad de superar de manera integral y universal el rentismo, porque de otro modo nuestra comunidad permanecerá empobrecida, y no podrá alcanzar sus justas aspiraciones de un mundo mejor.

Se ha convertido en una gran exigencia la concreción de un programa de reconstrucción nacional, en el cual se incorporen de manera efectiva los recursos del Estado, de los productores, de los trabajadores y de las organizaciones de base de la comunidad, cuyos representantes, en igualdad de deberes y derechos, construyan una programación en la cual, sin ignorar los diversos intereses presentes, se acuerde toda una política destinada a recuperar el progreso democrático y productivo de la República.


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