Ya algunos han decretado el inminente final del régimen chavista. Hasta se habla de las salidas de emergencia para los más comprometidos y prominentes implicados en los delitos mayores, seguramente inmensos,  de estos casi cuatro lustros de desenfrenada corruptela. En lo sustancial estoy de acuerdo, lo que pasa es que es difícil atinar con el tiempo que queda, ya se ha demostrado empíricamente que hasta el reloj del Señor es bastante caprichoso. Y al menos es harto probable que lo que hoy lunes santo escribo,  por  razones laborales  del diario, salga el domingo de resurrección bajo el mismo signo. 

Pero sí la cada vez más generalizada y activa condena internacional mezclada, sobre todo, a la conquista esta vez incesante de la calle por las masas opositoras, conducidas por un liderazgo esta vez atinado y valiente, y que han perdido el miedo a militares y paramilitares porque sus dolencias cada vez mayores y sus ansias de dignidad y libertad ya se niegan a respetar límites –aun gases,  perdigones o  balas. Que Maduro haya comenzado a ceder con una promesa de elecciones regionales ha debido corroborar esa sensación de metástasis irreversible. Pero, repito, vale la pena practicar una vez más eso que Descartes llamaba circunspección, valga decir, retener el juicio hasta tener suficientes elementos de convicción, al menos en lo tocante a las modalidades clínicas y a la hora y fecha del deceso.

Quiero más bien referirme en estas líneas a algo que no deja de ser curioso y emblemático de este capítulo postrero. No digo que sea el fondo del asunto pero sí su más estridente apariencia. Las enormes y pujantes marchas de la oposición han terminado violentamente, bajo las lacrimógenas y los disparos, porque el alcalde Rodríguez, o quien lo manda, decidió que la oposición no puede marchar en Caracas y si lo intenta debe recibir castigo. Como hemos dicho alguna vez, no se puede invocar una sola razón para ello por torcida que sea. Ni es un gran peligro bélico  que la gente se aposente en la avenida Bolívar o vaya a tirarle trompetillas al Inhabilitador o al musculoso defensor del pueblo. En el pasado cosas parecidas sucedían periódicamente. Pero la sinrazón es muy elocuente y digna de tener en cuenta como emblema de esta decadencia del proceso.

Alessandro Baricco en un curioso libro ensayístico, Los bárbaros, más ingenioso y bello que veraz y esclarecedor, dedica un capítulo a lo que para él siempre fue un enigma, la utilidad militar de la gran muralla china. Dos siglos empleó el imperio en extenderla para protegerse de los bárbaros. A los cuales les bastaba, notables jinetes, ir un poco más allá para sortearla e irrumpir en el sagrado suelo que se quería proteger y conquistarlo. Su conclusión es que nunca tuvo valor militar alguno sino simbólico, imaginario, “separar” la soberbia china de esos otros que no compartían su linaje, bastardos.

Algo así sucede con el veto contra los marchistas opositores. Como el centro es el corazón de la vida cívica, el ágora natural y, sobre todo, la parte de la ciudad que pertenece mayoritariamente a los pobres, al pueblo, será eternamente chavista según el irracional pensamiento populista y no debe tener acceso el enemigo también para siempre oligarca y morador del Este de la ciudad. Lo cual es aritméticamente mentira, como quedó demostrado el 6-D en que en todas las parroquias populares del municipio Libertador ganó la repudiada derecha. No importa, en sus huecas cavidades óseas se supone un espejismo y se levanta otra  muralla china para mantener las fatuidades del socialismo del siglo XXI.  En uno de estos días uno de esos primarios atorrantes llegó a decir que los revolucionarios, pacíficos ellos, no planificaban actividades en el Este porque reconocían la preeminencia política de los escuálidos. Una joya que todo dice.

Ese muro es  lo que les queda, aparte claro de los gorilas y los sapos y los ojos bien abiertos e inmóviles del eterno y el peso infinito de sus pecados contra el país, la ley y toda moral. Muro que los obliga a enardecer cada vez más a sus adversarios, que lo terminarán burlando los días del no retorno.


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