En esta Venezuela plagada de irregularidades, nadie parece tener el antídoto para contrarrestar el veneno totalitario. Las instituciones son inertes monumentos de la desidia. La corrupción es un caudaloso río que desemboca en las cuentas ocultas del pillaje nacional.

En medio de la vorágine irracional que disecciona nuestras oportunidades de futuro, hemos visto cómo nuestros zoológicos se llenan de animales muertos. La falta de alimentos y de planes veterinarios cónsonos con el manejo de las especies en cautiverio ha traído como consecuencia que buena cantidad de la fauna esté muriendo de mengua. Quizás a algunos poco les interese la terrible situación. En un país con niveles espectaculares de hambruna, cada quien busca resolver su actualidad, así sea con la ración podrida en el último montón de desperdicios.

Quien sufre sus mismas penurias en un competidor por el nuevo cargamento. Que sean animales los que fallecen es un dato que poco ocupa su atención cuando su estómago se comprime por falta de alimentos. Sin embargo, este doloroso hecho está catalogado por los organismos internacionales del área como un crimen. Ya no solo se condena la caza indiscriminada con su consecuente tráfico de especies desde lugares exóticos. La industria del comercio fraudulento de animales es casi tan lucrativa como el narcotráfico. Son millones de dólares ocultos en los paraísos fiscales por esta acción de grupos irracionales. Los mismos órganos que defienden el derecho animal a escala global están aterrados por lo que ocurre en Venezuela.

Nuestros zoológicos son ahora tristes exhibidores de animales flacuchentos, endebles o enfermos. Ya muchas de las principales atracciones de esos centros de distracción y educación han muerto. La atención gubernamental brilla por su ausencia. Como ellos no pueden protestar ni son un voto a casi nadie les interesa su suerte. Un régimen que poco le importa el destino de los ciudadanos, es lógico comprender que menos interés tiene en los animales de los zoológicos. Es sorprendente su falta de aprecio por la vida, sus acciones siempre las mueve la rueda de la perversidad. Ese rencor profundo que siente la revolución por las mayorías nacionales, ahora también lo plasman contra seres que están allí para hacer del planeta un lugar de mayor confort espiritual. Muchos de ellos fueron arrancados violentamente de su hábitat natural. Fueron exhibidos durante décadas como parte de un mundo que se extingue. Se hicieron cercanos a los afectos de los niños. Este proceso demoníaco los transforma en cadáveres al negarle la debida atención que merecen. ¿Cómo creer en un régimen que somete hasta los animales de zoológico a una muerte irremediable?

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