La trampa

Mi título es una trampa, solo quería captar tu atención. Lo hice porque me siento, como tú, atrapado en el centro de una golpiza entre activistas opositores que ha sido tan feroz como inútil.

Yo –no lo niego– he sido parte en anteriores ocasiones de los empujones y los hachazos. No lo excuso: venezolano que haya vivido la era de la peste chavista y que haya salido inmune de golpes o heridas no ha luchado por la libertad ni en contra de esta miserable dictadura, se ha acomodado, escondido o hecho el muerto entre los escombros y las ruinas.

Muchos pueden –podemos– mostrar las heridas abiertas de este tiempo, también las cicatrices.

Todos contra todos.

Los que hemos jugado fútbol y hemos participado en una de esas batallas colectivas que de vez en cuando ocurren a patadas y carajazos entre ambos equipos entendemos lo que es recibir –o dar– golpes de todas partes al mismo tiempo y por todos lados.

Todos contra todos, diálogo de rinocerontes (humanos), épica de lagartos (inhumanos), es lo que está viviendo la oposición –Mesa de la Unidad Democrática: MUD– en este momento. Nadie se salva. El caos chavista nos ha arrinconado de tal manera que ha promovido este lamentable desencuentro histórico. Somos –los venezolanos– millones de náufragos peleando por el último espacio en un pequeño barco que se hunde en medio de la tormenta.

¿Nos damos cuenta de que el barco es Venezuela?

Los justos por los pecadores.

No soy ingenuo, estoy claro en que en este tránsito fatal que vive Venezuela sin duda hay encuestadores, histéricos doños académicos, cretinos opinadores de cauchera de carretera (¿twittenlectuales?) y algunos políticos –la minoría– que han hecho de la ruina nacional el negocio de sus vidas, pero es injusto, muy injusto, que paguen los honestos por los pecadores.

No todos los miembros de la MUD negocian ni tampoco podemos sentenciar que todos sean colaboracionistas. Estoy convencido de que, aunque sabemos que los hay, los infames son una perversa minoría. La mayoría quiere un genuino cambio político, lo que han fallado son las estrategias (sobre todo las electoreras) para lograrlo. Han existido muchas pero han fracasado.

No podemos ver a un traidor en todos los líderes que han fracasado en su intento de liberación ante el chavismo. En lo personal, hago un avergonzado mea culpa en ese sentido. El país está desahuciado, solo podremos liberarnos si lo hacemos unidos como nación.

Nadie es mejor que nadie.

Con una pistola en la cabeza.

Aclaro que pese a sentirme en este momento muchísimo más cercano a la postura política e histórica de María Corina Machado y de Antonio Ledezma, a quienes, en la descomunal trifulca opositora, uno de los bandos ha intentado estigmatizar como “los decentes” (¿en serio?), no me siento capaz de acusar a los opositores que van al estéril diálogo de República Dominicana como traidores; algunos sí puede que lo sean, pero evidentemente no todos.

Entiendo –lo escribo con angustia– que muchos de los que participan en esa tragicomedia lo hacen porque están secuestrados y forzados –con una pistola en la cabeza– a ceder ante el funesto chantaje de sus secuestradores. ¿Lo harían en condiciones normales? Jamás.

No son traidores, son rehenes.

El reconocimiento y el respeto.

Muchos de los que están intentado la negociación con los tiranos en Dominicana tienen cicatrices más grandes y heridas mucho, muchísimo más abiertas y hondas que las que tenemos la mayoría de nosotros. Han luchado de todas las formas y en todos los escenarios, han sido perseguidos, encarcelados y torturados como pocos o como ninguno lo ha sido en Venezuela.

Han sufrido –y resistido– tanta adversidad y maldad que es penoso desconocerlo. Su lucha merece nuestro reconocimiento y respeto.

A la hora de la rebelión total que se está organizando serán necesarios, muy necesarios.

Sumemos.

La toma popular del poder.

No existe vara para medir el tamaño moral de las fuerzas opositoras ni báscula que determine si el peso de las acciones de uno u otro grupo han sido o serán más robustas que las de los otros. Quién se atreva a señalar a estas alturas de nuestro horripilante fracaso histórico que tiene esa vara o báscula es un lunático.

Insisto, aunque mi posición actual es mucho más cercana a la alianza política (y ética) denominada “Soy Venezuela”, no puedo vilipendiar a algunos de los promotores del estéril diálogo porque conozco bien sus luchas, su sacrificio y su resistencia. Hay que parar la camorra, no sé cómo, pero hay que pararla, sobre todo entre los que durante todo este trágico tiempo han ofrecido su vida –y más– por liberar a Venezuela del chavismo.

Nadie ha logrado dar con la fórmula definitiva para aplastar a la peste. Nadie. ¿Saben por qué? Solo y exclusivamente porque no se ha planificado para una rebelión nacional total y una toma multitudinaria de todos los poderes públicos (la toma popular del poder), andamos peleando entre nosotros o negociando mariqueras con unos malandros.

Se está preparando la batalla final, ojalá los secuestrados se sumen a la liberación cuando llegue ese día. No habrá negocio ni negociación que pare el sueño de libertad venezolano.

¡Unámonos!


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