Las elecciones primarias que la oposición llevó a cabo ofrecieron como resultado algunas sorpresas. Acudir a cualquier elección sin garantías de imparcialidad, testigos internacionales y un Consejo Nacional Electoral no solamente equilibrado, sino decente y pleno de confianza ciudadana, es peor que un error, una bajeza política. Sin embargo, la oposición/MUD sigue de topetazo en topetazo, con su empeño obsesivo casi enfermizo. A pesar de que algunos ex presidentes en la Cumbre de Concordia en Nueva York han regañado a la oposición venezolana.

Todavía fresca y en progreso en los medios de comunicación social la insospechada e inesperada revelación de Smartmatic, atrincherada en Londres, del comprobable fraude encabezado por el propio Poder Electoral, cuando la oposición/MUD ya estaba anunciando que acudiría a las elecciones convocadas por el tan criticado presidente dictador obrero chavista que abandonó el cargo.

Las anunció obediente el departamento electoral oficialista y, para mayor apretón del yugo en el cuello opositor, la constituyente –ilegal y fraudulenta– dictaminó que las elecciones regionales ya no lo eran ni en fecha ni en dimensión, y solo serían de gobernadores, en un nuevo momento que ellos estimaran conveniente, y, además, que quien quisiera ser candidato tenía que poner rodilla en tierra y prometer, como buen muchachón, que tenía el mérito de no haberse opuesto al régimen y que se portaría bien –es decir, sería obediente al oficialismo– en caso de ser electo. ¿Qué harán los trece diputados opositores que ahora son candidatos? ¿Se subordinarán? ¿O, por el contrario, se rebelarán? De acuerdo con las contradicciones, dichos y desdichos ya frecuentes, ¿quieren apostar? Se someterán, sin duda.

La misma oposición que había llamado a la rebelión ciudadana, que había viajado de país en país clamando por ayuda contra la dictadura, denunciando atropellos e ilegitimidad, en reuniones y en calles de Venezuela, en los parlamentos, casas de  gobierno, centros de reunión de ideologías alrededor del mundo, había marcado como exigencia total y absoluta que la protesta solo se calmaría con la salida de Nicolás Maduro y su dictadura; la misma oposición que recibió el respaldo abrumador de 7,5 millones de hombres, mujeres, jóvenes, ancianos en una consulta popular contundente, sin precedentes, cambió de posición y torció el rumbo en cuanto les pusieron delante el caramelo envenenado de las elecciones. Saltaron al convite como niños baboseados, fascinados por una chupeta.

Esa oposición silenció la consulta popular, sus denuncias y proclamas, la sangre derramada por más de 120 venezolanos –la mayoría menor de 35 años–, tropelías de guardias y policías, sacrificio de centenares de miles de manifestantes que arriesgaron todo; hicieron un solo paquete y lo guardaron en sus maletines para aceptar competir bajo las condiciones de la dictadura y de las estructuras fraudulentas que habían rechazado y combatido.

La dictadura entendió que ya tenía ese toro feroz convertido en apagado novillo y bien sujeto por los cuernos. Lo que ya era una gran victoria popular se convirtió en derrota de la democracia y la libertad, se metamorfoseó en nuevo triunfo de la tiranía, el control y la inmoralidad de un gobierno encadenado a Cuba que, para dejar aún más clara su fuerza renovada, clausuró más medios de comunicación, impuso nuevas condiciones que estimaba lo favorecían además de doblar con más fuerza la testuz opositora y, para que aún quedase menos duda, organizó e instaló un nuevo diálogo con los mismos zapateros de su confianza, sin avisarle siquiera a los partidos opositores distraídos viajando por Europa –interesante saber quién o quiénes financiaron la travesía– para que los gobiernos les dijeran otra vez lo que ya han dicho y ratificado mil veces.

El gobierno de Maduro y la constituyente, uniformado y represor sin dudar un instante, se fue a tomar el sol en Santo Domingo –ni siquiera Irma lo inmutó– y le dejó saber a los partidos opositores que si querían fueran ellos también. El canciller francés fue el anunciante oficial. Lo que de inmediato y sin pestañear opositores negaron. Pero como ya nos tienen acostumbrados, de nuevo era una mentira, ocultaron la verdad y aparecieron en la isla caribeña.

Maduro debió ser aún más claro y decirles que, si viajaban más allá del mar a tomar café en pomposos salones gubernamentales, ingénienselas para darse un brinquito al Caribe –por los pasaportes anulados no se preocupen– para que les explicaran la lección que, de todas maneras, ya estaban aplicando, además de un curso intensivo sobre historia de Venezuela.

Con las calles vaciadas, la ciudadanía reiteradamente decepcionada y frustrada, el gobierno con nuevo aire y la oposición con nueva vergüenza, se encaminan a unas elecciones desoladas, solitarias, desérticas.

Al menos en estas recientes primarias las mismas personas que parecieron resignarse a hacer lo que se les dijera, han demostrado que no todo lo que les indica es realista y que el pueblo siempre tiene respuestas propias. Dirigentes de larga data fueron electos en esas primarias. Dictadores y dictados se quedaron con la boca abierta. El pueblo acepta que hay cadenas, pero advierte que no será fácilmente encadenado. Y algo muy llamativo: precisa con varios de esos electos que rechaza a los oficialistas tanto como a los políticos de una oposición siempre desacertada, inoportuna y miope.

Junto con sorpresas como Guillermo Call y Andrés Velásquez, los desastres de la MUD ya descuartizada, los tropiezos de Voluntad Popular con apenas dos candidatos y la caída definitiva del partido del ex adeco maracucho que todo lo cambió, hasta la cara, por una gobernación que los zulianos le negaron, son muestra clarísima de que la MUD ya ingresó en el pasado.


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