Vivimos una crisis social y humanitaria producto del fracasado modelo del socialismo del siglo XXI. Para nadie es un secreto que Chávez fue colonizando con prebendas al sector más desposeído y numeroso de la población, al Poder Público, la Fuerza Armada y un buen sector de la comunidad internacional. 

¿Por qué un modelo improvisado, fraudulento, irrealista y con un alto rechazo dentro de la sociedad logró imponerse y permanecer hasta el mandato de Maduro a pesar de la corrupción, inseguridad, división, hambre, miseria, muerte, abuso de poder y desestabilización causada en la región?

Las explicaciones correctas no gozan de popularidad porque incluyen una dosis de responsabilidad de todas las partes involucradas en el conflicto, pero en épocas de “acuerdos y negociaciones” la benevolencia debe aplicarse a todos los actores avizorando una posible reconciliación o entendimiento nacional. 

Somos protagonistas y víctimas de un caos producido por la politización indiscriminada de la vida social con el mezquino fin de forzar el establecimiento de un modelo político para perpetuar a las cúpulas castrenses en el poder. Por casi dos décadas se vociferó como política de gobierno que “el poder era del pueblo y para el pueblo”, que “Venezuela es de todos” y que vivíamos en una lujosa “democracia participativa y protagónica”. Nada más lejos de la verdad. Sin separación de poderes ni representatividad elegida por las bases, la democracia se convierte en autocracia.

Venezuela se convirtió en un país electorero, y durante 18 años la gente creyó que tenía el poder en sus manos solo porque fue inducida a participar en la discusión de cientos de leyes, no por interés, conocimiento o voluntad propia, sino para compensar el respaldo que otros sectores de la sociedad negaban al mesías bolivariano. El pueblo también marchó hasta el hastío en apoyo u oposición al gobierno protagonizando “grandes movilizaciones democráticas”, pero totalmente asimétricas. En pocos años se sustituyó hábilmente la toma de la calle por las interminables jornadas mediáticas (en cadena nacional) de planes ficticios en materia de planificación económica y política, congregando a masas humildes mientras los potenciales actores políticos se convertían en sumisos espectadores.

En este contexto el pueblo fue usado y entretenido en la arena política, tanto si estaba a favor como si estaba en contra; hábilmente el gobierno ofreció en bandeja de plata la potestad de cualquiera a incursionar en el arte de la política, pero a cambio monopolizó leguleyamente el único poder que originariamente tienen los ciudadanos: la libertad de elegir y remover a sus gobernantes.

Víctimas de un exceso de participación, opinión y protagonismo ha sido difícil para muchos entender que la política es distinta del poder, y actualmente Venezuela es un claro ejemplo de ello: sin orden constitucional y sin apoyo de la Fuerza Armada, las guarimbas, huelgas y manifestaciones tienen la facultad de generar condiciones para propiciar un cambio de régimen político, pero no el poder de sustituir un gobierno por otro, esta es una función exclusiva de los partidos políticos a través de elecciones y es así dentro de todos los regímenes democráticos del mundo; por lo tanto, inscribir candidatos en las elecciones regionales no debe interpretarse como una traición de la MUD. En última instancia, el resultado de cualquier contienda electoral es la suma de la unión, lealtad y confianza de todos los actores sociopolíticos involucrados en ella (estudiantes, movimientos sociales, sindicatos, medios de comunicación, sindicatos, empresarios, iglesia, fuerzas armadas, instituciones gubernamentales y los partidos políticos).

En todo sistema político afloran los contrapesos cuando este se desajusta y la juventud venezolana ha asumido naturalmente este rol dando saltos cuánticos en materia de acción política. Si aún no se observan los resultados esperados (aunque el costo es elevado y doloroso) es porque el resto de los actores continúan actuando de manera ortodoxa; y como es de esperarse en épocas conflictivas, los trenes generacionales chocan de frente.

Ante las actuales circunstancias, es imperante exigir a todos los protagonistas de esta contienda que sobre la marcha se inicie una franca apertura hacia las bases para garantizar la modernización, flexibilización y lealtad a fin de fortalecer la República de manera activa y permanente. Finalmente, es importante recalcar que ha sido un error constante menospreciar el poder del protagonismo carismático y mediático de los líderes políticos, porque son ellos los que tienen la capacidad de transformar la realidad de manera inmediata, sin que la sociedad note la naturaleza de los medios que usan para generar virtualmente los acontecimientos que les son favorables. Es por todo esto que la política se considera el arte del servicio de pocos a favor de muchos; el poder es definitivamente otra cosa que también muta y se solapa en los tiempos mediáticos que vivimos.


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