La movilidad social se define como el conjunto de desplazamientos que efectúan los individuos, familias o grupos sociales dentro de un determinado sistema socioeconómico. En esto, según la Sociología, entran en juego las clases sociales, la estratificación social, la meritocracia y el estatus social, todos términos que conocemos que quizás a veces no entendemos del todo en profundidad, pero que se convierten en determinantes para cada ser humano que se desenvuelve en una sociedad.

Lo ideal sería que cada sociedad ofrezca a las personas integrantes de ella, la mayor posibilidad de movilidad social. Con base en estas posibilidades, si una persona se esfuerza y hace méritos puede mejorar su calidad de vida a lo largo del transcurso de su existencia y subir en el escalafón social. Si una sociedad no genera estas posibilidades o las que se dan son limitadas o de poca valía, el progreso para sus miembros se merma y prácticamente los condena a no poder escalar, a pesar del esfuerzo y su voluntad, y tendrá que retener el estatus social de sus antepasados e incluso empeorar en algunos casos. Todo por supuesto, con sus excepciones, pues nada está escrito cuando alguien decide tomar el timón de su destino y la tenacidad los lleva a alcanzar metas ante la adversidad.

Poco más pudiera aportar en este corto artículo acerca de este apasionante fenómeno sociológico, pero ciertamente cuando se habla de movilidad, para quienes trabajamos en temas de ciudades, desde el punto de vista urbanístico, de ingeniería de servicios y todo lo relacionado a ello, nos suena más a transportación, a inclusión y accesibilidad universal, entre otros temas conexos. Pero a un sociólogo, antropólogo y economista este asunto de la movilidad es más un tema asociado a la posición económica, social y política de un individuo o de un grupo de ellos, con el trasfondo que ello conlleva.

Ahora bien, pareciera que todos estos conceptos y visiones en algún momento se cruzan y quizás poco se ha escrito o se ha estudiado al respecto, al menos de conocimiento público. Aunque siempre he dicho que una sociedad es perfectamente reconocida por el transporte del que disponen y es el indicador tangible de su calidad de vida.

En este orden de ideas, el transporte como área de estudio, generalmente se le ha asociado más con los que estudian Ciencias de la Ingeniería, como ingenieros, arquitectos, urbanistas y afines. De forma prácticamente exótica, se ve por allí a alguno que otro economista, antropólogo, psiquiatra o abogado incursionando en estas lides, pero sí los conozco –y muy buenos por cierto– y eso es lo que hace de este trabajo uno de los más “sabrosos” del mundo, pues te permite interactuar con personas de formación diversa, con distintas visiones de cómo deben ser las soluciones. Ello convierte al transporte en multidisciplinario y, por ende, la movilidad en ciudades puede ser abordada por un equipo de personas que entiende, al menos en la teoría, las necesidades reales de quienes habitan esa concentración poblacional.

Cada vez se hace más frecuente que las disciplinas se empiecen a entender y a respetar su espacio ganado dentro del área de estudio y surgen investigaciones muy importantes acerca de Movilidad y Género, Movilidad y Salud, Movilidad y Ambiente, por nombrar solo algunos ejemplos. Y con el transcurrir del tiempo hemos aprendido que las ciudades son más que viviendas y dotación de servicios. Nos hemos sensibilizado con la gente. Por eso para mí, el transporte es un área de ejercicio de índole social más que científico, aunque en la ciencia se fundamente.

No obstante, cuando se habla de movilidad social se asocia el término a los pilares sobre los que se asientan las sociedades capitalistas. Los estudiosos del tema indican que a medida que las sociedades se vuelven complejas, aumenta la división social en el trabajo favoreciendo de alguna manera que se propicie también mayor desigualdad social, enfrentando la posibilidad real versus la efectiva.

Esto se hace aún más palpable en las sociedades de los países en vías de desarrollo, en los que se da contradictoriamente un escenario que podría ser tildado más bien de anticapitalista, en el que las élites gozan de beneficios absolutos y prácticamente inalcanzables para el resto de la población, abriendo la puerta a conflictos, desencuentros, resentimientos, propios de la estratificación social. Esto solo se aliviana a partir de la generación de más empleos y las oportunidades de estudios y formación que se ofrece a las personas, que hoy en día se hace más necesaria que nunca, pero además multifuncional, para poder competir en un mundo tan diverso y convulsionado, en plena era de la tecnología de punta. Estas situaciones son menos notables en los países más industrializados y es allí donde se puede medir mayor movilidad social, en términos cuantificables absolutos.

¿Será entonces que los modelos de sociedades basadas en el capitalismo pudieran ser vistos como más sociales que aquellas que se orientan al socialismo? Vaya dicotomía. Definitivamente un tema para debatir y generar toda una línea de investigación, en la que pudiéramos incluir todo lo relacionado también con la “economía naranja”, los costos sociales de los proyectos, las nuevas tecnologías, las mega tendencias y el emprendimiento ciudadano.

Con todo esto, lo cierto es que podemos sacar como primera conclusión que la movilidad urbana es promotora de primera línea de la movilidad social. Se necesita que haya mayor inversión en las ciudades y que esta, además, sea sostenible, para con ello ofrecer al ciudadano común una posibilidad de sentir que vale la pena seguir esforzándose por alcanzar sus sueños, siendo que el espacio donde se desenvuelve lo toma en cuenta, entiende sus necesidades, lo protege y le da seguridad, y lo pone como protagonista de sus decisiones.

Me queda claro que la desigualdad se asocia a la infelicidad y ciertamente se hace imperativo que hasta se comiencen a medir los proyectos de ciudades de acuerdo con un índice logrado por método científico, para cuantificar el nivel de felicidad que proporciona a las sociedades. Y es que una sociedad seguramente será más feliz viajando en un sistema de transporte confortable, limpio, accesible y digno, que viajando en “perreras”.

Entonces, el asunto no se trata de ciudades capitalistas ni de ciudades socialistas, sino de ciudades para la gente. Y esto se nos aclara muy bien cuando analizamos que hasta hace muy poco se asociaba el uso de la bicicleta a los menos favorecidos económicamente y hasta regímenes comunistas que incentivan su uso, mientras que el carro, a aquellas sociedades con mayor PIB y, por ende, más capitalistas. Este argumento se ha desmontado por completo con ejemplos como el de Copenhague, Ámsterdam y Estocolomo, entre otros, siendo que son de las ciudades más avanzadas del siglo XXI, y catalogadas entre las más inteligentes, que han optado por beneficiar al transporte no motorizado. Debemos deslastrarnos de paradigmas y simplemente hacer para la gente, para así elevar la calidad de vida de todos.

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