Un generoso amigo que suele proveerme de cuanto aparece en el mundo de las redes referido a la Venezuela de mis desvelos, en la que vivo y sufro, me envía más que un artículo, un ensayo del afamado columnista venezolano Moisés Naím, escrito en inglés y publicado originalmente en la revista Foreign Affairs, que ha titulado El suicidio de Venezuela. Un título enigmático que da lugar a más de un equívoco, pues exactamente como en el caso del “suicidio” del concejal Fernando Albán cabe preguntarse si en el caso de la tragedia y agonía de Venezuela se está ante un suicido o, exactamente como en el caso del concejal, ante un monstruoso homicidio. Un asesinato como el perpetrado por Fidel Castro y sus mesnadas contra la Cuba republicana, con el que guarda absoluta relación. Pues en este caso de “suicidio inducido” o “autosuicidio”, como lo llamaría el presidente Carlos Andrés Pérez, en cuyo segundo gobierno Moisés Naím jugaría un papel estelar –importante antecedente de esta tragedia del que no aparece huella en el escrito de marras, a pesar de referirse a esos años in extenso–, los asesinos están en La Habana, el veneno fue provisto por la ideología que mueve los hilos habaneros –el marxismo leninismo guevarismo  los únicos beneficiarios de esta monstruosa y gigantesca estafa con consecuencias mortíferas, propias de un genocidio, son los detentores del poder en Cuba, la cuerda del que pende el cuello de millones de venezolanos ha sido hilada en La Habana con experticia sinosoviética y tan colosal es la responsabilidad del castrocomunismo cubano –un término que Naím rehúye como al arsénico, pues no calza en el lenguaje higiénico y pasteurizado de los círculos político financieros en que se mueve el autor– que de las dos o tres consecuencias que se derivan del ensayo naiminiano posiblemente la más sobresaliente sea la de recurrir a los cubanos para ver manera de que nos ayuden a resolverla. Naím, que vive en el país de la narrativa hollywoodense, sabe que lo propio de un asesinato cometido por la mafia es que el capo mayor vaya a darle el pésame a la viuda. Ahora resulta que Naím no sólo desaconseja de plano toda intervención militar de Estados Unidos –y de tomar verdaderamente en serio su escrito, como se dice en lenguaje coloquial venezolano, de creerle “de verdad verdad” a las coherentes y fundadas denuncias con que describe el horror venezolano, no se ve otra manera de resolver esta tragedia que desalojando a cañonazos a los invasores cubanos, únicos dueños de la situación– ,sino que esta tragedia no tiene nada que ver con el socialismo y por ello mismo la clave de su resolución está en una negociación que se lleve a cabo en La Habana.

Estamos ante un texto altamente contradictorio. Pues el diagnóstico de esta tragedia anunciada que ocupa 99% de la extensión del ensayo de Naím sería la perfecta legitimación que yo, en nombre de quienes reclamamos a los gritos por el auxilio humanitario de la Quinta Flota, le presentaría a las autoridades de la Casa Blanca, al Departamento de Estado y al Pentágono. ¿Dialogar en Cuba con quien se informa del día a día del país de tierra firme que formal y supuestamente preside por los informes que le presentan los oficiales de los servicios de seguridad cubanos que resguardan sus espaldas y le fijan el itinerario de sus abusos? ¿Dialogar en La Habana con quienes contabilizan los miles de millones de dólares que extraen de las arcas del Banco Central de Venezuela para mantener con vida a Cuba, la madre del cordero? ¿Dialogar allí o en cualquier otro lugar con el sátrapa que no mueve un pie sin pedirle permiso y orientación a Díaz Canel, el mascarón de proa del Estado Mayor de los ejércitos cubanos y los servicios policiacos de Ramiro Valdés y Raúl Castro?

Yo entiendo a Naím: si bien es de suponer que aún laten en su corazón destellos de esos tiempos gloriosos en que ocupara un importante ministerio del gobierno que hiciera el intento más exitoso y frustrante por liberalizarnos y situarnos a la cabeza de la región, es una ficha de alta jerarquía de los demócratas norteamericanos, se mueve en los mullidos y acondicionados espacios de grandes financistas, a tal grado que nada de extraño hubiera sido verlo ocupando uno de los despachos ministeriales de Hillary Clinton, lo que hubiera coronado una carrera absolutamente admirable: de Libia a Nápoles, de Nápoles a Caracas y de Caracas a Washington. Digno de Scott Fitzgerald. Pero, por lo mismo, no puedo dejar de reprocharle que en lugar de acusarnos de suicidas, que no lo somos aunque seamos sin la menor duda los principales culpables de habernos entregado en manos de nuestros asesinos y atentar contra nosotros mismos, nos reivindicara como víctimas de un espantoso etnocidio y contribuyera, desde tan aristocrática barricada como la que ocupa en Washington a salvarnos de este campo de concentración, de este Auschwitz al que el castrocomunismo cubano, en horrenda alianza con el caudillismo militarista y las élites políticas de nuestra decadencia –esas sí, suicidas, ante la apatía y el desinterés del gobierno Obama, tan abrazado a Raúl Castro– nos han condenado.

¿Será posible? Dejo la propuesta en sus manos.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!