El proyecto de la nueva constitución cubana, aprobada en la reunión de la Asamblea Nacional del 22 de julio de 2018, eliminó el término comunismo, incluyó el derecho a la propiedad privada, y ratificó la vigencia del partido único. En conclusión, una copia del modelo chino de capitalismo autoritario que deja a un lado las instituciones fundamentales de la democracia. Justamente, en 1979, bajo la dirección de Deng Xiaoping, secretario general del Partido Comunista y primer ministro, se inició un cambio radical en la política económica que condujo a abandonar las orientaciones de Mao Tse-tung, las cuales habían significado la muerte de millones de personas por una combinación de dura represión político-militar y hambrunas severas y recurrentes debido al fracaso estruendoso en la producción de alimentos. Deng Xiaoping estableció una estrategia que daba prioridad a un mercado libre, reconocía la propiedad privada de los medios de producción, y favorecía la inversión extranjera.

Realmente, no me extrañó que Cuba tomara ese camino. Conocía de primera mano la forma de pensar de Fidel Castro. El 14 de septiembre de 1993 inicié una visita oficial a Cuba como canciller de Venezuela. El embajador Gonzalo García Bustillos ofreció una recepción en mi honor. Fidel Castro se presentó, sin ser invitado, a dicha reunión social, acompañado de Ricardo Alarcón y Carlos Lage. Me sugirió reunirnos privadamente. Al iniciar la conversación, Fidel Castro insistió en el tema de la deuda petrolera. Al darse cuenta de la firmeza de mi posición, no insistió más en dicho asunto. De inmediato, condujo la conversación hacia temas políticos. Estaba muy interesado en conocer la realidad venezolana… La conversación languideció un poco. Aproveché esa oportunidad para colocar como centro de la discusión la necesidad de una apertura política en Cuba. Observé cara de angustia en Alarcón, Lage y Robaina. Por el contrario, Fidel Castro se sonrió con picardía.

“Seguí con mucho interés el proceso de la Perestroika y del Glasnost en la Unión Soviética. Fíjese en el fracaso de Gorbachov. Me gusta más la experiencia china. Han logrado un gran éxito económico sin comprometer el régimen comunista. Definitivamente, Deng Xiaoping tiene un mayor sentido político. Gorbachov es un iluso. Yeltsin asegurará el poder. El tiempo de Gorbachov terminó”. Se expresó con admiración de Stalin y de Mao. Criticó con dureza el desviacionismo de Trotsky y la incapacidad de Jruschev… Yo mantuve cierta discreción en la conversación, pero con firmeza le respondí: “Tratar de comparar el proceso chino con el cubano es un absurdo. China está ubicada en el Asia, fuera de la órbita de influencia norteamericana. Cuba a 90 kilómetros de Estados Unidos. Esta realidad geopolítica obliga a tomar medidas distintas. Es imposible, en esta circunstancia, realizar un cambio económico sin impulsar una transición política… Lo que se requiere es que no ocurra en medio de la anarquía”…

Estoy convencido de que la recurrente crítica dada por algunos dirigentes del madurismo a la orientación económica del régimen y su sorprendente planteamiento de aplicar un programa de ajuste, en el cual se libere el control de cambio, se disminuya la presencia del Estado, se fortalezca la empresa privada y se reconozca la inversión extrajera, en realidad lo que busca es copiar el modelo chino como termina de hacer el régimen cubano. Claro está que en el socialismo del siglo XXI no existe el partido único, se mantiene el pluralismo político y su “legitimidad” surge de elecciones “supuestamente” libres, pero al mismo tiempo se irrespeta, los ejemplos de Venezuela, Bolivia y Nicaragua así lo indican, los valores más trascendentes de la democracia representativa: la libertad y equilibrio de poderes, la libertad de expresión, el respeto a los derechos humanos, el apoliticismo de la Fuerza Armada y pare usted de contar. Es decir, un capitalismo autocrático.

Ese es el cambio ideológico y político al que realmente aspira Nicolás Maduro. Sorprendentemente, en lugar de plantear con sinceridad un proceso de ajuste económico, como realmente va a ocurrir, trató de engañar a los venezolanos, en su mensaje realizado en cadena nacional el martes 25 de julio de 2018, evitando presentar los sacrificios que tendremos que enfrentar, con el objeto de no tener que pagar el costo político que siempre tiene aplicar lo que, popularmente, se conoce como un paquetazo. Esta realidad se muestra en el nuevo cono monetario que, al quitarle cinco ceros en lugar de los tres anunciados con anterioridad, va a permitir camuflar un elevadísimo incremento de todos los servicios públicos y, fundamentalmente, de la gasolina. De todas maneras, estoy convencido de que esas medidas, que de por sí se observan inconexas y contradictorias, no van a lograr resolver la inmensa crisis que, en todos los órdenes, enfrenta Venezuela.

Las razones de lo que será un nuevo fracaso están a la vista. No es posible que en este tiempo se piense que el bolívar soberano se va a fortalecer por su anclaje al petro y por transferir al Banco Central el campo No. 2 de la Faja Bituminosa del Orinoco. Pareciera ser que Nicolás Maduro desconoce que el Patrón Oro desapareció hace muchos años y que fue reemplazado por un criterio subjetivo que valora en los países aspectos tales como su capacidad productiva y exportadora, su nivel tecnológico, su estabilidad política y su posición internacional, los cuales se resumen en una sola palabra: confianza. Es imposible para un gobierno, desconocido en su legitimidad por la mayoría de los países de América y de Europa, rechazado por 80 % de la opinión pública y cuya situación económica ha sido evaluada por el FMI como muy grave al considerar que la inflación alcanzará en diciembre de este año a 1.000.000%, atraer una importante inversión extranjera.

Esta trágica realidad debería hacer reflexionar a Nicolás Maduro y al PSUV. Son veinte años de un estruendoso fracaso. Estudien lo que acaba de ocurrir en Cuba. Tanto sacrificio de su pueblo para terminar en un capitalismo autocrático. Mi hermano Enrique, que desde los años ochenta se definió como un socialista liberal, ha mantenido siempre que “el autoritarismo es el correlato político del estatismo, como la democracia lo es del mercado. El marxismo nos hizo creer que el socialismo era la negación del liberalismo, cuando en realidad debería ser su continuidad, desarrollo y superación”. La crisis nacional solo puede resolverse mediante un gran acuerdo político que permita la convocatoria a unas elecciones realmente democráticas para aprobar la nueva constitución y la legitimación de todos los poderes, la legalización de los partidos políticos, la liberación de los presos políticos y el regreso de los exiliados. Es preferible una solución política que un proceso de violencia.

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